No tenemos los mismos derechos

PARA SER VERDADERO DERECHO DEBE PONER SU PIE EN LA NATURALEZA, NO EN ENTELEQUIAS DE SOBERBIA

EP

Como el resto del pensamiento moderno, también las teorías liberales del derecho y el desarrollo del derecho nuevo circunvalan la naturaleza. Reproducen retorcidamente el orden natural en su merodeo errático.

Sabemos ya que el mal no tiene positividad ontológica: su existencia es parasitaria, consiste en la elisión, el impedimento de un bien o en un desorden infligido sobre el orden apropiado y bueno. Los males revolucionarios entran en este género, ése es su modo de ser, ése es su régimen político.

Cuando observamos las críticas del jacobinismo a los derechos naturales y verdaderos, que hallamos en nuestra tradición hispánica, rápido aparece el epíteto de privilegio. Antes no había derechos, sino privilegios. Entonces apelan a la universalidad de los individuos, al menos potencial, como sujetos del derecho.

Sin embargo, también en las sociedades modernas, como en cualquier sociedad que se mantenga en pie, no todos sus ciudadanos tienen los mismos derechos. ¿Es universal el derecho de aplicar justicia, o el de impartir una enseñanza, o el de curar? No existe una homogeneidad absoluta del derecho, ni la puede haber aunque sea una proclama fundacional del Estado moderno.

Al contrario, la posesión de los derechos encuentra una razón discriminadora: la capacidad real para realizar el acto para el que se tiene licencia y la responsabilidad. Esto marca que unos tengan ciertos derechos y otros no.

Cierto que en los Estados modernos esto se vía por una promulgación burocrática de certificados, pero los derechos jacobitas guardan la misma razón distintiva que los de cualquier sociedad. Y se muestra, aquí también, que no todos tenemos los mismos derechos ni puede ser así.

Al jacobinismo, la única fuente que le queda para afirmar la validez del derecho nuevo es gratuita, y más retórica que lógica. Consiste en señalar que han sido promulgados por una instancia soberana. Ahora bien, éste es el principio y la muerte de todo derecho nuevo. Por lo mismo, los amantes del estatalismo o liberalismo más decimonónico se encuentran sin respuesta ante los derechos posmodernos que abren los titulares hoy día.

Estos son producto de extremar esa promulgación soberana, son el delirio último del subjetivismo. No deja de sorprender, sin embargo, que estas pretensiones deletéreas se presenten de modo distintivo, proclamando hechos diferenciales. Porque el derecho, de por sí, distingue tanto como unifica.

Curioso es también, que esos hechos diferenciales los sitúen en elementos previos a la legalidad promulgada, que se buscarían imponer como fuente de derecho: el sexo biológico (feminismo), la sangre (lo racializado en una infame noción darwiniana de raza), la forma biológica (torcedura animalista); la costumbre logal (invertida en el indigenismo y el separatismo).

Todo esto lo hace desde el presupuesto de la soberanía moderna, aunque con una intención aún más dilaminadora que las fases anteriores del derecho nuevo. Muestra de que es heredado, muestra también de crisis y descomposición.

Pero en los movimientos del desorden, incluso ahí se distingue el orden conculcado, la esencia del derecho natural destruido: por articulador, tan distintivo como igualador; con criterios o fundamentos previos a la promulgación. Lógicamente, para ser verdadero derecho debe poner su pie en la naturaleza, no en entelequias de soberbia.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid

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