Una vez más, el debate caldea el ambiente en la acrópolis liberal istmeña. Gabrielle Britton, de la junta directiva de La Asociación Panameña para el Planeamiento de la Familia (APLAFA), defendió el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo. Aunque declaró que no entraría en puntos polémicos, afirmó «no voy a compartir mi opinión personal, que es bastante evidente al respecto, porque creo en un estado de derecho», para añadir acto seguido «estamos hablando de que si una mujer no tiene derecho a decir que no quiere tener hijos, entonces no tiene control sobre su cuerpo; no estamos hablando del aborto».
En relación con el fallo de la Corte de Justicia sobre la Ley de esterilización, Britton mencionó a «grupos conservadores» que, según ella «tienen buenos aliados en posiciones de poder», y argumenta que con estas opiniones de salud reproductiva para la mujer «en cosas más triviales», se llegará a «cosas más controversiales».
Britton sostiene que ella sólo defiende el derecho de una mujer adulta a decidir si quiere o no tener hijos. A partir de aquí, expone la necesidad de legalizar la esterilización voluntaria femenina, manifestando que es un derecho de la mujer sobre su cuerpo, y que no tiene relación con la «controversia» que origina el aborto.
Para contextualizar el debate, en Panamá, la esterilización masculina ya es completamente legal, pero las mujeres requieren ser o mayores de 23 años o tener más de dos hijos.
Sin embargo, en el caso que plantea la asociación APLAFA ¿estamos realmente procurando un bien al darle a la mujer los mismos «derechos» que ya tienen los hombres? ¿Ha caído tan bajo la sociedad liberal que ahora piden igualdad y derechos para mutilarse el cuerpo, templo del Espíritu Santo?
Si llegamos a ese punto, en Panamá se avanzará por el camino de ser −en palabras de la propia Britton− más «controversiales» todavía. En definitiva, se habrá dado un paso más para llegar al aborto legal.
En concreto, tras los últimos escándalos de abuso infantil, muchos ya están reclamando que se legalice el aborto para que las niñas violadas no se vean obligadas a ser madres. Sin duda la violación es un mal grave para la víctima, pero el progresismo lo utiliza para que la opinión pública acabe justificando el mal del homicidio cometido por la propia madre a su criatura indefensa.
Se usan casos particulares para imponer sus morales relativistas y cambiantes al dictado de la moda. No hay mal que nos dé derecho a asesinar ni que se pueda resolver con el pecado, quedando al margen de Dios.
Pero volviendo al tema inicial de este escrito, la esterilización, la mutilación propia, también es un mal que atenta no sólo contra la enseñanza eclesiástica, como nos recuerda su Santidad Pío XI en Casti Connubii, sino también contra la ley natural. Como tradicionalistas y católicos, debemos ser diferentes de los conservadores, que «bailan la vara» y con el paso de las décadas hacen compromiso con los progresistas. Heredamos la tradición que brotó de la semilla del Evangelio. No podemos dar nuestra aprobación a estos actos reprobables, ni siquiera estando en desacuerdo privadamente.
Paolo Emilio Regno, Círculo Tradicionalista Nuestra Señora de la Asunción de Panamá