Hakuna: ¡no ahí!

Detalle del cuadro «Jesús y el joven rico», por Heinrich Hofmann

I.- Introducción

Quisiera agradecer a Miguel Quesada sus dos artículos sobre Hakuna. Estos son siempre bien recibidos, por las argumentaciones sólidas que nos aportan desde lo filosófico y teológico, para poder comprender mejor este fenómeno social y para hacer frente a las avalanchas de esta moda, cuyos efectos son tan difíciles de resistir como nocivos. A través de Hakuna, la mundanidad bajo apariencia de bien consigue infiltrarse en las más profundas e íntimas fibras del alma de nuestros jóvenes para hacerse carne en sus vidas con la excusa de que así ellos «pueden permanecer en “su mundo”, que ya ha sido vencido por la auténtica Fe». Causa mucha angustia constatar que esta generación de futuros católicos pueda permanecer obnubilada y hechizada con ritmos parranderos, porque la vida del hombre ya no sería milicia, sino una fiesta, para acabar siguiendo a un flautista que los arrastra al campo de los «losers».

Que los jóvenes de hoy sufren existencialmente las consecuencias del egoísmo individualista de la sociedad liberal y anticristiana es una realidad consternante. Padecen un vacío muy grande en sus vidas y, como es natural, lo quieren llenar de Dios, que es el Único que lo podrá colmar. Sufren las crueles consecuencias de la desintegración social: una inexorable soledad, que les lleva a buscar la compañía de sus semejantes porque: «similis similem sibi quaerit» («lo semejante atrae al semejante»). Están deprimidos y muchas veces tristes, luego de haber tocado fondo o buscado la felicidad en vano, incluso más allá de los límites éticos y morales, ellos mismos nos lo confían. Están tratando de darle un sentido trascendente a sus vidas, que les pueda sustraer de la cruda y cruel realidad, o simplemente del hastío rutinario o el aburrimiento cotidiano. Sienten su voluntad debilitada y sin la formación necesaria y suficiente que les proporcione criterios para discernir; necesitan que otro les sostenga y lleve hasta donde solos nos pueden llegar, buscan un «coach» que les indique qué es aquello que deben hacer o no hacer, para sentirse bien a cualquier precio, sin necesariamente estar bien, porque lo importante a todo trance es ser feliz. Este es un diagnóstico evidente y no se necesita ser un visionario para poderlo constatar. Por estas razones no podemos defraudar sus aspiraciones ni engañarlos en sus esperanzas, aprovechando una situación de fragilidad, con soluciones engañosas y en algunas circunstancias, malévolas.

Cuando el sacerdote los bautizó, según el ritual tradicional, les administró la sal bendita pidiendo al Señor los preservara de la corrupción del mundo. El mundo es un enemigo del alma, al que se renuncia en esa misma ceremonia, si se quiere seguir de verdad a Cristo. Es un enemigo muy sutil que está llevando a la pérdida de sabor, transformando a nuestros jóvenes en esa sal desabrida que desprecian y pisotean las gentes. Cada día pierden más su sabor y se convierten en el hazmerreír de los enemigos insobornables que tienen enfrente.

II.- ¿Dónde están?

En una custodia, rodeado por la desnudez antibarroca, se encuentra Nuestro Señor a la luz de unas velitas glamurosas. En un ambiente embriagador, donde se mezclan los olores de incienso y Chanel, se sientan ocultos en la penumbra: no los confundáis con una neo-colonia hippie, son jóvenes que hacen introspección. Me pregunto si Nuestro Señor con su mirar escrutador y profundo, contemplando el alma de estos niños bien, (me hubiera gustado poner niños buenos) llegara a pedirles que le sigan, ¿no se quedaría de nuevo solo y triste porque ellos, como aquel joven rico, están atados también con fuertes lazos a muchas cosas? Resulta imposible disponerlos a abnegarse a sí mismos, cuando han encontrado alguien que los confirme es su despótico egoísmo caprichoso, que exacerba su propio yo.

Allí están nuestros jóvenes, prototipos genuinos de una generación líquida, recogidos y en silencio, hasta que los saca del sopor el rasgueo de una guitarra, para dejar fluir la inspiración que exuda mística adolescente. Allí están, tratando de vivir, huyendo de sus miedos, traumas y dramas, nutriendo sus almas con espiritualidad chatarra. Están esperando que la gracia edifique sin tener en cuenta una naturaleza desvirtuada; contoneándose afeminadamente, sueñan veleidades que les permitan ser santos sin hacer ostentación de virilidades, porque lo importante es «sentir a Dios».

Acuden a las vigilias vestidos con unos andrajos que ahora llaman moda, pues como no saben ya utilizar una aguja ni un hilo, encontraron una salida airosa a su pereza y desaliño llamándolo también moda. Y eso que exhiben con frescura, no es otra cosa que un andrajo, pues no podemos llamar de otra manera a ese tipo de pantalón unisex, raído y descosido. Haciendo alardes de inconformismo, se conforman con una «fast food» lejos de todas las etiquetas de urbanidad que exige sentarse en una mesa. Me causa cierta desazón preguntarme si esta no es una dinámica profética que los prepara paulatinamente, acostumbrándolos desde el presente para un mañana en que tendrán que vestirse con harapos y alimentarse con mendrugos, mientras sigue «la fiesta».

Y de allí al «revolcadero», donde por supuesto lo pasas «guay», «superguay», porque la consigna es ser escandalosamente alegres. Paradojas de un naturalismo que desconoce la naturaleza herida por el pecado original.

Es una pena que nuestros jóvenes, en ese periodo de su vida propicio a los grandes ideales, caigan en esos ambientes tibios. Los padres acercan los hijos al bautismo, y cuando son mayores al sacramento de la confirmación para que sean cristianos adultos, confirmados en la Fe, soldados valientes de Cristo Rey, para que reciban las gracias necesarias para dar la cara sin respeto humano ni complejos, y así librar batalla dentro del ámbito que les toca vivir. Sus padres los quieren en comunión con la Iglesia militante granjeándose el derecho de ser, al final de sus días, miembros gloriosos de la Iglesia triunfante. Hakuna, en cambio ofrece una espiritualidad que en vez de levantar al joven apoltronado para que milite en las grandes causas, actúa como placebo de su sed espiritual, pues les permite permanecer dentro de su zona de confort, sin renunciar a nada, perpetuando así su aburrimiento, ajeno a todo heroísmo martirial. Es una espiritualidad que les invita a contemporizar con el mundo en vez de armarlos para enfrentarlos a él. Mi oración por ellos es la misma que hizo Nuestro Señor a su Padre: «no te pido que los saques del mundo, sino que los preserves de él».

III.- ¿Dónde los llevan?

Me da mucho miedo el discurso seductor de clérigos demagogos, que, con metodologías populistas, en vez de pedirles abnegación, los animan a ser «insolentemente inconformes», a andar como enemigos de la cruz de Cristo, olvidando que, para gozar las alegrías de la resurrección, primero debemos morir con Cristo. Alientan a nuestros jóvenes a la rebeldía, haciéndose eco del primer «non serviam» los arrastran a otra revolución más y ¿ya van…? No las podemos contar. Poniendo el amor propio a buen recaudo, culpan a la sociedad como la causante de todos sus males, por esto los animan a rechazar toda estructura que pueda contenerlos, diciéndoles «vive y haz lo que te dé la gana» —adaptación moderna de aquella frase de San Agustín «ama y haz lo que quieras»—. Esto los deja desamparados, atomizando el Cuerpo Místico con su individualismo. En ese individualismo exacerbado que podrá acabar por divinizar el propio Yo según la vieja tentación «seréis como dioses», intentarán configurar una blasfema Cuatrinidad: Yo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

El abandono de la Tradición deja únicamente como referenciales los criterios que les proporciona el mundo, destacando la espiritualización del pop, que en Hakuna está muy presente, para mecerlos al ritmo de unos ruidos que llaman música que contienen letras políticamente correctas, ¡hasta ahí llega la audacia! y sin poesía ninguna, para vivir frenéticamente la rumba, esa fiesta que es la vida, felices porque utilizando luz y sonido, logran un chute de adrenalina, dopamina o endorfinas —cuando no de otras –inas— que con carismático descaro consideran «presencia del Espíritu Santo». San Luis María Grignon de Monfort, ya supo valerse de las melodías populares para vehicular el mensaje evangélico, pero sin complejos y de forma mucho más poética. Aunque la utilización de la música con fines anticatólicos la denunció ya San Atanasio, cuando escribió que Arrio «había formado un coro contra el Salvador», introduciendo y propagando su herejía con canciones.

Nada nuevo bajo el sol. Con esto quiero decir que la utilización de la música con fines proselitistas no es para nada algo nuevo. Ya conocimos la utilización que hacen los protestantes de todo pelaje y color, las misa-tecas, las misas-vallenatas en Colombia y en Brasil al ritmo carnavalesco de la salsa, y no sigo porque no necesito ser exhaustivo, enumerando la proliferación de coreografías profanas en el recinto sagrado.

Me llama poderosamente la atención, que a pesar de haberse liberado de todas las trabas que imponen las rúbricas tridentinas, dejen de lado la celebración de la eucaristía, centrándose tanto en la adoración. Rasgo similar encontramos en una secta de origen brasileño cuyos adeptos no asistían a misa pero eso sí, entraban a hurtadillas, como ladrones, solamente a comulgar. Creo que, en definitiva, es porque la cruz y el sacrificio para ellos no es otra cosa que ocasión de escándalo o locura. La subestimación que parece tener Hakuna hacia el santo sacrificio de la misa debería preocupar a los modernistas, incluso más que aquellas críticas que les dirigen los defensores de la Misa Tridentina.

Me dicen que el iniciador de este movimiento es el sacerdote José Pedro Manglano, y que proviene del Opus Dei. Recuerdo cómo un amigo decía con picardía cuando se hablaba de la posible canonización de Mons. Escrivá de Balaguer —no sé cómo escribirlo, ya que su nombre y apellido ha sufrido el impacto de las evoluciones del marketing— que si la canonización se celebraba, como de hecho sucedió, «sería el primer santo cursi» y «tan santo, como marqués de Peralta».

Aquellas cursiladas con las que animaba a «amar apasionadamente al mundo», han dado pie a que se ponga de moda un movimiento que desde sus comienzos ha evolucionado de forma decadente, y hoy ya no es solo cursi, sino simplemente cutre, «una revolución de románticos» que son «santos de carne», «santos de copas» que tratan de llenar el vacío existencial; deambulan en «la casa del Padre» como viven en la propia, en pantuflas y pijama, desligados de todo vínculo, pues libres ya de toda coacción se pueden permitir bailar descalzos. Un abismo llama a otro abismo: de lo cursi a lo cutre. Con aparente inocencia, que no es más que un naturalismo actualizado y adaptado a nuestra juventud decadente, emplean delante de la palabra «carne» y de la palabra «copas», sin complejos, la palabra «santos» y se quedan tan horondos.  Ya pueden celebrarlo.

Desde esta trágica infantilización, entronizan y dan por seguro el único magisterio que consideran válido e infalible, el del «propio yo». Y aquí, recuerdo la frase de San Bernardo: «Quien se hace maestro de sí mismo, se hace discípulo de un necio». «Qui se sibi magistrum constituit, stulto se discipulum facit».

Hakuna ofrece una pseudo-espiritualidad para niños malcriados, que perpetúan la adolescencia con fundamentos de literatura de autoayuda. De tanto infantilizarlos tengo fundadas dudas que lleguen a la edad perfecta de la santidad, madurando en la virtud; la verdadera edad adulta espiritual.

El sacerdote José Pedro Manglano utiliza en sus libros esos títulos —«santos de carne», «santos de copas»— que se pretenden provocadores. Lo resultan, en efecto, pero sólo con respecto a los referentes que él considera carcas o rígidos. En su obra manifiesta un distanciamiento evidente de todo magisterio relacionado con la tradición, con el consabido desprecio de la riqueza espiritual de la Iglesia que, como buena Madre, nos ofrece a manos llenas de su erario multisecular, la doctrina de santos de heroicas y probadas virtudes. Pretenden seducir al mundo, pero considero que para escandalizar y provocar a los maestros del escándalo, deberán subir el voltaje un poco más, ir más allá en esa escalada provocadora. Y sin embargo, no lo harán porque no son ni fríos ni calientes, lo suyo es la tibieza y la mediocridad.

Esta espiritualidad, pareciera estar especialmente adaptada para los hijos de aquellos supernumerarios que fueron controlados arbitraria y sectariamente por «directores espirituales», hasta en los mínimos detalles, insisto, sobre todo en los mínimos detalles, que hacían asfixiante en lo cotidiano, la vida cristiana. «Directores espirituales» que, instrumentalizando al Espíritu Santo, imponían su impronta con sus filias y fobias —como gurús arbitrarios—, produciendo como resultado graves daños psiquiátricos y psicológicos, que difícilmente se pueden sobrellevar con fármacos. Directores espirituales que al aconsejar sobre el VI y IX mandamiento hicieron que la carne fuera el único y obsesivo enemigo. Ahora da la impresión de que sus hijos se han rebelado y ya pueden ir desenfadadamente hacia la plenitud «siendo ellos mismos».

Ante el fracaso pastoral que ha significado la herejía modernista para la Iglesia y a pesar de constatar que ya no es atractivo para las almas el mensaje que propagan, se persevera en el error; porque si errar es humano y perseverar es diabólico, la tozudez herética que manifiestan, incluso contraría la opinión darwiniana de la evolución progresiva, pues vemos cómo avanzamos hacia una decadencia mayor, no de generación en generación, sino de degeneración en degeneración, hundiéndonos cada vez más regresiva y profundamente en la perversidad que profana todo lo sacro. Todo esto es aplicable en grado sumo pues desde la Academia Pontifical de Teología, el obispo Antonio Stagliano, preconiza, con un nuevo magisterio, la nueva pastoral «no convencional». Al obispo Stagliano le gusta utilizar también la música pop, ―especialmente la del festival de San Remo― y va a alentar con toda la autoridad que le da su cargo la «Pop Theology», recurriendo al remanido «aggiornamento» con el objetivo de que se acepte un mensaje que «evangelice» al mundo en coherencia con la línea de la sinodalidad contemporánea.

Antonio Stagliano tiene un programa previsto en varias etapas: «Primera etapa: nombrar en cada diócesis un «asistente» de la «Pop Theology»; segunda etapa, remplazar el Credo por el canto de «Imagine» de John Lennon –canción que, según el prelado, Jesús habría cantado con convicción―; y ¿la tercera etapa…? Por el momento queda en suspenso, porque la imaginación no tiene límites». La revolución de la «Pop Theology» acaba de comenzar. Cuando vemos a la jerarquía comprometida con esta metodología, dudo de la espontaneidad con la que el Espíritu Santo se ha manifestado en Hakuna.

IV.- Dónde terminan

Entiendo que estas apreciaciones puedan molestar a más de uno de aquellos que para hacer lo que hacen se apoyan en el magisterio que les anima a «hacer lío». Pues bien, si estas reflexiones les causan a ellos «un poco de lío», permítanme que los anime a poner en los labios de una juventud sedienta el agua pura decantada durante dos mil años en las reservas inagotables de la Tradición.  Tienen sed de Dios, de un Dios eterno que es el mismo ayer, hoy y siempre. Jamás pasará de moda. La Tradición no pasará jamás de moda ―como sucedió por ejemplo con aquel movimiento que nos prometía un mundo «de colores» y tantos otros―. Háganlo antes de que Hakuna se esfume como uno de esos movimientos, en su momento en auge, pero que dejaron en el camino a tantas generaciones de jóvenes frustradas en sus ansias de Dios. No sea que en Hakuna, acaben muy pronto manipulados en sus aspiraciones, y que mientras les insisten en aquello de «ser persona» terminen en la cloaca del olvido como «santos de mierda».

Álvaro de Tarfe