La semana pasada aparecía en el diario El País un Manifiesto suscrito por un centenar de altos personajes del mundo de la Economía, en el que se pedía al Banco Central Europeo la condonación de aquella parte de la Deuda Pública de los Estados miembros poseída por el propio Banco. Esto se pedía como medida necesaria para la recuperación socioeconómica frente a los graves problemas originados con ocasión de la pandemia.
Afirman, entre otras cosas: «Si devolvemos este dinero [de la Deuda], tendremos que encontrarlo en algún lado, ya sea volviendo a pedir prestado para refinanciar la Deuda […], ya sea subiendo los impuestos o recortando el gasto»; «Contamos con la suerte de tener un acreedor que no teme perder su dinero: el BCE»; «El BCE puede permitírselo […] un banco central puede operar con capital propio negativo sin dificultad. Puede incluso crear dinero para compensar estas pérdidas». También afirman la insuficiencia de la cantidad total de subvenciones del llamado Plan de Recate Europeo (de los cuales unos setenta mil millones corresponden al Estado español).
Este nuevo «Plan Marshall» (como lo llamaba el Dr. Sánchez), así como la propuesta del Manifiesto de la cancelación de la Deuda a cambio de la realización de nuevas inversiones dentro de los Estados miembros, son medidas que entran dentro de la ortodoxia de la ciencia económica. En concreto, del keynesianismo, que es la doctrina inventada por J. M. Keynes en la década de los treinta para contrarrestar la verdadera solución propugnada por C. H. Douglas (auténtico debelador del verdadero y deliberado problema financiero que subyace al problema socioeconómico).
Aun así, pensamos que las sentencias entresacadas del Manifiesto pueden ayudar, por lo menos, a intentar reflexionar sobre algunos aspectos que, como ocurrió en su día con el Mayor Douglas, nos conduzcan hacia el camino de la verdadera solución.
Para empezar, podríamos preguntarnos, por ejemplo: ¿Por qué diantres una comunidad política va a quedar endeudada con un organismo externo, al que se le concede graciosamente nada menos que el poder de crear de la nada todo el dinero necesario para esa comunidad política? Recordemos que el proceso, a grandes rasgos, consiste en que el poder público de esa comunidad crea de la nada unos títulos de Deuda Pública que entrega al Banco Central como prenda o garantía del dinero que este último crea de la nada en favor de dicha comunidad.
Ya sabemos que, ante la sugerencia de la posibilidad de que sea el propio poder público el que cree de la nada su propio dinero, saltan los economistas ortodoxos con la cantinela de: «¡Inflación! ¡inflación!». Pero, dejando a un lado la dudosa cuestión de que esa medida haya de ser necesariamente siempre inflacionaria, ¿acaso el efecto de introducir esa nueva masa monetaria en la economía comunitaria será substancialmente distinto si lo hace el propio gobierno que si lo hace el organismo bancario externo?
Entendemos que la única diferencia sería, más bien, que en un caso se crearía ese dinero sin endeudamiento, y en el otro con Deuda (como ocurre hoy día). Esto no es más que una simple pregunta, que no agota ni muchísimo menos todo el tema; pero creemos que puede servir de punto de inicio para ulteriores conclusiones racionales en la correcta dirección.
Félix M.ª Martín Antoniano, Círculo Tradicionalista General Carlos Calderón de Granada