Crónica de los actos por el aniversario de don Andrés de Asboth

SE DEDICÓ A ESCLARECER LAS INTELIGENCIAS DÉBILES Y FORTALECER A LOS QUE ESTABAN PERDIDOS PARA MOSTRARLES QUIÉN ERA EL VERDADERO ENEMIGO

Almuerzo presidido por el arzobispo Lefebvre y el padre Aulagnier con don Andrés de Asboth a la derecha del arzobispo.

El pasado martes 4 de julio tuvieron lugar en La Reja, provincia de Buenos Aires, los actos por el aniversario del óbito del barón Andrés Tothvarady Asboth.

Bajo un cielo plomizo, el ocaso del día fue acelerándose durante la concurrencia de feligreses y amigos cabe la sepultura de don Andrés en el camposanto del Seminario Internacional de La Reja.

A las 6 en punto de la tarde, hora local, el padre don Leandro Blanco, HSSPX, prior del lugar, bendijo y rezó un responso ante la sepultura del barón de Asboth, donde también reposan los restos de su padre. En lo que una garúa se precipitaba, cerraron el momento unas sucintas palabras don Julio Posse despidiéndose con un epitafio inspirado por el padre Castellani en Su Majestad Dulcinea: «hasta la resurrección de la carne».

Posteriormente, y para refugio de los asistentes, se llegó a la colindante capilla de la Casa de Ejercicios Espirituales. Allí, precedido por el Santo Rosario y el rezo del Ángelus, se celebró una Misa de Réquiem cantada. El susodicho prior la celebró y fue acompañada al órgano por el P. David Baquerizo, HSSPX, y con el coro del priorato dirigido por el P. José Calderón, HSSPX.

La prédica del prior comenzó recordando la necesaria ofrenda de la santa misa por las almas de los fieles difuntos a la que los cristianos nos debemos, para pasar a encauzar el sermón con el axioma del padre Castellani, como inicio, sobre la recapitulación de las tres últimas herejías que asolarán los últimos tiempos: El liberalismo, el comunismo y el modernismo.

El padre Blanco recordó cómo Andrés se enfrentó a ellos como un pequeño David que fue atesorando piedras pulidas para usarlas de munición para enfrentarse a estos tres gigantes. Piedras trabajadas por el agua de las fuentes de la sana doctrina. Primero, como un doctor, dio testimonio defendiendo la Verdad tomando un lugar vacante por aquellos que habían decidido no denunciar los errores y someterse a cualquier cosa que firmara la Curia Romana. Al comunismo, siendo fiel al legado de su noble familia, allá en el Reino de Hungría, al servir a un Emperador que fue derribado por los intereses ocultos. Y sobre todo al tener que huir ante la inminente llegada del Ejército Rojo, salvando la vida, pero dejando todo su patrimonio y legado familiar. Y, por último, la resistencia de don Andrés ante la ilusión de un «mundo libre» liberal que se mostraba como antítesis y antídoto del error que practicaban los países de más allá de la «Cortina de Hierro». El ensueño de la «Libertad» seducía para corromper las almas.

Él lanzaba esos ataques sobre todo a través de las ediciones de la revista «Roma». Disparaba contra la cabeza del enemigo, con la doctrina ortodoxa, por la liturgia de siempre. Se dedicó a esclarecer las inteligencias débiles y fortalecer a los que estaban perdidos para mostrarles quién era el verdadero enemigo. Y con el tiempo coincidiendo con el arzobispo Lefebvre, bajo cuyo amparo y servicio se puso.

Hombre virtuoso y cristiano práctico. Asistía a misa en los prioratos de la HSSPX y con un incansable celo apostólico para explicar, en tiempos de confusión, a aquellos que se acercaban con dudas, azorados por el clero extraviado.

Para finalizar hizo referencia al lema de la revista: «al fin mi Inmaculado Corazón Triunfará»

La jornada concluyó en el claustro de la Casa de Retiros; hubo un brindis con una picada, cortesía de los asistentes y amigos. Y para su clausura hablaron Marcelo González, editor, haciendo una semblanza de don Andrés; Cosme María Beccar-Varela, compañero suyo de despacho, que versó sobre la nobleza tanto titulada como espiritual de su persona, y Richard Muskett, recordando su postura firme y contundente ante el derrumbe espiritual y social. También estuvieron presentes Juan Martín Castellano, editor de Ediciones Castellanas de Córdoba, doña Ana Racedo, hija de Jose María Racedo y doña Lágrimas García Gallardo, éstas dos últimas ahijadas suyas.

AGENCIA FARO/Círculo Tradicionalista Río de la Plata

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