Lima o el escenario de una constante ruptura

Detalle de «La captura de Atahualpa»

La realidad política peruana vuelve a ser un rompecabezas cuya figura final es aún incierta. Las últimas elecciones regionales y municipales nos dibujan un nuevo paradigma político en un Perú que, hoy más que nunca, oscila entre el mantener la estabilidad económica de los últimos años o el arriesgar el status quo en busca de cambios para solucionar problemas internos que llevan tiempo en el país, a la par que maneja los asuntos foráneos con influencia directa en el país.

Para este análisis, se hará énfasis en Lima, uno de los principales centros de «impacto político», por así decirlo, término que será detallado a continuación. Lima fue una de las grandes «perdedoras» las últimas elecciones presidenciales, uno puede evidenciar ello comparando los resultados de elección en la metrópolis y los dados en provincias(sobre todo en la sierra), más aún si acentuamos los resultados de la segunda vuelta, donde incluso teniendo el peso demográfico que tiene, no pudo revertir la tendencia de votos a nivel nacional. La presencia de Lima y su diferencia con los intereses de las provincias no es un hecho aislado en el tiempo, es más bien una constante en la historia del país. Constante que puede ser detectada en tiempos de la independencia, pasando por el primer siglo de la república, hasta nuestros días.

Presentado el contexto, es preciso analizar los escenarios que se han presentado durante las elecciones. Primero, la evidente debacle de Perú Libre(partido al cual pertenece el actual presidente) en Lima, donde su candidato no obtuvo ni siquiera el 5% de votos, siendo que las elecciones pasadas, el partido cosechó 7% del electorado, en primera vuelta, y un 31% en segunda vuelta.

Asimismo, se reafirma el mal momento de los partidos tradicionales, hecho ya demostrado en las últimas elecciones presidenciales, pero que se ha visto aumentado estas últimas elecciones, con resultados paupérrimos en la capital y provincias desfavorables en el resto del país. La crisis de representación del Perú encuentra en la ausencia de partidos convencionales una muestra de carencia de respaldo electoral ante la incertidumbre.

Decía Séneca, «quien nada quiere deber, es un ingrato». Contexto aplicable a la situación de los votantes peruanos para con los partidos tradicionales.

 Destacar también el debilitamiento de la figura del «outsider», un dato no menor, si consideramos que esta figura es una constante en la historia reciente en el país, pero que encuentra su justificación de existencia frente al descontento popular ante los partidos tradicionales, escenario que por lo ya mencionado anteriormente, no se muestra como tal. Algunas características del «outsider» son reconocibles en los tres principales candidatos que postulaban Rafael López Aliaga, Daniel Urresti y George Forsyth, pero no se concretan en uno propiamente dicho al ser estos ex-candidatos presidenciales, cuyo rendimiento en la capital fue bastante significativo, siendo su postulación por la capital una toma de partida por lo seguro y en el caso del electorado, encontrar en ellos seguridad que de alguna otra forma no encontrarían en un candidato «nuevo». Dejándonos entrever un escenario donde se evidencia una suerte de «desquite» por parte de los votantes de Lima respecto a lo acontecido las últimas elecciones presidenciales y, a su vez, una búsqueda de seguridad ante lo experimental, que remite al trasfondo experimental presente en el gobierno actual.

 «Todo oficio que aprovecha tanto para reunir a los hombres como para defender la compañía de ellos, se tiene que anteponer al oficio en el cual se contiene el conocimiento y la ciencia de las otras cosas. Y así sabemos que Dios nunca tuvo por tan justa una petición si alguien pedía riquezas o ciencia de las estrellas o cualquier otro linaje de saber, como sí tuvo por justa aquella petición cuando Salomón pidió a Dios ciencia para saber gobernar a su pueblo».

Fray Alonso de Castrillo(1521).

Con los resultados ya en mano, encontrando en Rafael López Aliaga al próximo alcalde de Lima, obtenemos un escenario con la oposición dando muestras de reacción, aunque tardía y no muy organizada. Teniendo en frente a un gobierno que demora en establecerse, es menester el que la oposición organizada desde Lima plantee un reto que obligue a que el gobierno central o juegue (y organice) todas sus cartas o termine de mostrar sus escasas facultades para ejercer una correcta gobernanza. Porque no es solo el que gobiernen mal, es la incapacidad de hacerlo con virtud por lo que el presente gobierno debe ser combatido.

 Siendo el electo alcalde, un devoto de la fe, se espera actúe en razón de los mandatos que le confieren y sepa actuar con prudencia y a la vez con firmeza cuando así se lo requiera la situación. Tiene en su comunidad de mando a la ciudad del país más bañada por la modernidad, entiéndase en términos de Baumann, por lo que su sola elección significa una prueba para la continuidad de un proyecto a largo plazo, alternativo a los demás, pero convencional en las formas. 

En un mundo donde las tendencias apuntan a que grandes ciudades y capitales tomen cada vez más protagonismo, Lima no será la excepción y medirá su peso en base a lo profundo que sea su huella en el terreno del poder y en su capacidad para ejercerlo. Un caso repetido en otras naciones, como sucede en España, con Madrid o en Suecia, con Estocolmo, ambos casos con capitales con marcadas diferencias ideológicas respecto al resto del país. Teniendo así un escenario óptimo para ser una potenciadora de cambios, o un freno de estos, según dicten los tiempos. 

 A pesar de sus desaciertos Erasmo de Rotterdam apunta de forma correcta en «Educación del príncipe cristiano» con lo siguiente: «una idea» debe «preocupar al príncipe para gobernar», así como debe «también preocupar a la gente en seleccionar a su príncipe»: que «el bien público, libre de todo interés privado» debe ser protegido y preservado todo el tiempo. Es un deber del príncipe reconocer que él ha «nacido para el estado» y «no para su satisfacción»; es el deber de cualquiera que aconseje al príncipe asegurarse de que «no se fije en el engrandecimiento personal sino en el bienestar de su país»; y la función básica de las leyes es promover «el desarrollo de la comunidad» de acuerdo con «los principios fundamentales de equidad y honestidad».

Por último, y para terminar este análisis, detectamos que se está gestando un cambio en la forma de hacer política, pero manteniendo la esencia, gobernar para cambiar, no para regir. Una cuestión invariable. El quiebre surgido del cambio de mecánica en la forma en que aquellos que gobiernan para los demás, es uno del que nuestro país no encuentra vuelta atrás y lo pone a prueba a tal punto de descomponerlo a medida que se intenta resolver los errores que presenta en el transcurso. Recogía Santo Tomás de Aquino, de Aristóteles, «el “gobierno real” se caracteriza por una plenitud de poder sobre los ciudadanos, mientras que en el “gobierno político” el poder resulta encuadrado y regulado por las instituciones (y leyes) de la ciudad». El Perú carece de un «gobierno político» funcional, pero carece más de un «gobierno real».

 Leonardo Belfiore, Círculo Blas de Ostolaza