La tiranía de las izquierdas y el intento de vender la Patria a independentistas han provocado unas protestas populares por parte de toda clase de opositores a la izquierda nunca vistas en España desde la instauración del Régimen del 78. Las protestas van más allá de la toma de Sánchez del poder y se dirigen contra lo que no se puede calificar de otra manera que de un régimen criminal y anticristiano que institucionaliza el más abyecto maquiavelismo. Entendiendo esto, las críticas al «antirrey» de España, Felipe llamado VI, crecen cada día más, especialmente por su entreguismo a esta claudicación y porque parece importarle poco el bienestar de los españoles.
Estas críticas, si bien acertadas, salpican a toda la Casa de Borbón, confundiendo a Reyes de la talla de Carlos III con «antirreyes» como Juan Carlos, provenientes de una dinastía usurpadora que ni se la puede llamar Borbón. Comparar a estos monarcas con la augusta línea de los Reyes Legítimos que luchan desde el exilio por su Patria y por un retorno al orden tradicional español es muy triste. Monarcas en el exilio como Don Carlos VI, Conde de Montemolín, que ante la promesa estadounidense de recibir toda clase de financiación para ascender al trono a cambio de ceder la Isla de Cuba contestó que «prefería vivir en el destierro antes que atentar contra la integridad de España».
Esta acusación por parte de grupos de la más diversa orientación política (entre los que se incluyen independentistas, especialmente los catalanes) pretende que la Dinastía de Borbón es antiespañola, extranjerizante y cobarde, mientras los Habsburgo son presentados como ejemplo de dinastía española que llevó a las Españas a las cotas más altas de la Historia. Es necesario aclarar que los Austrias españoles contaron monarcas de la talla de Carlos I o Felipe II, que tienen mi completo respeto y admiración. Pero del mismo modo Felipe V de Borbón fue un monarca ejemplar que, aunque nacido en Francia, tenía la sangre española de su madre y era descendiente de Felipe IV. Dejando aparte a la dinastía isabelina, el objeto de este artículo es hacer una defensa de los Borbones de la mano de la gran obra de Fernado Polo «¿Quién es el Rey?».
En efecto, la nostalgia por una victoria de los austracistas en la Guerra de Sucesión Española es sorprendentemente compartida por grupos nacionalcatólicos, liberales, nacionalistas periféricos (especialmente catalanes), etc. Justifican esta conclusión, por ejemplo, en que el Archiduque Carlos tenía mejores derechos dinásticos al trono de las Españas y, al ser Habsburgo, no pertenecía a una dinastía extranjera. Sobre esta afirmación hay que decir, en primer lugar, que el Archiduque Carlos no tenía mejores derechos dinásticos que Felipe V: «hijo de María Teresa, mujer de Luis XIV e hija de Felipe IV, por tanto, hermana consanguínea de Carlos II. Pero aun suponiendo que no fueran válidos los derechos de María Teresa, Felipe de Anjou hubiera seguido siendo el heredero ya que le hubieran venido los derechos por Doña Ana de Austria, casada con Luis XIII de Francia, hija de Felipe III y hermana mayor».
El Archiduque Carlos, si bien se encontraba entre la eventual línea sucesoria, estaba por debajo del orden de preferencia al ser su padre, Leopoldo I, hijo de Doña María de Austria, hermana menor de Doña Ana de Austria, siendo ambas hijas de Felipe III.
Está demostrado, pues, que en el aspecto sucesorio los Austrias alemanes, al ser una rama menor y al no haber una ley de carácter sálico para suceder al trono español de entonces, no tenían derechos sobre éste. No obstante, para muchos los Austrias tienen un valor sentimental que opera por asociación con glorias pasadas, sucediendo lo contrario con los borbones, asociados a la pérdida de un Imperio, primero, en 1714, con las posesiones europeas y luego, en 1823, con la pérdida de las posesiones americanas. Sobre lo primero, conviene precisar que cuando Felipe V ascendió al trono todas las posesiones europeas eran parte del mismo, pero con el desarrollo de la Guerra de Sucesión hubo que cederlas, lo que debe acusarse más bien a la coalición del Archiduque Carlos, de quien consta, además, que pactó con el Rey de Portugal «un convenio en virtud del cual entregaría al lusitano, una vez sentado en el Trono, Badajoz, Alcántara, Alburquerque, Vigo, Bayona, Tuy y La Guardia, es decir, las plazas fuertes de la frontera amén de otras poblaciones menores, y en América, toda la parte comprendida entre el Brasil y el Río de la Plata; no es de extrañar tampoco que dejase a los ingleses tomar posesión de Gibraltar, y no precisamente en su nombre, ni que enajenase el Ducado de Milán, atribuyéndolo al Imperio». Éste es el que muchos pretenden continuador de las glorias españolas. Felipe V, por otra parte, pudo negarse a acceder al trono español, pues una condición para suceder al mismo era renunciar a sus derechos en Francia. Sin embargo, no sólo renunció a ellos, sino que múltiples veces se enfrentó o tomó posiciones contrarias a los intereses franceses.
Acusar a los Borbones de déspotas ilustrados, por otra parte, es un error: en España, los abusos de poder del monarca fueron comparativamente mucho menores que los del propio Archiduque Carlos en sus dominios una vez al frente de la Corona de Austria, centralizando y fomentando todo tipo de políticas ilustradas. Carlos de Austria enarboló los fueros aragoneses, sí, pero esto sólo se hizo para sumar a los aragoneses a su causa. Felipe V, en cambio, no abolió los fueros hasta que estalló la guerra. Se puede debatir si fue o no una mala decisión, pero que estaba en su derecho de abolirlos nadie lo duda. Por otra parte, los fueros vasco-navarros no fueron alterados gracias a su lealtad.
Cabe mencionar que ninguno de los Borbones españoles padeció de reticencias a reanudar campañas para restaurar la gloria y el prestigio español, tales como las de Italia para recuperar el Reino de Nápoles, los intentos de recuperar las plazas tomadas por los ingleses en Menorca, Gibraltar o Florida, y el impulso de una gran flota española de la mano de Fernando VI que pudiera volver a rivalizar con la inglesa.
Otra crítica frecuente hacia los borbones, sobre todo desde ultramar, acusa las políticas emprendidas especialmente por Carlos III de carácter centralizador y monopolizador del comercio, afirmando que fueron malas y trajeron las semillas de los movimientos secesionistas hispanoamericanos. Si bien las políticas de los Borbones no fueron perfectas, muchas iban dirigidas a favorecer el intercambio comercial y fortalecer la autoridad en una zona que llevaba varias décadas de impase. Visto a día de hoy, es obvio que muchas de estas políticas enajenaron a criollos de la causa del Rey, y a largo plazo se puede decir que junto con las nuevas ideas respecto de la soberanía y las naciones políticas, acabarían creando movimientos secesionistas. Pero no hay que olvidar que fue una visión política necesaria para preservar la situación de la Corona, si bien los medios empleados no fueron siempre perfectos.
Pues bien, que todo esto haya sido tergiversado por parte de ciertos grupos hasta el punto de afirmar que los Borbones son una raza de Reyes incompetentes, pasivos e incluso al servicio de un estado extranjero (Francia), muestra una gran ignorancia acerca de su reinado. Es como la acusación de que los Pactos de Familia entre Borbones españoles y Borbones franceses fueron una suerte de acuerdos que beneficiaban más a los franceses que a los españoles, cuando la realidad fue que se pudo cerrar una de las fronteras más conflictivas para la monarquía española desde al menos los comienzos de la Edad Moderna. Hubo espacio para gestas, y en 1808 el pueblo español se levantó en armas contra el francés y a favor de esa monarquía al grito de «¡Que nos los llevan!». Tan Borbónico era el pueblo español que los liberales tuvieron que crear una línea usurpadora bajo ese augusto nombre tan sólo para dar la ficción de continuidad, y tan pronto como pretendieron cambiarla por otra dinastía, multitud de españoles la rechazaron batiéndose en las filas del muy guerrero Carlos VII, no viendo más remedio los liberales que restaurar aquélla para conseguir la paz.
Los Habsburgo han caído en la época contemporánea en las mismas relaciones que las que cualquier personaje de la derecha condenaría en un Borbón, como las de Otón de Habsburgo con masones, liberales y europeístas, mediando renuncia de sus derechos al trono de Austria, o su participación con miembros de la democracia… Tal es así que la Emperatriz Zita, madre de Otón, expresó varias veces su disgusto con las tendencias liberales de su hijo. Con esto no pretendo condenar a la Dinastía Habsburgo en su totalidad. Sabemos muy bien que a día de hoy existen miembros muy dignos de ella. Sólo pretendo señalar que la Dinastía Habsburgo ha caído muchas veces en posiciones que difícilmente se pueden calificar como consecuentes con su proyección.
Pero si el pueblo español siempre fue borbónico, ¿qué ocurrió en tan gran parte de la población española que a día de hoy preferirían los Austrias a los Borbones? La respuesta es una mezcla de tergiversación de la historia (particularmente del siglo XVIII), una obvia decadencia del Estado español de características indiscutiblemente liberales y unos despreocupados estilos de vida de sus «antirreyes», que en poco se parecen a aquellos grandes monarcas. No me resisto a comparar la huida de Alfonso el llamado XIII de España para dar paso a la proclamación de la Segunda República con la marcha de Don Carlos VII al exilio con aquel famoso y desafiante «volveré».
En suma, fuera Felipe, llamado VI, y viva la Dinastía Borbónica encarnada en la persona de D. Sixto.
José León
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