¿Son o no, convulsos los tiempos que nos tocan vivir? Más allá de intentar asemejarse a un abuelo con memoria de momentos más felices, es necesario pensar la respuesta.
Se requiere saber lo imprescindible y despreciar lo superfluo. Y librarnos de la mitificación del lenguaje. Recordemos que moderno no es sinónimo de mejor, ni libertad de ser libre, así como los hijos no son sólo prole. Es preciso recordar que el bienestar no es consumir y que una vida plena es tener un buen morir. Hacer memoria de que venimos, no únicamente de algún lugar, sino de una historia, de la que somos hijos, que nosotros mismos, con nuestro presente, transmitimos o traicionamos para quienes vienen nos sucederán.
Vivimos en España, patria multisecular que, desde el III Concilio de Toledo, tiene rostro e identidad propia, única y diferenciada. No nace en el 1978, ni en la primera (1870) o en la segunda República (1931), o en las Cortes de Cádiz (1812). Como a una madre, no se la reinventa al margen de la realidad histórica, sino que se la ama y embellece.
Hemos tenido cuatro guerras civiles desde el siglo XIX, en las que un buen número de españoles dejaron sus hogares, sus medios de vida, y sus familias, para preservar la España inmortal a la que nada pedían, pero sí daban. Muy lejos de todo romanticismo, a esos españoles sólo les esperaba, además de una muerte probable, hambre y sufrimientos ciertos, un regreso a sus casas sin más honores y prebendas que el haber hecho todo lo posible por esa España de sus padres, que les pidió honor y hacienda.
Hoy, en este mercado de libertades y trastos, en esta basura que intenta sepultar las Españas, muchos se regodean y alzan soberbios, pero, aun así, una mayoría no hace estercolero. ¿Cuántos entregarían un minuto, ya no digo una vida, por el esperpento en que viven? ¡y eso que a todos les gusta la sociedad en la que regocijan sus vientres!
Nadie da algo a cambio de nada, y el vacío de este lodazal que los une es… nada: un pedazo de tierra con fronteras, una bandera coreada en un estadio, un desfile sin destino, una historia desfigurada, una lengua escarnecida…nada.
Donde hay sacrificio se atisba certeza. Y donde hay perseverancia se descubre verdad.
Ciertamente, no languidecemos con el hambre, ni agonizamos en trincheras ni nos acecha el exilio. Pero profanan España, escarnecen a Cristo y reniegan de su legítimo Rey. La paz de los pusilánimes no es más que tortura indecible.
Roberto Gómez Bastida – Círculo Tradicionalista de Baeza