El filósofo belga Marcel de Corte consagró una parte de sus reflexiones a la cuestión social. Quizá el estudio más importante que salió de su pluma en esta materia es el que apareció publicado en el número de marzo de 1970 de la revista mensual francesa Itinéraires, bajo el título «La economía a la inversa». Poco después, en el VII Congreso del Office International celebrado a principios de abril en Lausana, en su ponencia presentó una versión resumida de ese estudio con el encabezamiento «El Estado y el dinamismo de la economía». Finalmente publicó otra síntesis aún más reducida del mismo trabajo titulada «Filosofía económica y necesidades del hombre». Citamos estos tres ensayos suyos porque, aparte de su valor intrínseco, fueron sus tres únicos que sobre este asunto se recogieron traducidos en las páginas de la benemérita revista Verbo. Juan Vallet de Goytisolo, en el obituario que dedicó al filósofo, al mencionar su principal estudio (que estampó con el rótulo menos literal «La economía al revés»), comentaba que se trataba de un «estudio de una extraordinaria lucidez, que he citado abundantemente en mis trabajos acerca de la tecnocracia».
Marcel de Corte denuncia la disfunción, por inversión de sus fines, en que ha caído la Economía moderna en la época contemporánea, agravada por su colusión con el Estado moderno, que provoca como resultado un entramado político-económico dirigido a un máximo control totalitario del hombre, en lugar de un orden socioeconómico orientado a favorecer sus imperativos morales y espirituales. Aun a riesgo de simplificar, nos parece que el panorama denunciado por M. de Corte está bien resumido en estas líneas de su citado escrito «Filosofía económica y necesidades del hombre»:
«La humanidad evoluciona hacia la “perfecta y definitiva termitera”, como preveía el genio de Valéry. Por primera vez en su historia, la economía, dirigida por una técnica que pretende bastarse a sí misma y constituir su propio fin, camina a la inversa: en vez de producir para consumir, el hombre moderno se ve obligado a producir por producir. En la economía actual, el pleno empleo y la expansión económica continua se consideran como objetivos esenciales que deben perseguirse de modo absoluto y alcanzar bajo pena de decadencia. El producto nacional bruto, en ininterrumpido crecimiento, se ha convertido en el criterio absoluto de la salud de las naciones y de los trabajadores que las componen. Pero es claro que no se puede aumentar el empleo e incrementar cada año la producción nacional (e internacional) más que si hay mayor consumo de bienes producidos en exceso por productores excesivos. La finalidad normal de la economía resulta así invertida. El hombre debe consumir para trabajar. Ante nuestros ojos surge una sociedad denominada sociedad de consumo [N. B. subrayado de Marcel de Corte], que es, en realidad, la consecuencia necesaria de una economía apoyada esencialmente sobre los productores, a cualquier nivel que se sitúen. Los consumidores son tratados como vacas gordas en período de prosperidad, o como vacas flacas en período de escasez. Las necesidades del consumidor se encuentran subordinadas, si no sacrificadas, a las necesidades de los productores».
Estas apreciaciones recuerdan a las que el Sacerdote rioplatense Julio Meinvielle señalaba en la tesis principal de su libro «Concepción católica de la Economía» (1936), obra publicada bajo el auspicio de los prestigiosos Cursos de Cultura Católica de Buenos Aires, institución entonces de formación superior y germen de la futura Pontificia Universidad Católica Argentina. En la conclusión de su libro, sentenciaba Meinvielle:
«Sería erróneo imaginar que en una cultura economista [como la que impera en la Economía contemporánea] la función económica logra su objeto propio. Por el contrario, por lo mismo que el acto económico prima, cuando de su esencia es que esté subordinado al político y religioso, la función económica de aquélla debe hallarse invertida. Y así es, en efecto, según lo hemos demostrado en los capítulos del presente libro. La economía economista es inevitablemente invertida; en ella se consume para producir más, se produce para vender más, se vende más para lucrar más, cuando la recta ordenación económica exige que la finanza y el comercio estén al servicio de la producción y ésta al servicio del consumo y el consumo al servicio del hombre y el hombre al servicio de Dios».
Con independencia de las matizaciones o correcciones que se puedan abordar a nivel de detalles, la posición de estos pensadores delinea a grandes rasgos una recta y cabal orientación fundamental en el campo de la filosofía social cristiana. Nuestra principal crítica radicaría en la omisión en su análisis del elemento esencial que está detrás del fenómeno disocial contemporáneo: el elemento financiero. M. de Corte dirige su foco a los productores y al Estado moderno soberano. Meinvielle va un paso más, y alcanza su denuncia al sector financiero. Pero ahí se quedan, sin examinar cómo el dinero se ha convertido en el factor dominante y decisivo de la Economía, provocando su mal funcionamiento «al revés» o «invertido».
Félix M.ª Martín Antoniano
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