En el último día del mes de María podremos ante el Trono de Nuestra Reina y Señora las cincuenta flores que completan la corono de los ciento cincuenta salmos del salterio de María Santísima, que es el Santo Rosario. Quiero agradecer a quienes me han ayudado en este mes a poner una flor cada día a los pies de Nuestra Señora. Prefiero no decir sus nombres, pero sí les ruego les tengan en sus oraciones.
Hemos elegido para esta ocasión una flor singular: el clavel del aire. De la familia de las brómelas, esas flores aéreas, que, sin estar enraizadas en la tierra, reciben del aire, la lluvia y el sol, los nutrientes que alimentan su floración, como almas que reciben del soplo del espíritu, de las gracias celestiales y los rayos que a raudales concede Nuestro Dios, que sostienen con su gracias las flores de la verdadera devoción.
A las puertas de un sepulcro vacío escuchemos la voz del ángel que nos dice: No lo busquéis aquí, Él, resucitó. Ese milagro inaudito es el fundamento de nuestra Fe y debemos ir corriendo hasta allí, con san Juan y san Pedro para verlo, tocarlo y sentirlo como vacío, para que nunca se nos olvide que cielo y tierra pasaran, pero el Verbo de Dios es eterno.
Diez avemarías en este sepulcro donde Dios venció la muerte y con ella quedo vencido el pecado. Viva Dios que nunca muerte y si muere, resucita es la jaculatoria que canta el alma cuando la fe flaquea. Y es triste ver cuántos hombres de hoy, de buenas intenciones como los apóstoles, en vez de venir corriendo a ver el sepulcro vacío, para confirmarse en la Fe, se alejan vencidos y derrotados, acrecentando las huestes de los perdedores. Ya empiezan a buscar soluciones para sus dilemas personales, políticas y sociales al margen del único Victorioso. Si hoy necesitamos un milagro para salir adelante, no tendremos otro que este que el Domingo de Resurrección somos testigos: Cristo ha resucitado.
En el segundo misterio vemos ascender al Señor a los Cielos y un Ángel nos dice que no le volveremos a ver hasta que vuelva a poner a los que edificaron sobre Él a su derecha y los que con Él tropezaron, a su izquierda. Los ángeles nos envían para que demos testimonio de esa Victoria, la única y definitiva, que no busquemos otra. Y de esta victoria los católicos debemos ir hasta los confines de la tierra a dar testimonio de nuestra fe, con nuestra vida y nuestra muerte, para que cuando venga como juez no le respondamos como aquel que sabiendo que era severo a la hora de pedir cuentas había enterrado el talento. Que por estas flores sin raíces que viven del aire, el viento y el sol nos den un desprendimiento de lo terrenal para ascender con Cristo el día del juicio universal.
Al celebrar hoy el Domingo de Pentecostés, el tercer misterio glorioso adquiere aun más relevancia. Le pedimos a Nuestra Señora que nos acoja en el refugio de Su Corazón Inmaculado para que la abundancia de los dones del espíritu santo fortalezca nuestros ánimos abatidos.; para que no nos quedemos encerrados en los cenáculos, detrás de las barricadas por temor a morir en el empeño. Desechemos las tentaciones que bajo apariencia de bien nos proponen con comunitarismos conservadores que solo quieren conservar integro el pellejo, las prebendas con que el mundo compra a los traidores. Los moderaditos cobardes. El fuego del espíritu lo recibiremos en el Corazón de su Esposa y quienes, como el Primogénito, son hijos de Ella tengamos esa fuerza divina para rubricar con nuestra sangre, con los doce Apóstoles, la fe que creemos y predicamos. Fuego he traído al mundo y quiero que arda, que arda con el vigor que inflama el corazón de María y de sus apóstoles, como San Luis María nos habla en su Oración abrasada, hay fuego en el santuario y de fuego deben ser los Cruzados del Corazón Inmaculado.
Estas flores estilizadas y esbeltas florecen en una planta perenne. Perenne como esos misterios eternos, de siempre, que no necesitan adaptarse a las caducidades de las nuevas normalidades. No seamos como flores que por afán de adaptarse a la moda adquieren follajes caducos, que cambiando de estación cambian también de follaje.
En el cuarto misterio contemplamos a Nuestra Señora asunta a los cielos para ser la que es en la Trinidad. Los tres sépalos del clavel aéreo unidos en la base nos evocan la Trinidad de la tierra y los tres pétalos superiores nos hablan de la Trinidad del cielo, esa misma que no vemos, pero en la que sí, creemos. Los botánicos clasifican a estas plantas como epifitas, que viven en los aires. Las flores aéreas son más bellas cuanto más alto es el lugar de su nacimiento en la planta. Tienden a situarse sobre las copas del árbol para poder aprovechar la luz del sol y el agua de lluvia de primera mano. Quiera Dios que lo que contemplamos en el mundo vegetal se aplique al mundo espiritual, y en vuestros corazones florezcan hoy las virtudes, y así permanezcan muy cerca del trono de Dios.
En el quinto misterio del rosario, Nuestra Señora va a ser coronada como Reina y Señora de toda la Creación, reina de todos los corazones que habitan la mística Jerusalén de su Inmaculado Corazón. Ella alcanzará para sus hijos lo que anhelaba la madre de los hijos de Zebedeo, Santiago y San Juan. Esa madre buscaba colocar a sus hijos a cada lado de Jesús en el reino de los cielos. Él les dijo que ese puesto lo decide el Padre celestial. En cambio, será María quien nos dice que las almas que abracen la devoción al Corazón Inmaculado tendrán un lugar muy cercano junto al trono de Dios. Altamente recomendable para quienes vivimos en estos tiempos es este ascensor, como lo llamó Santa Teresita del Niño Jesús, tan apto a nuestras pocas fuertas y tan adecuado a ese amor inconmensurable que tiene María Santísima para cada uno de sus hijos; tomándonos en sus brazos nos alce hasta su pecho y así encontremos en ese refugio seguro al mismo Dios.
Ave Cor Mariæ.
Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas
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