La cuestión africana de España

DCeuta

Desde que las tropas mahometanas del general Tariq desembarcaron en las costas de Tarifa en el año 711, siempre ha existido en España una cuestión africana. Ya antes de que se formara el Reino visigodo de Toledo, los antiguos pobladores de la Península, vieron a los poderosos ejércitos cartagineses cruzar el Estrecho, provenientes de África para enfrentarse a las legiones romanas.

Hay un antes y un después de 711 en nuestra historia, como también lo hubo después de la victoria de Roma sobre Cartago. España pudo haber sido otra cosa, pero primero fue romana y luego cristiana, por voluntad y gracia de Dios y por virtud propia.

Lo que pudo haber sido la España visigoda, de no haberse interrumpido su andadura por la invasión mahometana, nunca lo sabremos. Pero sí sabemos que la España que se forja durante los siglos medievales y que culmina en 1492 con la conquista de Granada, y el comienzo de su expansión por otros continentes, se hace contra el Islam y por el firme empeño de pertenecer a la civilización cristiana.

Toda la Reconquista fue una lucha por recuperar territorios perdidos, pero lo que daba sentido a esa lucha, y lo que hizo posible su continuidad durante siglos, era devolver esos territorios a la civilización cristiana.

Más tarde vendrán las campañas militares en el norte de África y el Mediterráneo para defender nuestras costas de los piratas berberiscos, que se mantendrán durante siglos. Y cómo no mencionar las guerras de Marruecos de los siglos XIX y XX, así como los conflictos motivados por las ansias expansionistas de nuestro vecino en los antiguos territorios españoles de Ifni y el Sáhara.

Cuando los reyes llevaban sus ejércitos a Orán o Túnez, no lo hacían para ampliar sus dominios o para crear un imperio africano, sino para acabar con la amenaza que para nuestra integridad, seguridad y prosperidad suponían los piratas sarracenos. Y, si tenía sentido una política expansionista en el norte africano, era precisamente para defender la Monarquía católica de sus enemigos y sus peligrosas conexiones con el poderoso Imperio otomano, que había borrado del mapa a la antigua Bizancio y amenazaba al resto de la Cristiandad.

Igualmente, las expulsiones de moriscos que se producen en tiempos de los Reyes Católicos y de Felipe III, son una consecuencia de esa cuestión africana, que ponía en riesgo continuamente la paz y la seguridad de sus súbditos.

Nunca en la historia española, salvo raras y anecdóticas excepciones, nuestras relaciones con África han tenido un enfoque imperialista o expansionista, ni mucho menos un componente racista. Nuestra relación con África siempre ha pivotado alrededor de dos ejes principales: la integridad de la Patria y la defensa de la Religión.

Quienes dirigen los destinos de España en la actualidad no deberían olvidar estas lecciones que nos enseña la historia. Marruecos es hoy un mal vecino para España y siempre lo ha sido. Desde la creación del moderno Estado alauita, nuestros intereses siempre han chocado con los de nuestro vecino norteafricano. En nuestros días sigue siendo un foco continuo de problemas para nuestra seguridad, nuestra integridad territorial y nuestra economía.

La historia demuestra que la geopolítica está más allá de los gobiernos y de las ideologías, que existen unas líneas generales que permanecen constantes en el tiempo. Algo que los gobiernos que se han ido sucediendo desde la etapa final del régimen del General Franco hasta nuestros días han olvidado con demasiada frecuencia, con lamentables consecuencias para nuestros intereses.

La Comunión Tradicionalista, como fiel custodio de esa continuidad histórica y política, siempre ha puesto especial interés en esta cuestión. Y ha mantenido una postura firme y constante, al margen de las modas y las conveniencias políticas de cada época, pensando siempre en los intereses de España y en el bien común.

Por ello que seguimos defendiendo la necesidad de que España desarrolle una estrategia propia para defender sus legítimos intereses en África. Y para ello debe llevarse a cabo una política independiente, que pasa necesariamente por mantener nuestra presencia en las plazas africanas que se conservan y reforzar nuestra soberanía en las Islas Canarias, así como en las aguas territoriales de dominio español.

En ningún caso, los compromisos que España pueda tener, con sus actuales socios o los organismos internacionales a los que pertenece, deben estar reñidos con los intereses geoestratégicos de España en el ejercicio de su dominio político. En este frente de nuestra política exterior urge un cambio de rumbo antes de que sea demasiado tarde.

Diego Luis Baño, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo