Hace varios días, Monseñor Munilla, uno de nuestros obispos más mediáticos, comentaba en uno de sus programas de Radio María su agradable experiencia personal en un multitudinario concierto de Hakuna que tuvo lugar recientemente en su diócesis. Comentaba Munilla cómo cantaron y bailaron y cómo antes del concierto rezaron y les dio su bendición a los jóvenes presentes. No es la primera vez que Munilla expresa su admiración por este movimiento y por otros como Emaús, a los que no ha dudado en calificar como milagros del Espíritu Santo en medio de la secularización.
En las últimas décadas hemos sido testigos del vaciamiento de las iglesias. Las estadísticas hablan de que cada vez menos católicos acuden a misa dominical. En su lugar, han surgido grupos y movimientos que si algo tienen en común es que han inventado una nueva manera de expresar su fe. Así, las parroquias, a falta de fieles corrientes, han sido parasitadas por grupos como Catecumenales, Emaús, Carismáticos e incluso Taizé. Locales parroquiales e incluso las mismas iglesias son lugar de cobijo para todos estos «milagros» del Espíritu Santo. Todos ellos favorecidos por nuestros obispos que, sin embargo, parecen tener alergia a todo aquello relacionado con la forma tradicional de expresar la fe.
Explica Leopoldo Eulogio Palacios en su libro sobre El Quijote cómo los hombres rectos son aquellos que aciertan tanto en sus fines como en sus medios, y que, por otra parte, existen unos «entes paradójicos», al estilo de D. Quijote, que aciertan en sus fines, pero yerran en sus medios. Muchos de nuestros bienintencionados y conservadores obispos, a falta de una doctrina católica sólida, recta y recia, se han dejado absorber el seso por extrañas filosofías novedosas, que hacen de la fe un producto sólo apto para adolescentes aniñados. Y así, al más puro estilo quijotesco, mientras que ven en las costumbres y prácticas tradicionales un gigante a abatir, se lanzan en los brazos de las dulcineas de turno. El verdadero milagro será ver resurgir en el seno de la Iglesia la Tradición en toda su pureza, con naturalidad y sin complejos. Pero para ello, nuestros obispos deberán abandonar su paradójica postura y asumir las duras condiciones de lo real.
Belén Perfecto, Margaritas Hispánicas
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