Aprovechando el ambiente todavía festivo, porque «hasta San Antón, Pascuas son», podemos abandonar las tierras del pirineo aragonés para recalar en las latitudes algo más cálidas del antiguo Reino de Valencia y de honda raigambre carlista dentro de la comarca del Maestrazgo. Son muchas las celebraciones en honor a San Antonio, abad, a las que podríamos asistir hoy, pero como no tenemos el don de la ubicuidad, una estupenda opción festiva es «La Santantonà de Forcall», en la actual provincia de Castellón.
En los archivos históricos se conservan pruebas documentales de cómo se desarrollaba esta celebración durante el siglo XIV; aunque, sin duda, tiene un origen muy anterior. El hilo conductor de la fiesta es la narración de un episodio de la vida de San Antón o San Antonio abad (Sant Antoni en valenciano).
Como todas las fiestas de cierta relevancia comienza la víspera, la noche del día 16 de enero. Los habitantes de Forcall han construido una enorme barraca, con pinos y ramas de otros árboles. La barraca cuenta con dos entradas a la plaza mayor de la localidad: es la vivienda de San Antonio abad y de su maestro, Sant Pablo ermitaño. Los dos santos están escondidos dentro, haciendo penitencia y alabando a Dios cuando un demonio descubre el lugar. Para atacarlos, llama a sus compañeros demonios: los «botargues». Entre todos los diablos agreden por sorpresa a los santos y los hacen prisioneros, llevándolos por todas las calles del pueblo. Los santos visten capas negras y los «botargues» llevan la cara cubierta y trajes blancos pintados con rayas oscuras a la manera de serpientes. Los «botargues» a su vez son auxiliados por numerosos «botarguetes» o diablillos que van con el rostro descubierto. También formará parte de este cortejo un personaje femenino vestido de forma estrafalaria, que pretende recordar las tentaciones que sufrieron ambos santos.
Durante el recorrido, los «botargues» llaman a las puertas de las casas y exigen un tributo, que normalmente se concreta en dulces hechos con miel y un vaso de vino. Cuando llegan de vuelta a la plaza, se prende fuego a la barraca mientras los «botargues» pasan entre las llamas y se disponen a sacrificar a los santos, a los que llevan atados. Entonces, San Antonio enarbola la cruz e invoca a gritos el santo nombre de Jesús, momento en que los demonios caen vencidos.
En el momento en que la hoguera se convierte en brasas se pasa a otra fase, por así decir, de la celebración: comienza la bendición los animales —San Antón es el santo protector de los animales domésticos—, a los que también se hace dar un par de vueltas alrededor del fuego.
En esta vistosa y excelente celebración no tiene cabida el veganismo como religión de sustitución: no falta la carne, cocinada en las brasas de la hoguera, que será degustada por todos los asistentes y acompañada después por una amplia gama de pastas, «coquetes» y «rotlletes».
Ana Herrero, Margaritas Hispánicas
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