Juan de la Reguera, en su obra, clasifica esas Providencias en cuatro Partes: la primera se titula De la creación, curso y valor, renovación, descuento, amortización y consolidación [= Deuda perpetua] de Vales Reales; la segunda, De las contribuciones impuestas para la extinción de Vales Reales y pago de sus intereses; la tercera, De los subsidios del estado eclesiástico y exacciones de sus rentas para la amortización de los Vales; y la cuarta, De la redención de censos, venta de bienes y otros arbitrios establecidos para aumentar el Fondo de Amortización de Vales Reales.
Vicente Pou, en su clásico La España en la presente crisis (1842), apunta: «Nadie ignora que los [liberales moderados] pertenecen a la antigua escuela que, desde el último tercio del siglo pasado, fue conocida en España por los nombres demasiado célebres de Aranda, Campomanes, y otros ilustres personajes que ostensiblemente la fundaron. […] de aquella escuela, como de otra caja de Pandora, salieron casi todos los males que en medio siglo han arruinado la nación en sus intereses morales y materiales. Sus fundadores y primeros alumnos fueron […] los que abrieron las primeras grietas del abismo donde se han hundido el Tesoro y el Crédito de la nación más rica del mundo, consumiendo en pocos años los caudales inmensos que la economía había reunido, en cuyo lugar sustituyeron el sistema de la Deuda Pública con el papel-moneda». Por su parte, Magín Ferrer recuerda, en aquella parte de su obra Examen de las leyes etc. (1839) que se publicó póstumamente con el título La cuestión dinástica (1869), que Carlos III «en cierto modo fue el primero que introdujo la Deuda Pública con la creación de los Vales Reales». Tras elogiar los reinados de Felipe V y Fernando VI, señala que «Carlos III subió al Trono [en 1759] encontrando […] el Erario apuntalado. […] Las guerras que ocurrieron en aquel reinado, si no fueron más bien expediciones aisladas, pudieron sostenerse y sufrirse sus reveses con poco más de los gastos ordinarios, y con el producto de las ventajas que se reportaron.
Preguntamos ahora: ¿cómo pudo ser que la nación, con los mismos o con menos gastos, y con entradas infinitamente más enormes que en los dos anteriores reinados, hubiese llegado en menos de veinte años a tal estado de abatimiento que, para salir de sus apuros, no se hallase otro remedio que el ruinoso de contraer una Deuda Pública con la creación de los Vales Reales [en 1780]?». Evidentemente el mercedario legitimista lanza una pregunta retórica, pues entiende que una medida de tales proporciones como es la de crear una Deuda Pública perpetua no podía tener por causa una sola guerra coyuntural (puro y simple pretexto). Ferrer aduce como razón verdadera la codicia de las rentas y los bienes eclesiásticos, habida cuenta de las grandes exacciones impuestas (por concesión papal) a las primeras, y algunas permutas (que no incautaciones, también concedidas) de los segundos, bajo la excusa de la extinción de la «Deuda Nacional»; pero creemos que la razón última de su implantación, incoada por los traidores ilustrados y consumada por sus herederos liberales, obedece a causas más profundas que, en nuestra opinión, sintetizó magistralmente C. H. Douglas en un discurso dado en Belfast, el 30 de Noviembre de 1937, titulado Vuestra guerra en Alberta: «El objetivo consciente [de la camarilla de financieros internacionales que controlan el sistema] es el de mantener a la gran masa de población en el miedo a la pobreza y a la pérdida de la posición social; con lo cual no necesariamente quiero dar a entender que mantengan a la población con falta de artículos de primera necesidad, sino que […] lo que se pretende es que la población sea mantenida en una inseguridad constante y bajo la amenaza del esfuerzo agobiante, aun cuando tal esfuerzo no sea exigido por ninguna razón realista de la situación. Principalmente, todo esto se consigue mediante una completa orientación desviada del esfuerzo productivo: fábricas redundantes, “Obras Públicas”, “Modas”, etc., todo menos bienes de consumo deseados. Puedo imaginar que cualquiera que no esté familiarizado con las técnicas del sistema de creación de Deuda en el cual todos existimos, podría decir que todo esto no es más que una agreste afirmación incapaz de probarse. Por el contrario, es capaz de probarse […] a partir de las siguientes proposiciones: a) La vida y el trabajo modernos no pueden llevarse a cabo sin el uso del dinero. b) Todo dinero viene a la existencia como una deuda de la comunidad con las agencias creadoras del dinero. c) El deudor es el siervo del prestamista hasta que su deuda sea pagada. d) Las deudas que la comunidad debe a [dichas agencias] están incrementándose en una proporción geométrica, y nunca podrían ser devueltas, ya que la cantidad de dinero en existencia en todo momento en posesión de la comunidad representa una fracción microscópica de las deudas que [aquéllas] poseen contra ella. La propuesta que es presentada por todos los Gobiernos, [portavoces de esas agencias], es que la capacidad de pago debería constituir la medida de las obligaciones del deudor, lo cual significa que todo lo que él no necesite para llevar una existencia básica debería ponerse al servicio del prestamista». Es decir, control totalitario.
Félix M.ª Martín Antoniano