La semana pasada nos enteramos de una noticia en el municipio de Sabanalarga del departamento del Atlántico que, si no fuera trágica para la gente involucrada, la calificaríamos de jocosa. Un pastor de la secta mal llamada «evangelista», de apellido Ferrer Ruíz, anunció la llegada de Jesucristo el 28 de enero a sus seguidores, con que acto seguido acaecería «el rapto». En ese contexto, su rebaño se despojó de toda pertenencia y donó todo su dinero a la «iglesia» de garaje, como si las ovejas se trasquilaran por su cuenta.
Como es evidente, el rapto nunca llegó. A la fecha, no se conoce el paradero del líder protestante. Las ovejas se dirigieron al abismo.
A pesar de situación tan estrafalaria, cabe preguntarse qué tan recurrente es el abuso por parte de las nuevas sectas sobre sus miembros. No es extraño ver que a los movimientos herejes evangélicos se les señala su estructura personalista, en la cual el ministro o pastor se ve beneficiado en demasía.
El problema viene en alza en Colombia, puesto que cada vez los católicos son menos y los apóstatas más. Y esto sólo teniendo en cuenta apenas el número de católicos nominales. Este fenómeno, naturalmente, puede adjudicársele al Concilio Vaticano II, la hegemonía cultural anglosajona y, en general, a la modernidad. La fe frágil, con su consecuente endeble o nula evangelización, ha relegado a la Religión como mero rasgo cultural. Es así como en nuestra patria el Sagrado Corazón se ha ido convirtiendo en un adorno; un recurso retórico que se invoca para hacer una observación irónica respecto a los acontecimientos extraños que acontecen en nuestra nación. Invierto el orden de esta práctica: el suceso del 28 de enero se dio justamente porque Colombia no es más el país del Sagrado Corazón.
No tenemos que desfallecer ante esta realidad; hay mucho que hacer para que Colombia vuelva a consagrarse al Sagrado Corazón de Nuestro Señor.
Felipe Criollo, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín