El «homeschooling» hoy: ¿burbuja o resistencia?

Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Carreño de Miranda, Museo de El Prado

La educación en casa, más conocida como «homeschooling», es un fenómeno que viene ganando terreno y se ha acrecentado exponencialmente desde el año pasado por la pandemia y una cuarentena prolongada durante meses en un sinnúmero de países.

La opción por educar a los hijos en casa no es un mero deseo romántico e idealista de quitarlos del mundo para encerrarlos en una suerte de burbuja inmaculada, con la intención quimérica de formarlos como ángeles. Quizá haya alguien con semejante idea, pero no representa a la mayoría de los que hacemos esta opción.

Una mirada mínimamente atenta a la educación escolar, en particular, y académica, en general, nos permite ver que las cosas no solamente no andan bien, sino que van descarriladas. Porque los problemas en la educación no pasan simplemente por un creciente grado de ignorancia académica, de profesores y alumnos, sino que los mismos postulados de la educación moderna están en las antípodas de los fines clásicos de la educación.

Sin duda, el auge de la cultura griega fue marcada por el cultivo de los buenos hábitos –las virtudes– y la búsqueda de la verdad en el conocimiento de la realidad. No es posible entender la visión que Aristóteles tenía de la educación fuera del marco de la formación moral.

Pero la educación moderna está orientada a soterrar todos los principios en los que se fundó la civilización occidental o, mejor dicho, la mayor de todas las civilizaciones que la Historia de la humanidad haya conocido: la Cristiandad.

En efecto, la educación moderna se caracteriza por su finalidad comercial, triunfalista, utilitaria, hedonista, masificada, uniformada, relativista, inmanentista, ideologizada y aconfesional.  

Comercial, porque la actual educación es un medio para hacer un lucrativo negocio; triunfalista, porque vende a los alumnos una educación para el triunfo material y laboral; utilitaria, porque el fin de la educación moderna busca la utilidad del saber y la capacitación para ocupar cierta posición en la escala socioeconómica. Hedonista, porque pretende no ser fastidiosa en el aprendizaje, sino siempre placentera para el que aprende. Sobre este último punto, es de sentido común que no todo lo que vale la pena aprender y hacer está exento de sacrificio. Al contrario, el sacrificio, la disciplina y la constancia son propias de los que se dedican, por ejemplo, a conquistar la virtud, a estudiar Filosofía, a escribir un texto académico.

Es también masificada porque se imparte un conjunto de conocimientos estandarizados a una masa de alumnos a quienes los profesores poco o nada conocen; y uniformada, justamente por los conocimientos estandarizados desde una malla curricular definida por los órganos públicos de educación. Es relativista porque la educación moderna abdicó de toda la verdad conocida y sustentada sobre Dios, el hombre –su naturaleza y finalidad– y sobre la realidad.

Es además inmanentista porque considera al alumno -al que aprende- como la medida de su conocimiento. La teoría constructivista de Piaget tuvo amplia difusión y aceptación y hasta ahora, en muchos países, este teórico es uno de los preferidos en el ámbito de la educación. El Constructivismo no solo diseminó entre los pedagogos la idea de que el alumno construye su propio conocimiento, sino la pretensión de que la persona se construye y deconstruye continuamente, como si el ser humano fuera una realidad hueca que uno puede rellenar, desconociendo o simplemente ignorando una naturaleza que nos fue dada con sus leyes definidas; o como si el ser humano fuera una suerte de piezas de Lego que cada uno cambia y acomoda según su antojo.

Ideologizada, porque liberales y progresistas han dominado las instituciones educativas como sus principales blancos para inculcar todo tipo de ideología que se oponga al caudal de sabiduría acumulada por la tradición que hemos recibido como verdadera herencia. Aconfesional, porque busca extirpar toda referencia al Dios de la Revelación y la enseñanza de la Doctrina Católica, erigiendo en su lugar el culto al hombre emancipado y librepensador.

Además, en su adecuación a los modismos tecnológicos, nos venden la falsa idea de que la didáctica y el propio conocimiento se dan más eficazmente por aparatos tecnológicos, muchas veces prescindiendo de libros y hasta de profesores.

Frente a este panorama, uno no puede simplemente entregar a los hijos por 12 años, cuando no más, para que crezcan adoctrinados con toda suerte de ideologías contrarias a Dios y Su Revelación, al orden natural y a la capacidad de conocer la realidad mediante la razón.

Lamentablemente, pocos son los lugares que cuentan con alguna escuela verdaderamente católica que no se adecúe a los principios liberales de la educación actual y que brinde una educación que cultive la sabiduría.

El «homeschooling» puede ser un acto de resistencia contra los virulentos y sistemáticos ataques que las familias sufrimos en todas las esferas de nuestra cultura, y una respuesta contrarrevolucionaria que salvaguarde principios y recupere espacios casi perdidos por la mentalidad dominante.

Marina Macintyre, Margaritas Hispánicas.