La reducción derechista de la Iglesia a simple factor cultural

José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española

La izquierda revolucionaria suele caracterizarse por su abierta hostilidad hacia la Religión e Iglesia verdaderas, y pretende (inútilmente) conseguir su total desaparición. Pero resulta aún más pernicioso el acercamiento «amistoso» de una buena porción de la derecha, la cual ve a la Iglesia como un mero elemento histórico y cultural valioso para la formación de lo que llaman «Estado nacional». M. de Santa Cruz valoraba este «abrazo del oso» de la derecha como un «desenfoque y distracción peligrosísimos».

Los orígenes intelectuales de estas ideas acerca de la Iglesia pueden remontarse, como casi siempre, a la llamada escuela apologética francesa. En este tema tiene la voz cantante Louis Bonald, quien estima al poder político y al poder religioso como equivalentes constitutivos naturales de la sociedad civil o civilizada, coadyuvando el uno con el otro al único y primordial objetivo de producir la civilización y su estabilidad. Por ello, a la Religión verdadera se la puede considerar sobrenatural para el pagano precristiano, pero completamente natural para el ya cristiano-civilizado. Es lógico que el filósofo católico L. E. Palacios considerase como «difícilmente admisible» toda esta jerga equívoca y naturalista.

La ideología de la escuela francesa acerca de la constitución o configuración de la sociedad civil llegó hasta el movimiento político-intelectual de la Acción Francesa, pasando por la mediación de la nueva «ciencia» o escuela sociológica fundada por Comte. Al igual que éste, Maurras y sus compañeros creían en la existencia de una física o ciencia natural de la sociedad, cuyo cultivo y estudio podrían suministrar las claves que habrían de dirigir la construcción natural del Estado-nación. Tanto Comte como Maurras atribuían a la religión una enorme importancia sociológica para la consecución de ese fin, con la diferencia accidental de que la aversión racionalista de Comte a la Religión católica le hacía preferir una nueva «Religión de la Humanidad» de su propia invención, mientras que el nacionalismo historicista de Maurras le hacía ver a la Iglesia Católica como el instrumento idóneo para cumplir ese papel sociológico.

Ha suscitado muchas especulaciones la famosa (y justa) condenación de las malas doctrinas de la Acción Francesa; pero basta sólo con señalar que el Decreto de proscripción fue sancionado por San Pío X en 1914, habiéndose limitado Pío XI en 1926 a proceder a su publicación, la cual habían dejado en suspenso el propio Pío X y Benedicto XV por razones prudenciales.

Como muy bien señalaba el periodista integrista Antonio Álvarez de Linera, al comentar una carta del Cardenal Andrieu refutadora de los errores maurrasianos (ESF, 29/10/26): «Si el partido [de Maurras] aboga algunas veces por los intereses de la Iglesia, [no] lo hace por ser católico, sino porque la Iglesia puede servir muy bien sus fines nacionalistas». Las teorías nacionalistas-estatistas de la AF están en la base de los movimientos totalitarios derechistas del período de entreguerras.

En nuestro ámbito, sus ideas se importaron a través del movimiento maurista (escisión del Partido Conservador) durante la década de 1910, e influyeron de forma decisiva en el Estado esbozado por el dictador Miguel Primo de Rivera, y en el programa del Partido Falangista fundado por su hijo José Antonio Primo de Rivera, asimilado después en el «Nuevo Estado» franquista. Especial mención merece el primer párrafo de su Punto 25: «Nuestro movimiento incorpora el sentido católico –de gloriosa tradición y predominante en España– a la reconstrucción nacional».

Una vez más –como apuntaba B. Recalde S.J. en una nota crítica de 1937 en posesión del Cardenal Gomá– se defiende la Religión «no por razones intrínsecas de su bondad […], sino sólo por razones extrínsecas, aunque muy respetables, de mera tradición gloriosa y predominio en el pasado». Manuel de Santa Cruz también solía referir la crítica a este Punto por el Encargado de Negocios, Ildebrando Antoniutti, enviado por la Sta. Sede ante Franco, calificándolo de ofensivo para la naturaleza sobrenatural de la Iglesia. Era tanta la desviación de ese Punto respecto al dogma católico sobre la Realeza Social de Jesucristo y tan depresiva de la misión y esencia divinas de la Iglesia, que incluso motivó el abandono del Partido Falangista por varios liberal-«católicos», siendo el caso más sonado el del alfonsino «Marqués» de la Eliseda.

Por desgracia, tras el Concilio Vaticano II se ha fomentado esta mera visión instrumental-cultural de la Iglesia, si bien esta vez no en función de la formación y la grandeza del «Estado nacional» (como proclama la tradición derechista), sino al servicio del «desarrollo de los pueblos» y como auxiliar animadora de la «democracia universal».

Félix M.ª Martín Antoniano.