La resurrección universal de los muertos en un versículo de San Pablo

Detalle de la pintura «El Juicio Final», de Miguel Ángel Buonarroti

Ahora que estamos en tiempo de Pascua de Resurrección, nos gustaría referirnos a una importante cuestión relativa a aquella parte del Credo niceno en la que se proclama «Espero la resurrección de los muertos», y su vinculación con el pasaje de I Corintios, XV, 51. Desde los Padres de la Iglesia se conocía la existencia de dos versiones distintas de este versículo en los diferentes códices griegos. La moderna crítica textual se ha inclinado finalmente por la siguiente variante, que citamos traducida a partir de la edición bíblica del Sacerdote rioplatense Juan Straubinger: «He aquí que os digo un misterio: No todos moriremos, pero todos seremos transformados».

Éste es el texto que se recoge en la mayoría de las Biblias prácticamente a partir de principios del siglo XX, siendo –como es obvio– muy pocas las ediciones que traen un aparato crítico donde se recoja la otra redacción alternativa. Esta última es la que aparece, en cambio, en la edición canónica de la Vulgata, que traducida reza así (ed. F. Torres Amat, 21832): «Ved aquí [hermanos] un misterio que voy a declararos: Todos a la verdad resucitaremos, mas no todos seremos mudados [en hombres celestiales]». Evidentemente, cambia el sentido por completo, y es normal que los glosadores de la primera versión defiendan la hipótesis de que no todos los hombres habrán de pasar por la muerte (y que guarda relación con la teoría protestante del «rapto»). Así ocurre, p. ej., con el propio Straubinger, quien comenta: «Esta verdad expresa S. Pablo […]. S. Agustín y S. Jerónimo siguen esta interpretación, según la cual se librarán de la muerte los amigos de Cristo que vivan en el día de su Segunda Venida. Así lo indica también S. Tomás (I-II, q. 81, a. 3, ad. 1) y muchos teólogos modernos».

No ponemos en duda que haya teólogos modernos que sostengan eso; pero nos resultan extrañas las citas que hace de los dos Padres de la Iglesia y del Doctor Común, pues estas tres figuras mantienen exactamente todo lo contrario. Respecto a Sto. Tomás, afirma éste en el lugar de la Summa citado que «lo más probable y más común es sostener que todos aquéllos que vivan a la Venida del Señor morirán y resucitarán en seguida» (afirmación que se desarrollará más ampliamente en el Suplemento, q. 78, a. 1). En cuanto a los dos Padres latinos, nos bastaría simplemente con citar lo que aparece escrito en el Catecismo de Trento (publicado en 1566 por San Pío V), Parte 1ª, Cap. XII, en su epígrafe §6 titulado «No habrá entonces ningún hombre que esté exento de la muerte y de la resurrección», en donde se dice lo siguiente (ed. traducida Anastasio Machuca Díez, 1972): «Por lo tanto, sin distinción alguna de buenos y malos, todos han de resucitar, aunque no haya de ser igual el estado de todos; los que hicieron buenas obras [saldrán] a la resurrección de la vida, y los que las hicieron malas a la resurrección de su condenación. Y, al decir todos, entendemos tanto los que habrán ya muerto al acercarse el juicio, como los que [entonces] morirán. Porque San Jerónimo dejó escrito que la Iglesia aprueba la doctrina que afirma que todos hemos de morir, sin ninguna excepción, y que es la que está más conforme con la verdad; y lo mismo siente San Agustín». En efecto, tanto San Jerónimo en su Epístola (nº 119) a Minervio y Alejandro, como San Agustín en el Cap. XX, Lib. XX, de La Ciudad de Dios, conociendo la presencia de las dos formas textuales en los múltiples códices griegos existentes, se deciden resueltamente por la variante defendida en el Catecismo. Con todo esto no pretendemos, sin embargo, menospreciar la edición de Straubinger (la cual recomendamos), sino solamente hacer una precisión que nos parece importante sobre un punto fundamental del dogma de la Fe verdadera. Por supuesto, tampoco queremos dar a entender que la edición oficial de la Vulgata goce de una total y absoluta precisión textual que no requiera de crítica textual alguna. El Papa Pío XII ya dejó bien claro en su Encíclica Divino Afflante Spiritu (1943) que, cuando el Concilio de Trento declaró como auténtica a la Vulgata de entre todas las versiones latinas, se refería sólo a que, por ser la usada durante tantos siglos por las Iglesias, se la confirmaba exenta de todo error en materias de fe y costumbres, y, por tanto, se la reconocía como la versión jurídicamente oficial para ser aducida en cualquier controversia doctrinal dentro de la Iglesia; pero no que su texto fuera literalmente acorde con el de la versión original, cuestión que se dejaba a la libertad de estudio de los eruditos. Por ejemplo, en la versión oficial-tridentina de la Vulgata, como hemos dicho antes, se dice en el pasaje que venimos discutiendo: «Todos a la verdad resucitaremos, mas no todos seremos mudados»; pero San Jerónimo y San Agustín citan este pasaje de esta forma: «Todos ciertamente nos dormiremos, pero no todos seremos transformados». En uno se dice «resucitaremos», en otro «dormiremos»: como se ve, si bien el sentido último de las frases es el mismo, los verbos usados son distintos.

Félix M.ª Martín Antoniano