A vueltas con la mujer en el hogar (I)

ESTA DESIGUALDAD DE LA NATURALEZA SE HA BUSCADO ERRADICAR EN LA SOCIEDAD MODERNA

Clotilde y Elena en las rocas, de Joaquín Sorolla. Óleo sobre lienzo (1905)

He aquí a la mujer que, para aumentar el salario de su marido, se va también ella a la fábrica a trabajar, dejando durante su estancia la casa abandonada; y ésta, acaso ya pobre y estrecha, resulta todavía más miserable por falta de cuidado; los miembros de la familia trabajan cada uno separadamente en los cuatro extremos de la ciudad y en horas distintas; no se encuentran juntos casi nunca, ni para comer, ni para descansar después de las fatigas de la jornada, y mucho menos todavía para la oración en común. ¿Qué queda de la vida de la familia? ¿Qué atractivos puede ésta ofrecer a los hijos?

Pío XII, Questa grande

Recientemente se publicaba en este periódico un escrito de Óscar Méndez que ha suscitado un interesante intercambio de ideas. Humildemente, y aunque ya respondió elegantemente su autor, me atrevo a intentar contribuir a dar respuesta a algunas objeciones planteadas desde el medio oficial de la democracia cristiana.

1.El orden natural. Las consecuencias del matrimonio

Partimos de que el matrimonio es la institución que permite al hombre dar forma humana (esto es, racional), a una de sus inclinaciones naturales más básicas y universales: el impulso genésico. Y de que, por defecto, el hombre con anatomía y fisiología funcionales puede comprenderlo con cierta facilidad. Por tanto, deducimos que la mayoría de la población está encaminada a que su vida se desarrolle en el seno de un matrimonio. Si la institución del matrimonio es el cauce a través del que transcurren las vidas de los hombres, de ordinario tendrá lugar la generación de la prole, la cual, además de dejar secuelas físicas en la mujer, va a requerir unos cuidados y una dedicación específica para proveer a su educación (esto es, a su conducción hacia la virtud en todos los ámbitos). Por estos motivos, en todas las civilizaciones ha habido necesariamente (que no forzadamente) una división de tareas entre los varones y las mujeres de una comunidad política. Cualquier pretensión de implantar artificiosamente un igualitarismo laboral y social, no sólo es injusta y degradante para la mujer, sino profundamente lesiva para el normal desenvolvimiento de la familia y, por tanto, de la sociedad toda. Esta desigualdad de la naturaleza se ha buscado erradicar en la sociedad moderna a través de medios artificiales de control de natalidad. El gran tabú que intentan ignorar a menudo los conservadores es, precisamente, que la incorporación de la mujer al mundo laboral, tal y como hoy la conocemos, se sostiene sobre dos pilares básicos: la anticoncepción y el feticidio, instrumentos imprescindibles para lograr que la mujer desarrolle carreras profesionales tan prolíficas como un varón. 

2.El hogar como elemento universal. El cultivo del hogar como opción

Todas las mujeres provenimos de un hogar, y fundar otro hogar mediante el matrimonio es nuestro destino natural. Por tanto, el hogar es transversal a toda mujer, tanto el de origen como el que habrá de erigir y sostener. El hogar tiene entidad propia, y pese a las reticencias de la autora, me temo que sí se impone como institución en la vida de los hombres, por constituir el fuerte físico y espiritual que la célula familiar encuentra en medio de las inclemencias del siglo. En este sentido, la existencia y necesidad del hogar es una imposición natural de la realidad. Por otro lado, el hogar puede estar cuidado o descuidado (espiritual y materialmente), según una amplia escala de grises. La cuestión que plantea la autora yacería en si la edificación esmerada y el mantenimiento cuidadoso del hogar deben constituir una opción más entre la miríada de alternativas que encuentra la mujer moderna para servir a la sociedad —y a Dios a través de ésta—, a la altura de dedicar diez horas diarias al trabajo de oficina o la investigación en un laboratorio y llegar exhausta a casa. Posteriormente, la autora afirma con atrevimiento que esta última opción no redunda en una merma del hogar, del bien de la familia y del cuidado de los hijos. ¿Puede haber, como dice la autora, «un amor heroico en una cena de croquetas congeladas, servida al borde del agotamiento después de una jornada laboral que no deja respiro»? Por supuesto que sí: cuando se hace porque no queda otra; porque las condiciones laborales y económicas impuestas por un capitalismo monstruoso no permiten alternativa. Pero no cuando se hace en nombre de una supuesta «vocación» a puestos de responsabilidad en empresas o a situaciones laborales exigentes. En los primeros párrafos, la autora parece conocer las consecuencias de la frenética e igualitarista sociedad actual (la «prisa», la «delegación»): las deplora, las condena, pero pone tronos a las causas.

Descubrimos cierta contradicción en afirmar la «grandeza del hogar» por un lado y, por otro, sostener que, al fin y al cabo, el número de horas y energía mental que se dedica (o se quisiera dedicar, si la economía lo permitiese) al mismo no es representativo del amor de una esposa y madre por su familia. 

3.El uso problemático de la palabra «libertad»

Repetimos que el hogar sí se impone, en el sentido de que es exigencia natural de cualquier matrimonio: la elección es cuidarlo o descuidarlo. Nuestra autora defiende que esa decisión no puede imponerse. Naturalmente, la potestad política no debe inmiscuirse, por carecer de competencia con arreglo al principio de subsidiariedad, en aquellas cuestiones o decisiones referidas a la vida ordinaria del matrimonio y la familia; pero sí debe velar por el cumplimiento de aquellas obligaciones más básicas de los progenitores hacia sus criaturas y, en ciertas circunstancias, puede imponerlas coercitivamente. El hecho de que el gobierno de la comunidad política sí tenga el referido deber de velar por el cumplimiento de esas obligaciones elementales nos ayuda a comprender que la maternidad y la paternidad son libres en la misma medida en que son responsables: lejos de un ejercicio arbitrario de la libertad negativa (esto es, la libertad sin otra regla que la propia libertad), implican o presuponen un orden natural, una naturaleza de las cosas (en este caso, de las relaciones paterno-filiales y de la sociedad familiar) conforme a la cual esa potestad debe ser ejercida. ¿De qué libertad hablamos: libertad como autodeterminación o libertad como elección prudente de los medios más adecuados para dar cumplimiento a los fines que vienen dados por la naturaleza?

Carmen Giménez, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)

Deje el primer comentario

Dejar una respuesta