El cenagal infecto

Estatua de don Marcelino Menéndez Pelayo en la Biblioteca Nacional

Marcelino Menéndez y Pelayo, sabio incomparable, publicó siendo jovencísimo su erudita obra Historia de los Heterodoxos españoles. Culmina en su Epílogo su intuición clara de que es la peste revolucionaria (en su entraña, hereje) la que mustió las Españas y continuaba, en su época y en la nuestra, envenenando nuestra Tradición y nuestra Fe.

De todos los tesoros en la obra mostrados, verdadero jardín de las delicias, se debe enseñar con amargor su opinión de los medios de propaganda y de otros tristes famosos protagonistas de la decadencia patria. Y es que hoy, más aún, nos siguen mostrando ésta, su verdadera naturaleza:

«Con la continua propaganda irreligiosa, el espíritu católico, vivo aún en la muchedumbre de los campos, ha ido desfalleciendo en las ciudades; y aunque no sean muchos los librepensadores españoles, bien puede afirmarse de ellos que son de la peor casta de impíos que se conocen en el mundo, porque, a no estar dementado como los sofistas de cátedra, el español que ha dejado de ser católico es incapaz de creer en cosa ninguna, como no sea en la omnipotencia de un cierto sentido común y práctico, las más de las veces burdo, egoísta y groserísimo. De esta escuela utilitaria suelen salir los aventureros políticos y económicos, los arbitristas y regeneradores de la Hacienda y los salteadores literarios de la baja prensa, que, en España y en todas partes, es un cenagal fétido y pestilente».

Decía Nicolás Gómez Dávila que para el mundo moderno «fomentar la cultura es coronar a mediocres». Ojalá fueran sólo mediocres pero bienintencionados los panfletarios de los diarios españoles. Pero de las cuatro cosas que conocen los incultos, todas se aprovechan para destruir, corromper y hacer el mayor de los males.

Atacar las costumbres de los padres; profanar las memorias y tradiciones de los antepasados; mentir, engañar y falsificar cuantas verdades intuyen; y abiertamente enemistarse con su propia patria y con la fe en Dios, Señor de los hombres.

Nosotros, sabiendo que estos descarriados siempre andarán al acecho para transmitir su veneno, como la serpiente, debemos alejarnos lo más posible de aquel pantano que corroe las almas y las mentes. Y acercarnos en cambio a aquellas fuentes de la eterna sabiduría cantadas por Lucrecio y don Marcelino. Edita doctrina sapientum templa serena.

Gabriel Sanz Señor, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid