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El «nacionalismo integral» constituía el núcleo de la doctrina de la Falange Socialista Boliviana (FSB). ¿Por qué añadir un adjetivo al simple y suficiente concepto de nacionalismo? La explicación podría girar en torno a la existencia de un rival: el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).
Si hay otros que se hacen llamar nacionalistas, pero no son nacionalistas a la manera en que a uno le gusta, entonces conviene categorizarse como un tipo específico de nacionalismo para distinguirse de la competencia. Así, el nacionalismo del otro queda como una desviación, algo incompleto, mientras que el grupo propio se presenta como «el verdadero nacionalismo», es decir, el completo o integral.
La falange boliviana define a su nacionalismo integral como «la suma de una conciencia de los valores telúricos de una serie de causas y factores que históricamente conforman la comunidad patria». Desde ya, aquí destacan dos términos problemáticos que encierran una serie de ideas que vale la pena analizar.
Con respecto a los «valores», ya Rafael Gambra descubrió en un artículo publicado en Verbo los errores fundamentales detrás ese concepto moderno. Él señala que, a fines del siglo XX, la secta panteísta hindú Brahma Kumaris estaba detrás de la innovación pedagógica impulsada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que promueve los «valores», con el fin de impartir una nueva moral laica o arreligiosa.
Así lo expresa el gran filósofo español: «Ya no se oirá hablar del bien o del mal, ni de la virtud y el vicio, ni del pecado y la Redención, ni del temor o del amor de Dios, sino de “los valores” que, sin mayor precisión, encubren toda realidad que exceda del mundo material que trata la ciencia físico-matemática». Ciertamente, esto no es reciente, sino que viene de larga data, pues a inicios del siglo XX, Max Scheler y otros autores habían propuesto la axiología o teoría de los valores como reacción al positivismo, que se caracterizaba por la reducción de la realidad a lo físico-matemático.
Además, Gambra indica que el falangista español José Antonio Primo de Rivera conoció la idea vaga de «los valores» mediante Ortega y Gasset, quien bebió de la obra de Scheler. Una muestra de eso es que Primo de Rivera define al hombre como «portador de valores eternos».
Por otro lado, el tema del telurismo ya fue abordado brillantemente por Alberto Caturelli, también en la revista Verbo. A inicios del siglo XX, el nacionalismo boliviano se estaba nutriendo de ideales en torno a la mística de la tierra, consolidada sobre todo por tres autores clave: Franz Tamayo, Jaime Mendoza y Roberto Prudencio Romecín.
Caturelli considera a esta corriente de pensamiento «indigenismo no marxista»: la exaltación del indígena u originario americano prescindiendo de las teorías postuladas por Marx y el comunismo en general. El autor llega a la conclusión de que estas ideas son contradictorias, ya que pretenden un regreso a lo originario puro utilizando métodos modernos e impuros.
En concreto, Caturelli afirma: «Semejante regreso al ámbito de la conciencia primitiva no le es ya posible al hombre que, para sostenerlo, piensa y escribe libros, reflexiona, argumenta y concluye», es decir, hace uso de su inteligencia. El autor dirige a los indigenistas la misma crítica que otrora dirigió contra los europeos Nietzsche, Spengler y los vitalistas en general, pues considera que el indigenismo se trata nada más y nada menos que del sangre y suelo germánico aplicado a tierras indianas; el telurismo «equivale a un regreso al elemento primario de la visión incaica del cosmos que es la piedra».
E. Zúñiga, Círculo Tradicionalista San Juan Bautista.