Tres posturas. Cambio ¿de política, de gobierno, o de régimen?

Los carlistas postulan un cambio, no ya de la política de este Gobierno, ni del mismo Gobierno, sino nada menos que del Régimen. Trabajan por la sustitución del régimen democrático

Monumento a la Constitución de 1978

Continuamos la reproducción de artículos de Alberto Ruiz de Galarreta con uno aparecido el 16 de noviembre de 2004, en el núm. 508 del quincenal Siempre P’alante. Se trata de un texto que, en su brevedad, y escrito en los primeros meses del primer mandato socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, ofrece elementos oportunos para enjuiciar adecuadamente la actual coyuntura del Régimen del 78.

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Las tensiones actuales entre Iglesia y Estado, que ambas partes se esfuerzan en disimular, pero que van in crescendo, muestran en el sector católico tres posturas, a saber:

A) La Conferencia Episcopal, «la Iglesia», es lenta y pacífica, pero en ocasiones reacciona de manera «selectiva» ante anuncios concretos del Gobierno. No ataca al Gobierno, ni al socialismo, sino a sus proyectos de uno en uno, separándolos por intervalos que son como cortafuegos de la tensión. Se conforma con menos que sus propios fieles y es menos agresiva de lo que se figuran sus enemigos. Rehúye las confrontaciones y frecuentemente se expresa de forma confusa. Usa procedimientos indirectos, como que hable aisladamente algún obispo en nombre propio o bien organizaciones o personas que parecen ser sus «dedos largos», sin que esta condición se aclare mucho.

Su secretario, Martínez Camino, ha dicho que «la labor profética de los obispos consiste en movilizar las conciencias, la razón y la fe de los cristianos» (El Mundo, 6-XI) y que no van a convocar manifestaciones, «al menos en el plano inmediato», (ABC del 6-XI). Pero que si hay católicos que quieran hacerlas, bienvenidos sean. Ese mismo portavoz ha dicho que la cuestión económica no les va a condicionar. Ya veremos. El Gobierno y el Régimen pueden estar tranquilos por lo que a la Conferencia Episcopal respecta. No llegará la sangre al río.

B) Algunas organizaciones de seglares católicos, cuyos paradigmas son los liberales y demócratas cristianos, estiman que los proyectos antirreligiosos del gobierno van ensartados en una «hoja de ruta», o plan global anticatólico, bien trabado y premeditado, atribuido, además de al Gobierno, a grupos socialistas poderosos. No protestan tan selectiva y circunstancialmente como la Conferencia Episcopal, sino contra toda la serie anticristiana, y de ella se elevan, por inducción «en contra» del Gobierno. Descartan sistemáticamente de sus catilinarias el abandono de la Confesionalidad Católica del Estado, origen de los males que critican; incluso, paradójicamente, algunos la alaban. Son pacifistas y prefieren obedecer a las urnas antes que a Dios. El gobierno puede estar tranquilo porque no van contra él, en bloque, sino contra su política, y tiene en sus manos flexibilizar y negociar esa política. Llegado el caso, les apaciguaría fácilmente, porque se conforman con poco, con un mal menor, según las circunstancias. Los custodios del régimen pueden dormir tranquilos, porque de cambiarlo, ni piensan.

C) Un tercer sector de católicos, cuyo paradigma son los carlistas, son los de armas tomar. Postulan un cambio, no ya de la política de este Gobierno, ni del mismo Gobierno, sino nada menos que del Régimen. Trabajan por la sustitución del régimen democrático, basado en el sufragio universal, por una organización tradicional de la sociedad, según la cual, unas pocas cuestiones, entre ellas las relacionadas con la Religión, quedan depositadas en la corona, a salvo de discusiones y votaciones, y a cambio, ofrecen la máxima libertad para cuestiones accidentales y secundarias. Éstos señalan que la fuente de los problemas con la Iglesia es el régimen democrático, que después de los proyectos anticristianos actuales seguirá fabricando otros, indefinidamente, en función de la dictadura de la mitad más uno.

Es probable que, en la práctica, todo quede en agua de borrajas con el mediocre ir tirando de la decadencia española.

Manuel de Santa Cruz

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