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Cuando hablamos de Adela Zamudio o de cualquier otro personaje de importancia histórica, debemos tomar en cuenta qué es lo que define la bondad o maldad de su obra. En esta labor, el historicismo constituye un obstáculo medular, porque nos lleva a hacer demasiado buenos a los malos y a ser demasiado malos con los buenos.
Básicamente, el historicismo es un error que consiste en interpretar la historia como un curso inevitable de acontecimientos que se suceden los unos a los otros. Según esta visión, lo que pasó, «pasó porque tenía que pasar» y ya, es decir, las cosas tienen un devenir positivo, necesario, bienhechor.
El curso de la historia se constituye, para este error, como un cúmulo de acontecimientos que implica un choque de fuerzas. Estas fuerzas son necesariamente contradictorias, y donde no haya el choque, hay que provocarlo de alguna manera para acelerar el ‘avance’ y llegar a la realización más perfecta del hombre.
Por esta equivocada forma de ver la realidad pensamos que, mientras más avanza la historia, más avanza la humanidad hacia la perfección de su ser. En otras palabras, la obra de Adela Zamudio encuentra toda su justificación porque «logró» o contribuyó a lograr ciertos «avances», que de otra manera hubieran resultado inviables: libertad de prensa, rebeldía femenina, Estado laico, etc.
Por ello, los obstáculos a Zamudio desde el historicismo tienen que ser percibidos como indeseables: cualquier persona, institución o costumbre que no se haya adaptado a los prejuicios ideológicos de Zamudio tiene que ser difamada. Lo mismo con otros íconos de la época anterior y posterior a ella: Simón Bolívar, Bernardo de Monteagudo, etc. Son personajes a los que no debemos cuestionar nada, porque supuestamente eran la vanguardia de su época, o sea, postularon «ideas avanzadas».
En el caso de Zamudio, si nos regimos por el historicismo, la ortodoxia católica representa un retroceso, un obstáculo a la realización última del hombre. Por el contrario, la pluma de dicha escritora representaría la vanguardia, la grandeza, la esperanza.
Si el historicismo fuera cierto, hoy por hoy habría menos maldad que antes en el mundo. Pero la situación parece indicar que no la hay, más bien al contrario: incrementan males como la impiedad, las violaciones, los robos, la corrupción, etc. En consecuencia, el historicismo necesariamente tiene que ser falso.
Para juzgar más apropiadamente la obra de Adela Zamudio, conviene despojarnos del historicismo, que no es más que un cúmulo de porquerías abominables y de muy mal gusto. Solo así podremos ver si Zamudio realmente colaboró al bienestar de la sociedad boliviana o si esto solo es un mito que favorece a ciertos grupos hegemónicos del poder que pretenden implantar su agenda perversa en la actualidad.
(Continuará)
Aarón Mariscal, Círculo Tradicionalista San Juan Bautista.