Un deber tanto más alto (I)

ES URGENTE, IMPORTANTE Y UN DEBER DEL BAUTISMO GRITAR A PLENO PULMÓN Y ACLAMAR LA VERDAD, LA REGENCIA UNIVERSAL DE CRISTO REY

Estatua de Cristo Rey. Johannes M. Graf, Shutterstock

«En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad» dijo allá por 1925 el Papa Pío XI. Antes de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, antes de la bomba nuclear y la Guerra Fría, antes de la Revolución Sexual, de la subordinación de las naciones a la banca y sus magnates judeomasones, de la relativista y falsa libertad de religión que es libertad de perdición, antes de la asunción del igualitarismo destructor de la familia y la sociedad, de la mujer emancipada de su esposo y cabeza, del divorcio, del asesinato de los hijos en el aborto, del perverso homosexualismo liberal en su fundamento y estatista en su imposición, del asesinato de los ancianos y demás individuos considerados inútiles al materialismo, antes de las comunidades económicas internacionales y entes supranacionales destructores de los últimos rastros de independencia nacional, del nuevo orden mundial y un sinfín de desastres posteriores… antes de todo eso, el Papa Pío XI ya había señalado la causa de todos estos males y los que sobrevendrán: la desentronización de Cristo Rey en los corazones y las sociedades.

Y nadie le hizo caso, y seguimos sin hacerle el más mínimo caso. No hemos aprendido, no hemos ido a las causas reales del mal que nos aflige y a cada año que pasa, los horrores continúan, se multiplican y van alcanzando niveles que ni la más cruel distopía podía anticipar. Nuestra generación se rasga las vestiduras con los efectos que se manifiestan en esta década, y pretende encontrar la solución manteniendo los efectos de la misma enfermedad que se manifestaron unas décadas atrás, alabando los mismos males que no tienen otra consecuencia posible más que los horrores cada vez peores que siguen progresando. No basta con eso. Hay que ir al corazón de la desolación para rescatar las verdades morales, religiosas y políticas que constituyeron la Cristiandad y que fueron declaradas enemigas de la modernidad, y por lo mismo fueron olvidadas, ocultadas y ninguneadas.

Es urgente, importante y un deber del Bautismo gritar a pleno pulmón y aclamar la verdad, la regencia universal de Cristo Rey, Rey de toda la sociedad y, por lo tanto, verdad vigente para nuestros días. Como dijo Pío XII en la en la canonización de San Nicolás de Flüe: «¿Un retorno a la Edad Media? Nadie sueña con eso. Pero un retorno, sí, a una síntesis de religión y vida. Esta síntesis no es monopolio de la Edad Media: sobrepasando infinitamente todas las contingencias del tiempo, es siempre actual, puesto que es la clave de bóveda indispensable a toda civilización». Esta síntesis es real y existente históricamente, y por tanto cuenta con evidencia teórica y empírica para su posible restauración, no como una ideología utópica más de la modernidad, sino partiendo de cosas reales, de gobiernos reales y gestiones políticas reales, concretas, que sí existieron y fueron histórica, verídica e incuestionablemente santas. Por eso es necesario ahondar en la doctrina de la monarquía católica del Siglo de Oro español, desde la que podemos dar luz para los asuntos de nuestros días e iluminar las conciencias de tantas almas de buena voluntad que, sin maldad de su parte sino por el velo que oculta esta realidad, desconocen las causas del mal que quieren combatir y de la salud que quieren restablecer en la sociedad, y que por ese mismo desconocimiento son incapaces de hacerlo.

Pero no solo el Siglo de Oro español ha sido olvidado. Toda la Cristiandad, tachada bajo el nombre peyorativo de Edad Media, ha sido menospreciada, como si la sociedad actual y la de entonces estuvieran compuestas por seres diversos. Pero el ser humano es el mismo ser humano, su naturaleza es la misma, sus tendencias son las mismas, los vicios que le oprimen y las virtudes que le hacen alcanzar su fin son los mismos. La dimensión social de su pecado es la misma y su indigencia y necesidad de Cristo, de su Redención y de su Gobierno es la misma. La diferencia, pues, no está en la realidad, sino en un relato que nos ha sido impuesto y hemos asimilado. Nos hemos creído el mito del progreso modernista: que lo que antes era posible ya no lo es, que ahora debemos atender al contexto de la postmodernidad y que pretender algo más allá de un maquillaje católico a una realidad social anticatólica es impracticable.

(Continuará)

Javier Gutiérrez Fernández-Cuervo, Círculo Tradicionalista Leandro Castilla (Arequipa)

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