Trágala, trágala (y II)

Lámina «el enfermo por la Constitución», 1820

Y continúa diciendo Castillón, ahora con respecto a los Reinos españoles:

«Mas entre nosotros, los progresos de la Filosofía no han podido extenderse, a lo menos notablemente, fuera de ciertos cuerpos literarios que se pueden señalar con el dedo, y de ciertas clases en que la corrupción de las costumbres había preparado el camino al trastorno de las ideas; pero otras clases, pero la inmensa mayoría y el verdadero cuerpo de la nación, no sólo se ha mantenido exento del contagio, si es que le ha mirado con horror, tomando cuantas medidas ha juzgado oportunas para precaverse de él y para extinguirlo desde que le vio tomar cuerpo en sus hogares. Nuestra Revolución no tiene nada de nacional: engendrada por los extraños, echada a la luz del mundo por cuatro teoristas acalorados, fomentada por un puñado de gentes perdidas desde sus cuevas tenebrosas, y llevada al cabo por una porción de tropas descarriadas; su carácter propio es el de una agresión contra la nación, el de una conquista intentada de la nación. ¿Y acaso han disimulado sus autores? ¿Qué quieren decir los himnos patrióticos al canto de los cuales se ha publicado, se ha sostenido y se pretende sostener el “nuevo régimen”? ¿Qué quieren decir los trágalas, y los lairones, y otras canciones de las llamadas patrióticas, en que al entusiasmo y urbanidad españoles, se ha substituido toda la rusticidad, la ferocidad, la bestialidad de los cafres? ¿Puede expresarse más terminantemente que la nación ha de tragar, mal que le pese, la Constitución que se ha antojado a los soldados imponerle, y que el que resista tiene ya pronunciada contra sí la sentencia de exterminio? ¿Quién es capaz de encontrar la más mínima diferencia entre la propagación de la Constitución y la del Al-Corán?».

Describe, a su vez, la loable respuesta de los pueblos españoles en levantamiento contra el nuevo «derecho» y el nuevo «orden» revolucionario, afirmando: «Nunca ha tenido España tan en el corazón sus antiguas leyes y costumbres como en el día». Y concluye afirmando que: «Dios, patria, Rey, Religión, leyes, legitimidad: éstos son los incitamentos que han armado las manos de esta milicia [realista]».

Cuando Castillón habla de «trágalas» y «lairones», se refiere al estribillo de unas canciones que empezaron a divulgarse poco después del Golpe de Riego. Lo cuenta con detalle el periodista costumbrista R. Mesonero Romanos en su libro Memorias de un setentón (1880). Una de las fondas de Madrid, llamada La Fontana de Oro –popularizada por el escritor liberal B. Pérez Galdós en su primera novela, de homónimo título–, se reconvirtió en café con la llegada del «nuevo sistema», sirviendo de sede para la Sociedad de los Amigos del Orden, una de las múltiples Sociedades Patrióticas que fueron surgiendo como setas de manera abierta (en paralelo con los clubes secretos) a lo largo del Trienio, y en donde se organizaban actos públicos con discursos en pro de las nuevas ideologías liberales o revolucionarias. Cuando Riego entró por primera vez en Madrid a finales de Agosto de 1820, esa Sociedad le organizó un banquete en su sede y después le llevó al Teatro del Príncipe a continuar la «juerga», donde los ayudantes de Riego «pusieron en conocimiento del público –dice Mesonero– la insultante y grosera canción del Trágala, que traían de Cádiz y que tan perniciosa influencia llegó a tener en la opinión de las masas populares [minoritarias aún, hay que recordar, en relación a la mayoría del sano pueblo español realista], y, por consiguiente, en la marcha violenta de la Revolución».

Relata Mesonero que la letra de su primera estrofa decía: «Por los serviles/ No hubiera unión,/ Ni, si pudieran,/ Constitución;/ Pero es preciso/ Roan el hueso,/ Y el liberal/ Les dirá eso:/ Trágala, trágala,/ Trágala, trágala/, Trágala, trágala,/ Trágala, perro». Dice que tuvo «infinidad de variaciones en la letra, a cual más insultante», y pone este ejemplo: «Trágala o muere,/ Tú, servilón,/ Tú, que no quieres/ Constitución./ Ya no la arrancas,/ Ni con palancas,/ Ni con palancas,/ de la Nación». E incluso se arregló para bandas de música con diferente compás y esta letrilla: «Antiguamente/ A los chiquitos/ Se les vestía/ De frailecitos,/ Pero en el día/ Los liberales/ Visten los suyos/ De nacionales./ Trágala [se repite nueve veces]/ Trágala, trágala, servilón,/ Traga la Constitución».

Termina opinando Mesonero que «esta funesta canción, que vino a ser el ça-irà de la Revolución española, la hizo más daño que todas las bandas de facciosos». Es posible que estas canciones se puedan considerar como acciones pioneras de «batalla cultural»: suponemos que de esa misma «batalla cultural» de la que tanto pregonan hoy día los herederos liberales «patriotas» de aquellos precursores de la Revolución, cuya «memoria histórica» (otra frase que tanto se estila hoy día) conviene recalcar con ocasión de los bicentenarios.

Félix M.ª Martín Antoniano