Intromisiones lógicas

Parlamento europeo. EFE

Cuando leí alguna de las medidas que sostenía la Comisión en su Plan Europeo contra el cáncer, debo reconocer que perdí parcialmente la serenidad. Ahora que escribo estas líneas, no logro comprender el porqué de mi asombro, pues si para algo ha nacido el proyecto de integración comunitario europeo es para la intromisión.

No seré yo quien defienda la soberanía de los Estados, término ajeno al pensamiento político tradicional y de cuño moderno. Los ataques que el europeísmo recibe desde estos frentes —pese a las nobles intenciones que no pongo en duda— no aciertan a comprender el núcleo del problema, a mi juicio.

Vivimos en un momento histórico en el que el Estado, ese artefacto nacido de la ruptura de la Cristiandad, hace aguas por causa de nacionalismos y globalismos. En esa lógica en la cual se encuentra, se limita a legislar de forma paranoica contra enemigos de humo creados por los ideólogos del momento. Esos espectros difuminan la realidad de los problemas centrales, que son los que el propio Estado asume como principios fundamentales en su compromiso con la «libertad» de los ciudadanos. Así, mientras el Estado permite que la liberalización extrema arruine empresas que no pueden competir con la sofisticación de los países del norte, legisla contra aquellos que no llevan el cinturón de seguridad.

Esta crisis hace que los Estados caigan como moscas en los dulces aromas que desprenden las políticas europeístas. Ahora bien, el fundamento del proyecto de integración no es ajeno al proceso disolutorio del orden político que vivimos. Es cierto que la descomposición de los deberes de las autoridades beneficia a Europa, pero ésta también tiene como fin alcanzar un estadio de integración en el cual —reducidos los Estados a la nada práctica— sea la propia Europa quien pueda «moralizar» a todos los europeos. Y en este proceso, ejemplos como las medidas de restricción al tabaquismo que se han desarrollado en el seno de la Comisión a raíz de la lucha contra el cáncer son prueba de ello.

Y en esta montaña rusa que nos ha llevado desde la producción común del carbón y el acero, pasando por un monstruo pseudo jurídico que ha ido creciendo en competencias y complejidad, llegamos a que unos señores sentados en cómodas butacas centroeuropeas decidirán sobre los hábitos de los hombres ajenos a ellos en la práctica. No nos extrañemos, Europa es intromisión, un desorden con disfraz de mera organización.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense