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Si bien no podemos valernos del principio «el amigo de mi enemigo es mi enemigo» como garante de certeza a la hora de emitir juicios, sí que nos da una pista para seguir el rastro de por qué no podría ser bueno admirar a esa escritora. En otras palabras, tal principio no constituye una prueba definitiva, pero sí un indicio muy importante.
Hay católicos que admiran a Zamudio, pero toca preguntarse: ¿hasta qué punto son ortodoxos esos católicos?, ¿se aferran a la fe verdadera o a una fe trastornada modernista? Considerando la actual crisis de la Iglesia, institucionalizada desde el Concilio Vaticano II —pero cociéndose desde antes— la situación se torna muy complicada, mas no por eso imposible.
Actualmente, no es raro ver a católicos compartir apasionadamente en sus redes sociales frases pintorescas de personajes heterodoxos como Gandhi, Mandela o Martin Luther King. Esto con igual o mayor intensidad que de personajes ortodoxos, como Santo Tomás o San Agustín.
En consecuencia, es de esperarse que también compartan con alegría los escritos de Adela Zamudio, quizás no los que se refieren a la religión, pero sí a sofismas vagos agradables para el pensamiento moderno. Si los católicos reciben una mala catequesis, una mala educación familiar y una mala influencia del colegio, de la universidad y de los medios de comunicación, no esperemos que admiren a los personajes correctos.
Esta —posible, mas no segura— buena fe en los católicos quizás disculpa sus errores. Solo Dios sabe qué hay en la conciencia de cada uno, así que no vamos a juzgar la intención de los católicos modernos. Lo único evidente aquí es que piensan como piensan por culpa de alguien más, y ese alguien lo conforman toda una serie de factores que conforman el sistema secularizado que nos gobierna.
Además, el chauvinismo es un factor crucial a la hora de entender por qué Zamudio obtuvo la fama que tuvo. A veces, la búsqueda desesperada de figuras públicas que hagan destacar el nombre de nuestros países en el extranjero nos lleva a cometer la peor de las locuras: admirar los errores de ciertos personajes y tratar de imitarlos.
No es de extrañarse que algún boliviano se emocione cuando alguna modelo —de esas que visten en paños menores— triunfa en concursos de belleza en el extranjero. No importa que ella promueva la perversión sexual o la fornicación: lo que importa es que «es de nuestra tierra» y tenemos que difundir lo que hace.
Tal situación sucede con personajes de pérfidas obras o doctrinas, como Víctor Paz Estenssoro, Fausto Reinaga o Juan Lechín Oquendo. Pareciera que a muchos no les interesa matizar si lo que hicieron estos individuos fue bueno o malo o si favorecieron al bien común: lo único que importa es que eran bolivianos y eran famosos en el extranjero; por tanto, habría que reivindicarlos.
Entonces, pero ¿qué tiene de malo Zamudio? Si luchó por los derechos de la mujer, por la libertad, por la educación… pues eso es lo que dice la propaganda. Generalmente, cuando hay términos vagos de por medio, como «igualdad ante la ley», cabe desconfiar de un escrito que haga apología de una forma de pensar determinada.
Basta con saber que el panfleto feminista, proaborto y prosodomita Muy Waso exalta frecuentemente la figura de Zamudio. El feminismo es un error condenado por la Iglesia, así que no es lícito para un católico adherirse a su doctrina.
Los dogmas feministas giran en torno a una supuesta emancipación de la mujer, mediante la cual esta se libró y se sigue librando de los malvados esquemas mentales a los que la sometía la sociedad machista —vaya uno a saber qué es exactamente el machismo—. En este sentido, el feminismo considera que las labores domésticas no solo son perjudiciales para el bienestar de la mujer, sino también indeseables y opresivas.
La doctrina católica sostiene y ampara las labores domésticas, porque constituyen el orden natural querido por Dios para la familia, formada del matrimonio entre varón y mujer. Además, promueve su reconocimiento y trato justo, frente al liberalismo desquiciado que pretende aniquilar la armonía del orden cristiano. No es de extrañarse que los liberales «antiprogres» de hoy se burlen de las mujeres denigrando la admirable labor de ama de casa.
Y por si fuera poco, una logia masónica lleva el nombre de Adela Zamudio, y la masonería también está condenada por la Iglesia (ver encíclica Humanum Genus). Inclusive, estudiosos del tema como el profesor universitario Arturo Urquidi señalan que Zamudio era «profundamente deísta». En tal caso, es posible que en algún momento de su vida Zamudio haya pasado del protestantismo al deísmo.
La masonería sostiene el deísmo, es decir, la idea de que Dios forma parte de una experiencia personal solamente. Esto a todas luces se opone a la doctrina católica, que proclama a Dios no solo como primera causa de todo lo que existe, sino también como un interventor constante que no deja que nada suceda o se permita sin su voluntad; es decir, lo que Él hace nos afecta a todos.
Siendo entonces el feminismo y la masonería enemigos acérrimos de la fe católica, es conveniente, saludable y necesario que los católicos lo piensen dos veces antes de admirar la obra de semejante personaje.
Aarón Mariscal, Círculo Tradicionalista San Juan Bautista.