Estamos de acuerdo en que Lutero es una gangrena para la sociedad; a mi juicio es el «Big Bang» del relativismo desenfrenado de nuestros días, aunque como sabemos, la raíz de las ideas de Lutero ya iba apareciendo con anterioridad a éste. Sin embargo, para reforzar la solidez de las afirmaciones que realizamos sobre Lutero, debemos detenernos a observar cómo ha influido en la modernidad; para ello me centraré en un punto concreto: la sola fide.
La explicación más inmediata del significado de la sola fide es la fe sin obras, como señala Álvaro d´Ors. Para Lutero, las obras que uno pueda realizar no tienen influencia en ningún sentido sobrenatural, y, por lo tanto, se quedan desplazadas a la vida económica terrenal. Aquí podemos comprobar de forma clara la influencia de Lutero en la modernidad, donde el dinero se ha convertido en un fin (es por ello que debemos de tener un especial cuidado a la hora de tener simpatías con determinados partidos políticos que en apariencia casan con valores tradicionales, pero que su razón de ser es exclusivamente el liberalismo económico, en definitiva: el liberalismo).
En nuestros días, podemos comprobar cómo en algunas entrevistas a jóvenes que se hacen por la calle, a la pregunta de ¿qué es una mujer? No saben qué responder, pero lo mismo ocurriría si les preguntáramos ¿qué es una botella de agua? En realidad, cualquier cosa podría ser cualquier cosa, puesto que nos encontramos en un mundo en el que reina el inmanentismo, lo cual nos viene también de Lutero. Calderón Bouchet afirmaba que todo el inmanentismo moderno discurre del río turbio donde el ser es igual a ser creído.
Así, actualmente, donde impera el relativismo, es común escuchar frases como «el bien y el mal es algo subjetivo». Para comprender cómo hemos llegado a este punto me parece fundamental entender la idea de la sola fide que acuñó Lutero. José Luis Widow señalaba que la idea luterana de la justificación por la sola fe condujo, o al menos dio fuerzas, a la emancipación de la conciencia respecto de la calidad moral objetiva que las acciones pudieran tener precisamente por su orden intrínseco a un fin, lo cual nos llevaría a pensar en que todo está permitido, y, efectivamente, en la modernidad podemos observar que todo está permitido, ya que no se dirige la conciencia ni las obras a otro fin que no sea el económico; obras que, sin embargo, no pueden traspasar lo tipificado por el Estado hobbesiano.
A mi juicio, el sector conservador, aunque en ocasiones no lleve malas intenciones, cae en esta trampa, afirmando que cada uno puede hacer lo que quiera, mientras que no se imponga al sujeto apoyarlo ni entenderlo; al final, lo único que se persigue con este axioma es defender el fuero interno, las creencias particulares, sin tener ningún miramiento ni por el bien común, ni por la salvación, ergo el fin último de los partidos políticos modernos es tener la mayor clientela posible de sus packs ideológicos.
En definitiva, Lutero tuvo gran parte de culpa en la creación del mar del relativismo moderno en el que la mayoría se ahoga sin saber a dónde se dirige agarrándose al salvavidas agujereado de su vacío existencial (para tener una visión más amplia sobre el vacío existencial, es recomendable el programa número 66 de Lágrimas en la lluvia), sin un rumbo, y sintiéndose cada vez más desesperados, deprimidos, aunque consigan el ansiado título académico, aunque consigan la llamada «libertad financiera»; y es que, como argumentaba Tolstoi, «ningún resultado podrá corregir una dirección equivocada».
Sergio Salazar, Círculo Francisco Elías de Tejada
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