Apocalipsis climáticos (I)

Cazadores en la nieve Brueghel el Viejo (siglo XVI)

A lo largo de la historia humana se han sucedido numerosas variaciones climáticas, a menudo catastróficas y mucho mayores que las actuales. Uno de los cambios más destacados en gran cantidad de referencias documentales es la llamada Pequeña Edad de Hielo.

Fue un período singularmente frío que abarcó desde el año del Señor de 1300 hasta mediados del siglo XIX y puso fin a una era extraordinariamente calurosa llamada «óptimo climático medieval» o «Pequeña Era Tórrida», en la que se cultivaban viñas y olivos en buena parte de Europa ¡ricos vinos tintos en la antigua Britania, después triste y pérfida Albión! Con carácter previo a esta época cálida se produjo un cambio climático que propició el fin del imperio romano, en donde las bajas temperaturas, las malas cosechas y la hambruna fueron factores determinantes de las invasiones bárbaras.

Realmente resulta asombrosa la detallada investigación del historiador y profesor K. Harper publicada recientemente «The Fate of Rome» (El fatal destino de Roma, Edit. Crítica), en donde la caída del Imperio romano se asocia a modificaciones climáticas con inundaciones, episodios gélidos, quiebra agrícola, enfermedades y hundimiento moral de la sociedad a raíz de los sangrientos Diocleciano y Daciano, de fatídico recuerdo.

Estos hechos plantean preguntas convincentes sobre qué procesos desencadenaron el cambio al Little Ice Age (LIA) después de tiempos medievales relativamente cálidos, y qué procesos auxiliares permitieron que el enfriamiento del LIA persistiera durante seis siglos antes de calentarse nuevamente a partir de 1850.

Como decíamos, en la muy cálida Alta Edad Media prosperaba el olivo de manera sorprendente en muchas zonas. En toda la cuenca del Duero y el Ebro crecía en numerosas localidades (incluso a más de 1200 m de altitud) de las que desapareció en la Pequeña Era Glaciar. Por ejemplo, tenemos Olivares de Duero y topónimos medievales como el mismo pucelano de Vallis Oletum (valle de olivares).

El olivo es muy propio de climas suaves y en los periodos muy cálidos del Holoceno (época geológica actual), apenas hace 7000 años, el olivo silvestre abundaba en zonas como las montañas de Burgos, Palencia, la Rioja y Álava, donde posteriormente no ha podido existir. Esto se sabe por los niveles de polen de esta nada friolera planta encontrados en yacimientos arqueológicos, donde el clima helador impide hoy su desarrollo.

Diversos autores relacionan los cambios climáticos con episodios históricos decisivos que son recordados como providenciales. El que hiciese un frío gélido entre 1300 y 1500 fue clave en la Reconquista en España y se consideró una ayuda de la Providencia Divina frente a los invasores meridionales-orientales, nada acostumbrados a los fríos congeladores. Otro hecho, recordado como milagroso, fue la Batalla de Empel (Milagro de Empel): 7- 8 de diciembre de 1585 durante la Guerra de los Ochenta Años, en la que el reducido y heroico Tercio Viejo de Zamora, comandado por el maestre de campo Francisco Arias de Bobadilla, derrotó a una flota holandesa de cien barcos en condiciones muy adversas, terriblemente heladoras. «El hielo de Dios salvó a los españoles», escribían las crónicas neerlandesas del calvinista y muy ofuscado perdedor, Felipe de Hohenlohe.

El insigne artista flamenco Pieter Bruegel el Viejo pintó numerosos cuadros en los que refleja a las claras el frío congelador de la era glaciar del siglo XVI, especialmente en las figuras de esos cazadores, cabizbajos e inclinados contra el frío, caminando penosamente a través del manto de nieve. Mientras, al fondo de la escena, los aldeanos patinan sobre ríos congelados.   

También el pintor madrileño Francisco Collantes (1599 – 1656) reflejó la Pequeña Edad del Hielo, como en su preciosa Adoración de los Pastores (hacia 1650), que se puede admirar en el Museo del Prado. Posteriormente, nadie como el portentoso aragonés Francisco de Goya en «la nevada» donde captó la esencia gélida de aquella Edad del frío.

Pero la Pequeña Edad del Hielo no fue solo una congelación profunda. También fue un «sube y baja climático», escribe Brian Fagan, de «inviernos árticos, veranos abrasadores, sequías graves, lluvias torrenciales».

Muchos documentos avalan estos sucesos. El precioso acebo, gorosti o grévol, llamado golostri en sardo y corso, que había proliferado muchísimo en Europa durante la cálida alta Edad Media, se congeló y desapareció de los países germánicos y de muchas montañas a causa de la sucesión de episodios heladores. Por el contrario, ciertas coníferas, como abetos y pinos orófilos (Pinus sylvestris, uncinata y nigra) «bajaron» a menores altitudes.

En 1850 acaba abruptamente esta mortífera Pequeña Edad del Hielo y casualmente empieza la fotografía. Se hacen entonces tomas dramáticas en las que se ven aldeas de los Alpes comidas por el glaciar, poblaciones que en tiempos medievales habían prosperado bajo un apacible clima benigno con barrios aún enterrados por el hielo. Justo por esas fechas se fotografió el gran Glaciar del Ródano (Suiza) que empezó a retroceder en 1850, comienzo del fin de esa mencionada Pequeña Edad de la que continuaremos hablando.

FARO/Círculo Pedro de Balanzátegui de León. J. A. Oria de Rueda Salgueiro