Los asaltantes lanzaron explosivos en su encontronazo con la policía
COLOMBIA, POPAYÁN- Decenas de personas movilizadas por el colectivo indigenista Misak invadieron violentamente la casa de la otrora Hacienda Calibío en la madrugada de ayer. En la invasión se efectuó la retención y el secuestro por varias horas de más de 10 personas, entre los propietarios de la quinta y los empleados del lugar, que está abierto para el público aunque es un predio privado.
La otrora Hacienda de mayorazgo, que hoy se reduce a algunos metros cuadrados, se encuentra en las afueras del casco urbano de Popayán. Se trata de un predio privado abierto al público, pues ofrece el servicio gratuito de casa-museo.
La Fuerza Pública tuvo que desalojar a los invasores valiéndose de gases lacrimógenos, que fueron contestados con explosivos por parte de éstos últimos. Los indigenistas provocaron una confrontación que supuso graves riesgos tanto para los secuestrados dentro de la casa como para los niños que llevaron los manifestantes a su incursión violenta.
El secuestro de un antiguo mayorazgo, la quema de una iglesia, el derribo de una estatua
«Cuando veis la nube que sale del poniente, luego decís: Agua viene; y así sucede». S. Lucas, 12:54.
Salvando las particularidades propias del caso, en la madrugada de ayer se repitió el patrón ya verificado en Bogotá el pasado 8 de marzo. Decenas de manifestantes feministas buscaron ingresar a la Iglesia de San Francisco y prenderle fuego. En Popayán, el pasado 16 de septiembre, varios líderes indigenistas vandalizaron y derribaron la estatua de Sebastián de Belalcázar.
Los vestigios de un mayorazgo, un templo barroco del Siglo XVI, la estatua de un conquistador. Se trata de tres símbolos integralmente representativos del orden cristiano que iconoclastas furiosos se empeñan en destruir. Porque aunque puedan estar disgregados en ideologías superficiales –indigenismo, feminismo, anarquismo- los objetos por destruir siempre son los mismos. O sea, cualquier elemento que simbolice la sociedad católica que buscan destruir con desesperada ansiedad.
Mucho más que la lucha por la tierra o por los «derechos» de las mujeres, con la vandalización de estos símbolos se espera destruir cualquier vestigio del orden occidental cristiano, por encima de las narrativas de aguas tibias que ven en ello aislados brotes de protesta reivindicando la satisfacción de genuinas necesidades.
Las profanaciones de iglesias y destrucción de estatuas por todo el mundo dan buena cuenta del mismo fenómeno.
Solve et coagula resulta ser el lema de un movimiento que, aunque no está mundialmente organizado ni buscando las mismas metas concretas, sí comparte el común y último propósito de destruir lo que ellos llaman el «patriarcado opresor» y otros llaman «civilización occidental».
Lo ocurrido en la madrugada de ayer confirma la evidente tendencia hacia tiempos llenos de persecución. Aunque la mayoría de los participantes de estos violentos episodios probablemente lo ignore –incluyendo a victimas y victimarios por igual–, ellos son protagonistas en una guerra casada a muerte entre el orden tradicional contra la revolución anticristiana. Sea en su agresiva versión marxista o en su más hipócrita manera liberal.
Agencia FARO