
El 4 de febrero de 1888 se produjo lo que muchos historiadores tildan como la primera huelga ecologista de la historia. Los habitantes de Riotinto (Huelva) protestaron por la contaminación aérea que produjo la quema de cobre en las minas cercanas, así como por los bajísimos salarios que pagaba la empresa británica a la cual la arruinada I república española le vendió aquellos predios.
No se hace mención de esta efemérides como algo loable, sino como una consecuencia directa de las decisiones económicas, sociales y políticas que se tomaron en la península a partir de la ascensión de la usurpadora. En pocas palabras, el liberalismo trajo consigo el desequilibrio y el desorden en todos los aspectos, y dio origen a uno de los más graves: el desequilibrio ambiental que comenzó a pasar factura con la contaminación, bastante perjudicial para las poblaciones. La ruptura del equilibrio dado por Dios a su creación afecta a los hombres, especialmente a los más vulnerables que son quienes sufren las consecuencias directas. Beben en arroyos contaminados, respiran aires tóxicos y luego sufren enfermedades terribles.
Y es que el pecado ambiental que menciona el papa Francisco, en realidad, no existe. Es sólo un producto de ese discurso modernista que idolatra a la naturaleza, pone a la creación por encima del creador y solo sirve para encubrir el verdadero problema: cuando destruyes el ambiente, te destruyes a ti mismo y a tu prójimo; y, si vamos a temas doctrinales, te portas como un pésimo administrador de la obra de Dios. ¿Quién destruye el ambiente y atenta, de esta manera, contra su prójimo y contra sí mismo? Aquel que, guiado por el deshumanizante lema liberal business are business, sobreexplota el patrimonio ambiental para satisfacer sus ambiciones materiales. Y está bien ser un empresario, pero está mal ejercer como tal forjando su imperio individual pasando por encima del bien común.
Pero el tema no da para un solo artículo, así que se debe concluir dejando claro que: primero, idolatrar a la naturaleza es un desvarío de quienes no ven la realidad del problema y, por ende, jamás serán capaces de proponer soluciones. Y, segundo, que esas soluciones pasan por reconocer que, desde finales del siglo XVIII, ingleses y franceses nos vendieron la idea de ser como dioses. He ahí el asunto.
Adrián Esteban Hincapié Arango, Circulo Tradicionalista Gaspar de Rodas