
Terminamos con la meditación del quinto y último misterio del rosario por los Mártires de la Tradición, organizado por las margaritas hispánicas. Aquí está el texto correspondiente y, en este enlace, el vídeo.
Señor Jesucristo, ¿por qué fue conveniente que murieses en la cruz? Sabemos que habría bastado una gota de tu Preciosa Sangre para redimirnos y ni siquiera eso. Tu sólo deseo habría sido suficiente. Pero Tú lo quisiste así, en consonancia absoluta con el querer del Padre. Sin ser de necesidad absoluta, sí fue de maravillosa conveniencia que así ocurriesen las cosas: que tu bendita Humanidad, siempre unida hipostáticamente a tu Divinidad, experimentase no sólo la vida humana y sus debilidades, no sólo la traición de los suyos y el rechazo de su pueblo, no sólo la más cruel e injusta de las torturas, sino también y finalmente la muerte, y una muerte de cruz.
¿Por qué, Señor? Ayúdanos a comprender un poco, y así maravillarnos más todavía de tu amor y sabiduría, y así aprender también nosotros a morir contigo.
Y buscando luz vamos a tu Divina Palabra, y allí escuchamos que al tomar el cáliz dijiste que era tu Sangre que «se derraba por vosotros y por muchos en remisión de los pecados». También San Pedro atestiguó que Cristo murió una vez por nuestros pecados (1Pe 3,18). Y aquí empezamos a entender que, si el pago de nuestro pecado era nuestra muerte, era conveniente que quien nos redimiera se sometiera total y definitivamente a la misma pena que nosotros merecíamos. Oh Divino Redentor, que has muerto en nuestro lugar, bendito seas por los siglos.
Fue conveniente también, Divino Maestro, que asumieses la muerte, que verdaderamente tu cuerpo y tu alma humanas se separasen, para demostrar la verdad de la naturaleza que habías asumido en las entrañas de la Santísima Virgen. Porque de otro modo, si después de haber vivido con los hombres, hubieras desaparecido súbitamente, rehuyendo la muerte, muchos te habrían comparado con un fantasma.
Tu Palabra nos muestra una tercera razón, Soberano Rey, cuando dice que participaste de nuestra carne y nuestra sangre «para destruir, mediante la muerte, al que tenía el imperio de la muerte, y para librar a aquellos que, por el temor de la muerte, estaban sujetos de por vida a servidumbre» (Heb 2, 14-15). Sí, Señor, así, muriendo, nos libraste del temor de la muerte, porque donde has entrado Tú, nuestro Divino Capitán, ¿cómo no iremos detrás nosotros, tus soldados?
También convenía, mi Señor y mi Dios, que nosotros aprendiésemos a morir espiritualmente al pecado y, muriendo al pecado, vivir para Dios. También por eso quisiste morir corporalmente al castigo por el pecado. Así aprendemos, como en ningún libro, que nada hay más terrible que la muerte espiritual del pecado y que, por no caer en ella, hay que estar dispuesto, incluso, a perder la vida corporal. «¡Antes morir que pecar!», han gritado nuestros santos y mártires a ejemplo de Ti, el Santo de los Santos.
Nos has dado, todavía, una última razón de conveniencia para tu muerte. Y es poder contemplar el realismo de la resurrección y creer en ella. Porque al resucitar Tú de entre los muertos, demostraste sin ambages un poder más fuerte que la muerte, y nos diste la esperanza de resucitar de entre los muertos.
Oh Buen Jesús, que moriste en Cruz por nosotros, enséñanos a agradecerte tan inmenso don y a morir contigo para vivir en Ti.
Rvdo. P. Tomás Minguet Civera.
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