¿Colonias o virreinatos?

Hacienda Santa Bárbara, casa Malinche. Foto Malena Díaz

***La Esperanza ya ha publicado cómo la Hacienda Santa Bárbara de Huamantla, Tlaxcala, se vistió de gala para celebrar los 500 años de la Conquista de México con una reunión sobre el mestizaje gastronómico. Durante primera parte de la celebración los asistentes presenciaron una escenificación de una cocina viviente prehispánica y también pudieron escuchar varias conferencias cortas. A continuación les ofrecemos la primera de ellas***

Cuando el Almirante llegó a tierras americanas advirtió inmediatamente la existencia de profundas diferencias entre los naturales. Mientras algunos —los taínos— mostraban un carácter sosegado y una notable predisposición al desarrollo de las virtudes políticas, otros —los caribes— eran muestra de lo contrario: soeces y desparpajados, se aplicaban a la captura de mujeres taínas para violarlas y luego comerlas. Imagen perturbadora que siglos más adelante inspiraría la relación entre los Morlock y los Eloi en la célebre novela La máquina del tiempo (1895) de H. G. Wells —dos veces llevada a la pantalla de cine (1960 y 2002)—.

Y dicha consciencia de las inmensas diferencias entre los naturales del Nuevo Mundo —ausente en los manuales de propaganda indigenista, ciega a todo tipo de matices— propició muy diverso tratamiento de las comunidades locales por parte de la Monarquía Hispánica. A los naturales bárbaros, afectados de grosera rusticidad y estado casi total de dispersión —llamados despectivamente popolocas por los mexicas— se procedió a socializarlos mediante diversas tipologías comunitarias: congregaciones, reducciones y encomiendas —reservándose las últimas, generalmente, para los más carentes de politicidad—. Pero para los pueblos más civilizados —como los antiguos reinos de México y el Perú—, cuyo notable orden y concierto a pesar de la existencia de prácticas antinaturales tendientes a la disgregación —por las cuales fueron llamados «repúblicas imperfectas»— se prefirió el trato dignísimo de reinos.

Existía ya desde la Reconquista la práctica de incorporar a la Corona de Castilla —entidad distinta del Reino de Castilla— los distintos reinos y señoríos recuperados de manos de los moros de conformidad con las vicisitudes que condicionaron la recuperación de cada uno, por lo que no había un reino o señorío absolutamente idéntico a otro en la compleja red política de la Monarquía Católica. Modus operandi que se perpetuó del otro lado del Atlántico, por lo que cada entidad política incorporada o fundada tenía, en cierto modo, un lugar y una tipología únicas, no sólo por su origen, sino por el desarrollo posterior que su historia le imprimiría, capaz de elevar su status político.

El Reino de México, por ejemplo, fue incorporado como reino aeque principaliter —el status más elevado, en paridad con el propio Reino de Castilla— ya desde el juramento de fidelidad de Motecuhzoma II Xocoyotzin, narrado por Hernán Cortés a Carlos I en las Cartas de relación, discutiéndose sólo si dicho status debía considerarse desde el momento en que Carlos I tuvo noticia del evento, o si debía retrotraerse al de prestación del juramento. Compárese con la situación del Reino de Navarra, invadido en 1512, incorporado a la Corona en 1515 y elevado a la calidad de aeque principaliter apenas en 1645. De igual manera, por integración paulatina de elementos de politicidad, entidades paralelas corrieron su respectivo curso —desde humildes orígenes como provincias sin gobernación hasta constituir auténticos reinos—, como el Nuevo Reino de León, reconocido como tal en 1580. Se trata, por supuesto, de un complejo escalafón de calidades y concursos de precedencias que los nacionalismos no suelen ser capaces de comprender, al constituir referencias a formas políticas no estatales.

Si la Monarquía Católica fundó colonias en el Nuevo Mundo es cuestión que requiere alguna precisión. Se ha difundido por autores angloparlantes de dudoso rigor científico —un ejemplo típico de propaganda negrolegendaria— la falsa etimología que atribuye al apellido del Almirante el origen de los términos «colonia» y «colonizar». Pero es término que aparece ya en la célebre Ab urbe condita de Tito Livio —autor contemporáneo de César Augusto— para expresar relaciones de parentesco entre ciudades, como el existente entre Tiro, Cartago y Cartago Nova, o el existente entre Alba Longa y la propia Roma.

El término moderno «colonialismo», de aparición recientísima y expresivo de un modus operandi extractivo propio de las economías capitalistas de los países históricamente protestantes, hace referencia a la apertura de establecimientos portuarios y mercantiles para facilitar las actividades comerciales, establecimientos que carecen prácticamente de institucionalidad política y que caracterizan, más bien, el imperialismo pirático anglosajón.

Ricardo Levene, historiador argentino, compulsó exhaustivamente las fuentes para buscar rastros de la existencia de colonias en la Monarquía Hispánica, vertiendo sus conclusiones en la conocida obra Las Indias no eran colonias (con tres ediciones: 1951, 1953 y 1973). En las 6.377 leyes de la Recopilación de 1680, por ejemplo, sólo se utiliza en una ocasión (lib. IV, tít. VII, ley 18) el término «colonia», y se utiliza en el sentido antiguo —el de Tito Livio—, no en el moderno.

En las fuentes posteriores Levene notó una divergencia: cuando se trata de fuentes jurídicas, el uso del término —todavía esporádico— es el antiguo; pero en la tratadística económica del siglo XVIII, ya contaminada por conceptos modernos procedentes de Francia e Inglaterra, se utiliza en un sentido ambiguo, normalmente acompañado del uso de términos poco estudiados como el de «dominios ultramarinos». Jurídicamente, sin embargo, el nuevo tratamiento fue irrelevante, pues desde que en 1573 Felipe II ordenara el abandono en los documentos oficiales del término «conquista» y su sustitución por «pacificación», todos los reinos indianos ya incorporados, así como los de futura incorporación, lo serían en calidad de aeque principaliter.

Algunos, obsesionados por hallar alguna colonia hispana en el Nuevo Mundo a fin de poder atribuir a la Monarquía Católica pecados ingleses, han llegado a especular que quizá el Fuerte de la Natividad fundado por el Almirante en 1492 podría considerarse «colonia» en el sentido moderno, pero dicho enclave fue destruido en 1493 y su estatuto nunca fue definido. La búsqueda obstinada de colonias —en sentido moderno— ofrece cierta similitud con aquella búsqueda de las Siete Ciudades de Cíbola que emprendiera Francisco Vázquez de Coronado en el siglo XVI. Una búsqueda curiosa pero poco prometedora, pues se trata de la persecución de un mito. Más suerte tendrían dichos propagandistas buscando las míticas Tartessos, Aztlán, o quizá la propia Atlántida.

Rodrigo Fernández Diez, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta de Méjico.