Ningún pueblo –dijo Meyer Ardent– ha llegado a formar nación y a tener historia si no es uniendo fuertemente las familias al suelo que habían hecho propio. Con el liberalismo, infame hijo de la herejía luterana y de la Revolución Francesa, este arraigo y esta Tradición quedaron fracturados hasta hoy. ¿Qué proceso se siguió para tal ruptura y fractura? España se construyó sobre el arraigo y la Tradición y se la ha destruido vaciando de significado las dos realidades fundamentales sobre las que se levantaba tal Tradición: la monarquía social y representativa y la tradición católica. «España, —dice Vázquez de Mella— es una federación de regiones aglutinadas por la fe en un mismo Dios y la lealtad a un mismo rey».
Los dos sentimientos más fuertes y persistentes de nuestra historia han sido el religioso y el monárquico y, ambos, unidos en una síntesis muy especial: el Rey, como representante de Dios y la defensa de la fe como misión providencial de la monarquía. La persecución, denigración y eliminación de la fe católica en el ordenamiento político y de la vida pública, las burlas y blasfemias a la fe y a la moral, la iniquidad de políticos (rojos, liberales y democristianos), la participación en esta obra de la monarquía liberal, la inacción de los eclesiásticos, la tan aclamada y defendida constitución… ha dejado a los españoles sin el suelo firme y seguro sobre el que se levantó esta realidad histórica que con orgullo llamamos España.
El vaciamiento del significado de la Corona, usurpando al rey y concibiendo un figurón coronado como un simple notario, sin capacidad de legislar ni ejecutar y, por tanto, de defender, proteger y amar, llevando adelante la misión que la Divina Providencia había encomendado a los reyes, ha dejado a nuestro patria sin la seguridad que da el saber que alguien nos guía buscando el bien común de todos los españoles. Y su ausencia nos deja vendidos al nuevo orden mundial, al sionismo, al europeísmo, a la esterilidad de la democracia parlamentaria y los políticos que viven de ella.
España se marchita y ahoga, vendida como está a potencias e intereses extranjeros, como la semilla de la parábola evangélica que cayó sobre zarzas. Así, cunde entre los buenos ciudadanos, un sentimiento de impotencia frente al poder absoluto del Estado y los lobbies que lo controlan y un fuerte sentimiento de desarraigo que nos hace ajenos a toda institución y a cualquier destino colectivo. Nadie se siente vinculado a nadie y resuena en nuestro cielo la primigenia pregunta de Dios al hombre: ¿dónde está tu hermano? Y brota, entre los españoles, la tan antigua y cruel respuesta de Caín: ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?
Y mientras tanto, en nuestra España, donde la labor de destrucción de la Tradición ha sido tan deliberada y consciente, la masa del pueblo se agita constantemente, los cambios son aplaudidos por el simple hecho de ser cambios, la violencia verbal, política, social, sexual, separatista, televisiva… se recrudece. Y, todo ello, es consecuencia del progresivo vaciamiento de nuestra Tradición del contenido vital que le daba sentido y eficacia, y del ataque despiadado a la familia –vehículo natural de la transmisión de la Tradición–, y de arrancar de cuajo ese suelo que, como decía Salvador Minguijón, da estabilidad a nuestras existencias, crea el arraigo, que engendra nobles y dulces sentimientos y sanas costumbres. Éstas cristalizan en saludables instituciones, las cuales, a su vez, conservan y afianzan las buenas costumbres.
D. Juan María Latorre, pbro., Círculo Sacerdotal Cura Santa Cruz