Descristianización de la sociedad (II)

LA SOCIEDAD MODERNA ESTÁ DESCRISTIANIZADA EN TODAS SUS CAPAS. PERO NO DEBEMOS DARNOS POR VENCIDOS

Continuando su medular estudio acerca de la descristianización social, Marcelo señala, después de la defección, tibieza y desidia de los que se confiesan cristianos, como poderosos factores anticristianos, al comunismo, la masonería y el laicismo, y las sectas protestantes. Omitimos las partes pertinentes al materialismo de izquierda y al derechista, por cuanto las realidades de lo que podemos llamar derrumbe del marxismo (iniciado hace décadas en los planos intelectuales), y las correspondientes a la entidad masónica son, ahora, muy desejemantes de las reinantes cuando nuestro pensador escribía; si bien doctrinalmente, las definiciones de los dos materialismos permanecen vigentes. Ofrecemos, por tanto, la parte final en que Marcelo, como en la primera, pone el dedo en llagas vivas y necesariamente curables (introducción de El Deber).

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El laicismo es cada vez el más solapado de estos enemigos. Entre nosotros ya es algo casi consubstancial, una herencia de honda raigambre, el pensar que la Iglesia está buena para las mujeres, que sus actividades no deben pasar de los cultos en el templo y que la educación, el trabajo y el hogar deben depender de cualquier otra autoridad, menos de la eclesiástica. Pero la Iglesia no es el edificio muerto del templo; la Iglesia somos nosotros. Y nosotros no nos vamos a encerrar, no nos vamos a meter en un panal, sino que tenemos que vivir en nuestro mundo, en nuestros ambientes, y lo vamos a hacer llevando la Palabra de Cristo a esa sociedad que parece haberla olvidado. Así como el comunismo fue engendro del liberalismo, así también el laicismo es criatura de la masonería. Ésta, apoyada en sus doctrinas naturalistas, quiso apartar al hombre de Dios, y no encontró mejor expediente para ello que despojar al pueblo de su fe. La escuela laica, para sólo citar la raíz del problema, implantada por los gobiernos masones, dio los tristes resultados de varias generaciones desenchufadas de su religión, privadas de su savia vital y cómplices, tal vez no muy culpables, de la paganización de nuestra sociedad. Contra este terrible enemigo nuestro, lo primero que necesitamos es el valor de declararnos cristianos íntegros, sin falsos respetos ni cobardes retraimientos. Digamos en voz alta que queremos el Reino de Dios y su Justicia en todas partes; en la escuela y en el hogar, en la plaza y en el cine, en la oficina y en el taller, y habremos dado el primer paso hasta vencerlo.

Pero, finalmente, queda por ver el que tal vez sea el peor de nuestros enemigos: las sectas heréticas de los protestantes. Desprendidas del gran tronco de la Iglesia hace cuatro siglos, han proliferado como mala hierba y se cuenta su número por centenas. Y olvidando que en su propio terreno -por ejemplo en Inglaterra y en los Estados Unidos que en un tiempo fueron casi totalmente suyos-, el catolicismo avanza incontenible con la fuerza de la verdad y la espada del espíritu, tratan de combatir nuestra fe católica en los pueblos de América. Nosotros mismos hemos sido testigos de la avalancha que viene de la poderosa Nación norteamericana. No renegamos de ella, pues acogemos con gratitud su afán por ayudarnos en más de un sentido. Pero sí podemos enérgicamente de los que, por ganar unos jugosos dólares, nos tratan como infieles y vienen a predicar las doctrinas del error entre nuestro pueblo. Aquí tenemos (…) un magnífico terreno para ejercer nuestro apostolado. Ya se nota un despertar promisorio en la juventud que quiere buscar el encuentro en el propio terreno del hereje, y esperamos que pronto podamos decir que hemos hecho frente al peligro y lo hemos derrotado.

Resumamos. A fin de sacar provecho de la discusión que debe quedar abierta después de mis palabras, debo extractar: la sociedad moderna está descristianizada en todas sus capas. Pero no debemos darnos por vencidos (…). No son sólo los enemigos internos los que debemos atender. Los hay también externos y a su encuentro debemos salir. Por consiguiente, propongo a vuestra consideración las siguientes conclusiones: 1) Debemos frecuentar los sacramentos buscando mantenernos en estado de gracia. 2) Debemos ilustrarnos e ilustrar a nuestro prójimo en la verdadera doctrina, y 3) Debemos enfrentar los enemigos internos con una educación de la voluntad y los externos con una firme postura de atajo a sus avances.

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