«[…] Los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, más poder y sabiduría de Dios para los llamados, ya judíos, ya griegos». (1 Corintios 1: 22-24).
Así dice el apóstol de los gentiles sobre lo que significaba, en su época, la fe cristiana. Para los judíos, llamados a la salvación, los primeros invitados a las bodas del rey, que desoyendo el llamado fueron desechados y para el mundo pagano, imbuido en las diferentes corrientes filosóficas que, a pesar de que la ley natural ya predecía desde lo inconsciente, desde lo desconocido y hacía que los hombres buscaran a tientas el camino único a la verdadera y eterna vida, también desdeñaban del poderoso mensaje de la cruz.
Hoy, la cosa no cambia y de hecho jamás ha cambiado. El mundo sigue dividido entre quienes ven a Cristo como un tropiezo y entre quienes lo ven como un síntoma de locura, pero ambos grupos siempre tienen algo en común: la soberbia, el orgullo, el querer gobernarse sin Dios.
Los seguidores de Cristo, en este momento más que en los anteriores, somos vistos como un grupo de desadaptados, anticuados y locos. De cierto modo, nos ven como la gente de Atenas veía a Diógenes: como perros callejeros que, ojalá, algún día se lleven a la perrera. Pero no a todos los que se llaman «seguidores de Cristo» los ven así. Hay grupos enormes de personas que igualan a Cristo con Buda o Mahoma y esos son los que manejan un Jesús personal, acomodado a sus pretensiones e intereses, a sus vicios y hedonismos.
Es a los que vemos a Cristo como el camino único y firme hacia Dios, como rey literal del universo entero, a quienes nos ven como perros. Y nos ven así porque mantenemos la lucha frente a un sistema-mundo plagado de desorden y de esclavos.
Pero hoy es necesario sentir orgullo y alzar la cabeza porque somos unos locos que, mirando al cielo, vemos más que nubes: vemos nuestra gloria en el sufrimiento del redentor. Vemos a la cruz como un trono, a las espinas como real corona y a la caña como cetro y a nuestro rey venciendo sobre el maligno con su muerte.
«Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me aborreció antes que a vosotros […] En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo». (Juan 15:18, 16:33).
Adrián Esteban Hincapié Arango. Círculo Tradicionalista «Gaspar de Rodas». Medellín, Colombia.