El calendario litúrgico nos ofrece siempre felices onomásticas que nos alientan con su ejemplo en el combate por la perfección cristiana. Sin embargo, no sólo el ámbito personal encuentra en estos modelos una guía, sino también la propia sociedad dada la llamada de la misma a reconocer la realeza del Niño Dios.
La Epifanía del Señor posee un significado de todos conocido, identificado con la llamada a la salvación, que con el Sacrificio en la Cruz se hará extensible a los gentiles. Pero la Providencia quiso representar a la multitud ajena a Israel en la figura de los reyes magos. No me refiero a representaciones de cuño modernistas, que diluyen el significado de los hechos en analogías desquiciadas, sino a la representación orgánica y natural de la propia sociedad.
En los reyes magos encontramos al mundo, que se postra ante el trono de Belén por medio de la figura jerárquica identificada con los magos de Oriente. Esta superioridad, fundada en la denominación tradicional, se asienta en el orden teórico y práctico. Teórico dada su denominación real, lo que hace significar que conceptualmente, el mundo es representado y la sociedad articulada por los monarcas. Práctico en la medida en que el calificativo «sabios» identifica el deber de la autoridad de someterse a la recta sabiduría, tanto natural —apoyada en sus conocimientos evidentes— como sobrenatural —simbolizada en la adoración—.
La Epifanía tiene una enseñanza fundamental para el pensamiento político católico, pues quiso la Providencia inspirar a los evangelistas para narrar este hecho histórico que ellos ni siquiera presenciaron. Desde el principio Dios subrayó que Cristo viene a reinar sobre los hombres, presentado como modelos a los príncipes que subordinan sus poderes al origen de los mismos. El reconocimiento de la realeza de Cristo en Belén entraña la significación de multitud de elementos posteriormente desarrollados por la doctrina católica política. El primero de ellos es el origen divino del poder, apreciable al presenciar la adoración de los reyes a los pies del pesebre, junto con el ofrecimiento de los diversos presentes como símbolo de sometimiento. El segundo es el reconocimiento social de Cristo como rey, no sólo el institucional ni sólo el personal. En el portal encontramos la presencia de reyes y pastores, esto es, la sociedad se postra ante el Divino Príncipe en su conjunto. No sólo lo hacen los reyes y con ello basta —encontrando una refutación a la corrupción westfaliana— como tampoco basta con reconocimientos personales ajenos a la autoridad política —como plantean los «católicos» liberales—.
Así, quiso Dios que con la narración de los hechos que estos días contemplamos se anunciase la llegada del Rey de los reyes, aquel llamado a reinar por su condición de Sacerdote, Rey y Profeta. Estos acontecimientos deben servir de aliciente en el apostolado político al que estamos llamados los católicos tras el derrumbe del orden social cristiano, desechando las posturas ultra encarnacionistas o ultra escatologistas, que acaban diluyendo la doctrina de Cristo Rey, unas en la inmanencia materialista y otras en la inmanencia subjetivista. Ante estas tentaciones, imitemos a los reyes magos, colocando nuestros humildes presentes a los pies del Rey de reyes.
Miguel Quesada, Círculo Hispalense