El Yunque y los carlistas

Hablar del Yunque siempre es asunto complicado, pues ocurre lo mismo que al hablar de la masonería: quien lo hace se expone a ser fácilmente retratado como un lunático conspiracionista sin la más mínima credibilidad; en el imaginario de todos está el célebre Jerry Fletcher, aquel personaje de Conspiración interpretado por Mel Gibson que desde su taxi neoyorquino fantaseaba con todo tipo de tramas y corruptelas ocultas. Más allá de la ficción, a los más ingenuos les cuesta creer en la existencia e influencia de este tipo de sociedades secretas «discretas». Precisamente por eso, ese estereotipo de conspiracionista se convierte, como arma arrojadiza, en la mejor carta defensiva de estas sociedades: el temor a ser encasillado en él relaja la vigilancia y anula cualquier tipo de resistencia.

Sin embargo, nuestro sabio refranero nos dice que cuando el río suena, agua lleva, y, como Jerry Fletcher, a veces los lunáticos tienen más razón de lo que parece. Las acusaciones de pertenencia al Yunque de determinadas asociaciones civiles son cada vez más frecuentes y destapan siempre los mismos nombres. Las más de las veces han salido de la izquierda mediática, señalando a Vox como el principal beneficiario de sus campañas; pero también desde algunos sectores católicos, cada vez más amplios, se viene denunciando la proliferación de estas asociaciones instrumentales. La propia existencia del Yunque ha quedado acreditada en pronunciamientos judiciales y ha motivado, incluso, reacciones oficiales adversas en algunas diócesis españolas.

En realidad, el fenómeno es, hasta cierto punto, sociológicamente comprensible. La presión de vivir en un medio hostil a la Fe y lo atractivo de pertenecer a una organización misteriosa hacen que muchos se sientan cómodos en esa cobarde clandestinidad que, convenientemente articulada a través de asociaciones y plataformas instrumentales, permite al mismo tiempo la participación en eso que se llama sociedad civil. También el sentimiento de pertenencia a una organización exclusiva y excluyente alimenta la vanidad de los «elegidos» y satisface sus expectativas de medro político y socioeconómico. Se comprenden igualmente las causas preternaturales, pues se trata de la misma tentación con que la serpiente consiguió que Eva comiera el fruto del árbol prohibido: el conocimiento de lo oculto, la aprehensión privativa de la verdad.

Pero todos los católicos deben recordar que no es posible alcanzar fines lícitos por medios ilícitos. Además, en este caso ni siquiera se puede hablar de fines lícitos: las manifestaciones asociativas e institucionales vinculadas al Yunque se han demostrado siempre funcionales al liberalismo conservador. Para comprobarlo, no hace falta más que rastrear la proyección y trayectoria de los nombres que habitualmente salen a relucir.

En cualquier caso, sean cuales sean los fines del Yunque, es imprescindible recordar la verdadera doctrina sobre la prudencia que debe guiar la acción política hacia el Reinado social de Cristo. Ciertamente, la prudencia puede aconsejar, en determinadas circunstancias y según los fines, el silencio y el retraimiento en el medio en que el sujeto se desenvuelve. Los carlistas, que a lo largo de casi dos siglos han vivido siempre entre la censura, la persecución y el destierro, lo saben bien. Pero, tal y como nos recuerda el beato carlista Palau y Quer en su Catecismo de las virtudes, la astucia, el engaño y el fraude son vicios que se oponen a la virtud de la prudencia por abuso de sus medios: «La astucia se sirve de medios no sinceros sino falsos y disimulados para obtener un fin, sea bueno o malo». El engaño y el fraude consistirían en la ejecución por palabras y obras de esos medios falsos y disimulados que la astucia ha inventado para obtener un fin.

A ningún católico le es lícito, por tanto, pertenecer a una sociedad secreta; antes bien, todos tienen el deber de oponerse a ellas recordando las palabras de Nuestro Señor: «¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del celemín o de la cama? ¿No es acaso para ponerla en el candelero? Nada hay oculto que no haya de manifestarse, ni ha sido escondido sino para que sea sacado a la luz. Si alguien tiene oídos para oír, ¡oiga!» (San Marcos, 4: 21-23).

Además, esta actitud taimada, sectaria y sibilina es completamente ajena al ethos hispánico que ha caracterizado la vivencia de la Fe católica en nuestra patria. Precisamente en clave hispánica, es decir, como símbolo universal del estilo español, Manuel García Morente hablaba del caballero cristiano y paladín: «Y lo que lo caracteriza y designa como paladín no es solamente su condición de esforzado propugnador del bien, sino, sobre todo, el método directo con que lo procure».

Alberto Ruiz de Galarreta, en clave específicamente carlista, como continuación en nuestros días de ese estilo al que se refería García Morente, apuntaba a la misma idea: «Los carlistas no son aficionados a sutilezas ni a enredos políticos. Al pan, pan; y al vino, vino. Les molesta el narcisismo intelectual de los heterodoxos que tratan de involucrarles en lo complicado e inseguro. La sencillez y la lealtad favorecen la caballerosidad, que siempre ha sido celosamente cultivada en las filas de la Tradición. […] Siempre han despreciado la táctica inmoral, que muchos presentan como si fuera una maravillosa obra de orfebrería, de infiltrarse (como el cuco en el nido ajeno) para influir, instrumentalizando recursos y posibilidades ajenas, como una traición. La fidelidad a la palabra dada, a veces entendida de una forma un tanto positivista, es parte de la caballerosidad, sostiene la intransigencia y bloquea algunas maniobras políticas. La aversión de los carlistas a algunos altos perjuros no se debe tanto a las discrepancias políticas estrictas, y a las vinculaciones familiares, como al hecho del perjurio en sí mismo».

Por esta razón, no por previsible deja de ser doloroso que ciertas organizaciones que hoy usurpan el venerable nombre del Carlismo lo involucren en este tipo de tácticas reprobables (cada vez más descaradas, por cierto), mancillando así su reputación. En las filas de estas organizaciones, cómodamente instaladas en la deslealtad, cada vez son más las voces que defienden sin complejos la colaboración con el liberalismo conservador de nuestro tiempo (se ha llegado a hablar de «compañeros de viaje»), confirmando la unidad de acción que viene caracterizando la progresiva infiltración del Yunque en estos ambientes; unidad de acción que es también reconocible en la identidad de protagonistas de estas organizaciones y aquellas asociaciones civiles referidas en el principio.

Las obediencias secretas, en tanto que sustraídas de las relaciones visibles con las autoridades legítimas, son siempre perjudiciales al bien común y tienen algo de inmoral que naturalmente repugna a la sana conciencia del católico y del carlista. Por eso, los que nos gloriamos con estos nombres no podemos sino denunciarlas constante y enérgicamente.

Manuel Sanjuán, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella