Hace unos meses, se proyectó el documental «Vida, la España vacía» dirigido por Rodrigo Gilsanz Tejedor.
El cortometraje versa sobre el gran problema de la despoblación que no sólo arrecia en la España peninsular sino en toda nuestra civilización, debido a su origen espiritual. Está ambientado en dos zonas de la provincia de Segovia. Una de ellas es la antigua Comunidad de Villa y Tierra de Ayllón con sus pueblos negros y rojos, a saber: Alquité, Madriguera y El Muyo. La otra zona es la localidad de Navalmanzano, del sexmo del mismo nombre, en la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar.
Los pueblos negros y rojos de la Sierra de Ayllón son los que están más gravemente amenazados. A pesar de las evidentes ruinas, conservan mejor su arquitectura rural, pero en cambio son objeto de la especulación inmobiliaria y están destinados a convertirse en pueblos sin vida real. Son ya zonas de descanso y de fin de semana, para servir de refugio a los que huyen de la ciudad.
El caso de Navalmanzano es diferente. Situado en el centro de la provincia de Segovia, es nudo de comunicaciones, no se ve tan amenazado su nivel de población, pero sí, en cambio, su tradicional forma de vida.
Las intervenciones, la mayoría telefónicas por las circunstancias ya conocidas, denuncian la pasividad y el abandono de la administración y acusan a los políticos como agentes principales del desastre.
Destacamos la intervención de Luis Gilsanz. Por su boca hablan la sensatez y el sentido común, de quien, siendo un hombre sencillo de un pueblo de Castilla, evoca la belleza y alegría de un pasado que conoció y añora. Denuncia la tristeza que asoma con la irrupción de la vida moderna. Remarca cómo la amistad en las relaciones familiares, vecinales y laborales eran el combustible de una vida sana, además de ser lo propio de la naturaleza del hombre. Es un sabio en medio de un mundo perdido y desorientado.
Los políticos, y por ende la administración estatal, son simples agentes de ese proceso de destrucción de la vida rural, que va más allá de la despoblación. Son cómplices de la ruina del hombre como consecuencia de la revolución. Y uno de sus resultados es la pérdida de las relaciones sociales que son tan necesarias para la perfección humana. De ahí el desarraigo, el abandono de la tierra de los padres, la ruptura en la transmisión de la tradición y de la cultura rural. La despoblación no se va a solucionar con dinero o más legislación. La solución se cimenta en restaurar la Religión verdadera y que el hombre por gracia entienda su lugar en la Creación. Su relación con Dios y la gracia no anulará esa naturaleza, sino que la perfeccionará y la elevará a su lugar destinado.
Les invitamos a ver la película, disfrutar su fotografía y sufrir con los signos de abandono, ruina y decadencia. En sus tiempos surgieron vocaciones, y salieron hasta soldados, hoy son el decorado vacío de una lenta agonía.
Gerardo Miranda, Círculo Tradicionalista Lirio y Burgoa de Valladolid