Robotizados, procrastinamos

Reuters

El Eterno ha creado los ángeles en el evo y a los hombres los estableció en el tiempo. Puesto que los tiempos que nos tocan vivir «son malos», San Pablo nos pide que vivamos sensatamente «redimente tempus», redimiendo el tiempo. Pareciera que esto los católicos lo vemos menos claro que los hedonistas, quienes tienen muy presente el célebre adagio: «carpe diem». Como los hijos de las tinieblas son más activos que los hijos de la luz, podemos ver que, desgraciadamente, las pasiones tienen una mayor fuerza de movilización que los ideales más santos y nobles.

El verbo procrastinar, que significa «aplazar, diferir», no es muy conocido; sin embargo, lo que designa es un hábito fatídico y muy frecuente, por el que nos llegamos a persuadir a nosotros mismos que haremos mañana lo que no queremos hacer hoy. Aplazamos sin medir las consecuencias y los efectos trágicos de no poner en acto aquello que en potencia se encuentra en el ser de cada uno de nosotros, pues procrastinar tiene un efecto abortivo de los talentos que jamás serán multiplicados, porque quedarán sepultados bajo lápidas de pereza y es así como al perder el tiempo, terminamos perdiendo una feliz eternidad.

Cual graznidos estridentes de un cuervo oímos una y otra vez «cras, cras», es decir «mañana, mañana», como queriendo justificar las premuras de quienes urgidos por la caridad quisieran que se hiciera efectivo ese movimiento fecundo entre el antes y el después que se llama tiempo. En cambio para aquellos que lo redimen, ese pasar transcurre pletórico dentro del cauce del tiempo, cargado de esperanzas hacia la eternidad.

«Cras, cras» responden a las llamadas perentorias de quienes, a tiempo y a destiempo, piden que se activen para que los asuntos se pongan en marcha, y mientras tanto la conciencia permanece dormida sin oír los reproches, porque ni siquiera imaginan que los pecados de omisión podrían llegar a ser más graves, a la hora de rendir cuentas, que aquellas faltas de comisión, que sí se pueden ver, oír o tocar. Por esto, con frecuencia, procrastinar ni siquiera entra en línea de cuentas a la hora de hacer el examen de conciencia, pedir perdón y hacer propósito de enmienda.

Algunas excusas se fundamentan al entrar en conflicto lo urgente con lo importante, y al no tener clara la jerarquía de prioridades. Los criterios utilitaristas prevalecen sobre los altruismos metafísicos.

Otra fuente de pretextos muy frecuente, consecuencia de la robotización de la mentalidad que esclaviza los espíritus, son los proyectos propios, aquello ha sido previsto, o no. En estos tiempos se habla de la inteligencia artificial y su multiplicidad de funciones, gracias a las cuales los hombres quedarán dispensados no sólo de trabajar, sino también de pensar. Pero lo que es más preocupante de la robotización de las mentalidades es que, con timbres de perfección, se complace en sincronizaciones previsibles por lo humanas, y muertas por lo mecánicas, porque carecen del vigor vital y fecundo que insufla el Espíritu de Vida.

Los robotizados se vuelven incapaces de salir de la dimensión humana y sintonizar con la voluntad de Dios. El Espíritu manifiesta su condición divina, precisamente porque no actúa dentro de los parámetros humanos, y expresa su voluntad a los que, atentos al soplo de su inspiración, están dispuestos a franquear la frontera entre lo humano y lo divino por la adhesión de sus actos al querer de Dios. En definitiva, los que han sido dóciles a la voluntad de Dios son los héroes que admiramos y los santos que veneramos.

El Espíritu, que no sabemos cuándo puede soplar ni de dónde viene ni a dónde va, sopla a veces en vano sobre las velas plegadas de unos veleros que no se atreven a ir «duc in altum» y prefieren permanecer en las fétidas aguas portuarias de la tibieza.  Por esa razón  no van, ni te llevan, a ninguna parte.

La pereza, que es madre de todos los vicios y  abuela de todas las desgracias, no es la que nos impide hacer algo, sino la que nos imposibilita cumplir con nuestro deber, por eso todos conocemos perezosos muy ajetreados, holgazanes desbordados.

Hay tantas excusas como perezas, que se suman a aquellas que dieron los invitados por el Señor a las bodas, dame por excusado porque he comprado un campo, debo probar una yunta de bueyes y acabo de tomar esposa. Muchas veces, hipócritamente, travestimos la pereza de legalidad.  Siendo que la ley se define como, «la ordenación de la razón al bien común», algunos se escudan en ella para utilizarla en beneficio de la propia comodidad personal y, en consecuencia, en detrimento del bien común que nos solicita. Se amparan en la letra que mata y se alejan del Espíritu que vivifica.

Y mientras tanto no se sabe si ésta es esa clase de higuera que se merece otra oportunidad o simplemente una maldición definitiva.

Ante el soplo del Espíritu, María Santísima fue fecunda diciendo «fiat» a una inspiración que le manifestaba la vocación divina que la llamaba a salir de aquello que Ella, con toda humildad, tenía previsto. Es así como la Sierva del Señor fue la Theotokos y El que es Poderoso hizo cosas grandes, muy grandes, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, algo que no estaba previsto en los planes de ningún hombre y ni siquiera de los Ángeles.

Unos pescadores de Galilea tenían ya previstos los derroteros de su vida, pero ante la invitación a dejar las redes siguieron a Jesús y fueron pescadores de hombres, columnas fundamentales de la Iglesia Católica. También había por allí un joven rico, muy buen chico por cierto, pero cuando fue invitado a franquear la frontera de lo humano a lo divino no se atrevió a dar el salto a lo incierto; le falto el coraje y la generosidad que es patrimonio de héroes y de santos. Mucho antes que Pedro, no se atrevió siquiera a caminar sobre las aguas, y el Señor lo miró con tristeza.

Hoy si escuchas la voz de Dios, no cierres tu corazón. No des coces contra el aguijón que quiere despertarte, virgen imprudente. No puedes siquiera imaginar y mucho menos prever todo lo que Dios puede hacer con un hombre dócil a su divina voluntad, fiel y leal a las inspiraciones con las que urge a los tibios.

No te exasperes cuando al ponerte en marcha sientas agujetas en el alma, es natural que al ser solicitadas, ciertas virtudes oxidadas se pongan a chirriar. No te dejes llevar por el mal humor, propio de un mal despertar de la siesta, no te enfades cuando el acicate que incordia perezas, golpee a tu puerta,  invitándote que dejes una vez por todas de procrastinar.

Rvdo. P. José Ramón García Gallardo, Consiliario de la Comunión Tradicionalista