Hakuna: el hombre que redime a Dios

A raíz de acontecimientos recientes, algunos amigos me han pedido dedicar unas líneas de análisis al tema que ya he abordado en dos ocasiones en el periódico. Como siempre, no escribo con pretensión alguna de identificar mis conclusiones como la voz de la tradición católica en absoluto; me gustaría, simplemente, continuar con la reflexión de hechos que observo, enjuiciarlos desde la doctrina católica y contribuir a esclarecer la confusión que todo lo anega.

En una manifestación de inusitada y lamentable versatilidad, la Basílica de San Pedro (Roma) recibió hace unos días algunos chicos de Hakuna, en presencia del Papa Francisco, para un momento de «oración». Señalo la versatilidad al haber sido el templo el final de una peregrinación, que culminó con la Misa en latín horas antes. El ecumenismo posconciliar siempre es motivo de sorpresas.

Tras unos días de reflexión y seguimiento de las crónicas del encuentro, unido a una revisión de algunos textos que versaban sobre el grupo, he terminado en unas consideraciones que deseo exponer, como ya he mencionado antes.

Hakuna responde a una lógica que permea toda la cultura católica desde hace cincuenta años, como poco, que tiene por núcleo la siguiente sentencia: el hombre moderno no sirve, sino que es servido sin excepciones. De esta forma, este movimiento evidencia los frutos de las nocivas innovaciones doctrinales que han desembocado en la perversión de la religión más radical: es el Hombre quien redimirá a Dios.

El Hombre moderno redime a Dios de su celo, abriendo la salvación a creyentes y no creyentes, a hombres de buena voluntad, a personas de buenas intenciones, a cristianos anónimos… para que «seamos todos uno, como el Padre y Tú sois uno» (según dice una de las canciones del grupo, tomando tendenciosamente el deseo de Nuestro Señor expresado por San Juan).

El Hombre moderno redime a Dios de su soberbia, reduciendo la gracia a una diluida noción, de matriz protestante, que no incide en la naturaleza, pues ésta es buena e inmaculada, como sostiene el naturalismo. Así, el Dios combativo contra el mundo es redimido por el Hombre moderno, que reconcilia a Dios con el mundo, a la luz con las tinieblas.

El Hombre moderno redime a Dios de su orden, que encorseta la autenticidad de las personas. Ordenación, finalidad… son conceptos escolásticas que contaminan la pureza de la religión; todos ellos han sido suprimidos por la redención del Hombre.

El Hombre moderno redime a Dios de su doctrina, que separa y divide a las personas. La Iglesia ahora ya no es madre que corrige desde su soberbia, sino ciega que no mira los males del hombre para no juzgarlo; no enseña, escucha. ¿A quién? Al nuevo redentor, a su nuevo esposo, al Hombre que habla y la Iglesia va tras él en salida.

El Hombre moderno libera a Dios de su liturgia, centrada en Él. La liturgia debe centrarse en el Hombre, pues ahora es para quien se dirige. Bailes, fiestas, conciertos… que la sacralidad sea destruida como símbolo de un Dios antiguo que exigía adoración.

El Hombre moderno libera a Dios de la razón, fría y enjuiciadora. La autenticidad, lo que yo siento, la música profana, la decoración sensiblera… son los nuevos cauces para despertar el sentimiento, atributo central del Hombre moderno, que entrega a Dios.

El Hombre moderno libera Dios de la Cruz. Ahora, el placer es el termómetro del bien; disfrutemos de la vida y evitemos el cristianismo de ascética y corrección perseverante de los santos anteriores a la redención del Hombre. Adiós al valle de lágrimas; que sea sustituido por la fiesta de la vida, por el disfrute que hacemos de todo.

El Hombre moderno libera a Dios, en fin, de la molesta dedicación a la perfección y salvación de los hombres. El Hombre ahora llegará a Él, no por sus méritos y la gracia, sino por ser hombre, persona con dignidad absoluta, sujeto de todos los derechos habidos y pensables. Dios puede descansar de salvarnos, el Hombre está salvado.

Estas consideraciones, que he expuesto en clave reiterativa, responden a la teoría y práctica de Hakuna, algunas han sido tomadas directamente de documentos oficiales.

A modo de conclusión quisiera cerrar recordando que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Pese a la soberbia del hombre, que cree que es tan especial que precisa de cambios sólo para él y que no se le han ocurrido a nadie más que a él, encontramos la sabiduría de la perenne doctrina salvífica de la Cruz. El triunfalismo –fenómeno ajeno a toda renovación auténticamente católica- no es sinónimo de bendición, como piensan los calvinistas. El triunfo auténtico de la historia fue el mayor fracaso a los ojos del mundo: la muerte en la Cruz, nuestra auténtica y única Redención.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense