Trágala, trágala (I)

Benabarre. Foto Heraldo

Siguiendo la estela de los diversos bicentenarios que se van cumpliendo en nuestros años en orden a los orígenes de la Revolución que venimos sufriendo en el ámbito hispánico, conviene aprovechar la oportunidad de subrayar la verdad histórica y poner más en evidencia la maldad de todos esos procesos, en sus ideologías teóricas y aplicaciones prácticas.

Para ello, sirven de indudable ayuda las denuncias y refutaciones hechas por las publicaciones y los autores realistas contemporáneos de aquellas épocas de convulsión y ruptura. Verificándose en estos tiempos los doscientos años del Trienio Liberal, es de obligada conmemoración el recuerdo de los «mártires de la Constitución». Esta última expresión es equívoca: no aludimos, por supuesto, a todos aquellos criminales que los liberales actuales consideran sus «héroes» en tanto que «patriotas defensores de la Constitución y reos del despotismo monárquico y eclesiástico»; sino que nos referimos a todos aquéllos católicos y realistas que, en el contexto de la sacrosanta guerra realista contra la Constitución, fueron víctimas atroces de los carniceros militares-terroristas liberales que iban asolando las poblaciones españolas, y que morían mártires por no querer jurar ni acatar ese documento infame tal como pretendían obligarles los propios negros.

Las páginas del diario realista El Restaurador recogen muchos ejemplos de esta heroica actitud del pueblo español. Y a ella hace referencia también un autor realista poco conocido hoy, pero publicitado en su día por el mismo diario: Mariano Castillón. Natural –como sus ancestros– de la localidad oscense de Ponzano, ejerció varios años como oidor en la Sala de lo Criminal de la Chancillería de Valladolid, y, siendo ya Canónigo de la Catedral de Sevilla y oidor honorario de lo Civil en la Real Audiencia de esa ciudad, se produjo la traición de Riego y, al parecer, tuvo que exiliarse en Francia, desde donde escribió y estampó varios opúsculos durante el Trienio en defensa de la antigua legalidad y contra la Constitución. El Restaurador los volvió a reimprimir y anunciar a la venta en su número de 24 de Julio de 1823: ¿Por qué cae la Constitución en España?; Reflexiones sobre la Constitución política de la Monarquía española; y Discurso sobre la introducción del gobierno representativo en España. Este último escrito es quizá el más importante, llegando a tener repercusión y polémica en la propia Francia, pretendiendo contestarle el Journal des débats de 26 de Mayo. Castillón avisaba y precavía contra la posible intención de la Santa Alianza –en flagrante contradicción con la legalidad multisecular de la Monarquía hispánica– de querer implantar en suelo español el llamado sistema representativo de Carta de derechos y Cámaras colegisladoras tal y como se había realizado en la llamada «Restauración» de Luis XVIII.

Acción de Benabarre, entre tropas realistas y constitucionales

No estará de más citar algunos pasajes muy interesantes en donde el autor realista hace una comparativa entre los casos español y francés en relación con la Revolución. En primer lugar, en cuanto a la Historia de las dos Monarquías, afirma que el espíritu monárquico se desplegó con más energía entre los españoles que en Francia, y añade: «Y hay además la diferencia considerable de que en los trescientos años últimos, mientras el protestantismo sembraba en Francia gérmenes de división y de ruina contra la autoridad; en España, la guerra constante declarada a las novedades religiosas, consolidaba más y más el poder real, hasta poner su unidad a cubierto de todo ataque; y así, mientras el gobierno francés se veía obligado a conceder capitulaciones y a tolerar a los protestantes, nosotros, no satisfechos con cerrarles la entrada en nuestra casa, llevábamos al último punto nuestra unidad religiosa, y fortalecíamos la política con la expulsión de los moriscos. De aquí ha dimanado, que nuestra constitución como nuestras costumbres y leyes, sean eminentemente monárquicas».

Y, a continuación, centrándose en la época revolucionaria propiamente dicha, subraya una diferencia muy importante. Hablando primero de Francia, dice: «La Filosofía hizo la Revolución de Francia, y ha hecho la de España ni más ni menos; pero la Filosofía había adquirido otra extensión y otro ascendiente allá que acá. A la otra parte de los Pirineos había sabido propagarse desde los primeros hasta los últimos rangos, desde la Corte hasta las aldeas y caseríos, y había fascinado con su ilusión y con sus promesas a grandes y pequeños, a ricos y pobres, a los mismos cuya ruina estaba preparando; de donde resultó que aquella Revolución fue una obra verdaderamente nacional, obra a que concurrió generalmente el pueblo francés, sea con su consejo, sea con su acción, sea con su aprobación».

(Continuará)

Félix M.ª Martín Antoniano