Humor- ¡Qué cosas se ven, Don Pero!: ¡¿una cucarachita?!

Fotograma de la película La Bella Durmiente. Hadas Flora, Fauna y Primavera

Hoy vamos a hablar de hadas. Si, ya saben: esas simpáticas matronas, generalmente de edad canónica, que gustan de vestir ropajes coloridos y vistosos y de prometer cosas imposibles. Vamos, como las diputadas del PSOE; sólo que las hadas cumplen sus promesas y las diputadas sus amenazas. 

Debemos a la factoría Disney –próximamente en las mejores reuniones del G-8- la popularización de un buen número de hadas, algunas inventadas en sus estudios y otras pertenecientes a la literatura popular pero todas, hoy, presentes en el imaginario colectivo en su «versión Disney» respectiva. 

Disney, con el festival cromático que es marca de la casa, nos enseña que las hadas son, generalmente, bondadosas y de tonos diversos: las hay rojas, que son un poco marimandonas pero nos hacen reír (como la buena hada Flora y Carmen Calvo); verdes, de edad algo más avezada, ideas un tanto «originales» y cierta predisposición a las «ausencias» ya psicológicas, ya físicas (como la buena hada Fauna; la buena hada de la Fauna, Teresa Ribera; y la últimamente ausente «Haduela» Carmena); azules, algo más jóvenes y que pueden ser, a su vez, hadas enfurruñadas (como la buena hada Primavera e Isabel Díaz Ayuso) o hadas rubias, candorosas, europeas; arias, incluso (como el Hada Azul de Pinocho y Nadia Calviño). Pero sabemos también que hay hadas malvadas como aquélla que con diabólica cornamenta, risa siniestra, un ejército de aún más siniestros esbirros y un cuervo informador se esforzaba por sembrar el terror en el reino… Y no estaba pensando en Dolores Delgado y Villarejo, pero también me valen. En fin, hay hadas que de tan misteriosas y poderosas, ni Disney las conoce y hemos de buscarlas en las viejas novelas de caballería. Son hadas que tienen a gala llevar una vida discreta pero que, en realidad, rigen con puño de hierro los destinos de los simples mortales hasta que un día hacen una discreta aparición en la historia atravesando la mar a lomos de una gigantesca serpiente escupefuego: tal es el caso del hada madrina de Amadís de Gaula, la célebre Urganda la Desconocida (en alemán: Úrsula von der Leyen).

A mí siempre me cayó particularmente simpática la buena hada Fauna de La Bella Durmiente, con ese aire tan majete a lo doña Rogelia con un principio de demencia. Se la recuerdo: era una de las tres madrinas de la princesa Aurora y, aunque no la postrera, sí que ejercía de re-postrera y con ocasión de su cumpleaños se empeñaba en prepararle una tarta, sin hacer uso de sus poderes mágicos. Total, la cosa acababa adquiriendo el aspecto de una torre azul, temblorosa y muy poco apetitosa (sí, justo: como Génova 13). En el curso de la lucha encarnizada de Fauna contra tan fieros enemigos como la harina y el azúcar, tenía lugar una escena muy simpática, en la que la buena hada creía leer en su recetario «una cucarachita» de cierto ingrediente. Como muy oportunamente le hacía notar Primavera –en esos mismos instantes desempeñando el rol de maniquí para un vestido de talla «Botijo»-, muy probablemente se trataba de una «cucharadita».

Sí, a todos nos ha pasado y nos puede volver a pasar: la vista no es lo que era y los móviles, televisores y ordenadores no ayudan a desarrollar la agudeza visual, ciertamente. 

Hay errores inofensivos que de puro insignificantes se suelen pasar por alto y se llaman «erratas», pero también hay errores gravísimos como confundir una cucharada con una cucaracha. Estos errores hay que corregirlos inmediatamente y, sobre todo, no dejarlos sueltos por ahí (especialmente las cucarachas, que corren mucho).

Últimamente sobreabunda este segundo tipo de errores: el Lunes AstraZeneca provoca eutanasias (la ley dice que las eutanasias serán computadas como «muerte natural» así que la expresión es legítima) en alarmante proporción a cierta franja de edad; el Martes es otra franja distinta la que sufre los más variopintos efectos secundarios; el Miércoles el Gobierno decide administrar, igualmente, la misma vacuna a la franja 1, pero cambiar de modelo para la franja 2. Y así. Y todo por no leer bien las instrucciones.

Luego, lo de los trombos: un número alarmante de mujeres jóvenes (es decir, de entre 15 años e Isabel Celáa) vacunadas han sufrido extraños trombos; luego resulta que todas consumían regularmente píldoras abortivas; y luego, a alguien se le ocurre decir: «¡Ah! Pero ¿no han leído ustedes la sábana de instrucciones de las píldoras abortivas? Uno de sus efectos secundarios más frecuentes son los trombos». Parece razonable que en combinación con las vacunas las posibilidades aumenten…

Hay que leer y hay que informarse debidamente antes de medicarse, Señora Ministra… ¡Digo…Camarada ciudadano! Por ejemplo, las vacunas anti-Covid 19 tienen muy mala resonancia con catarsis electorales matritenses -¡que se lo digan a Gabilondo!-; las hay que no lo inmunizan a uno contra el virus (¡ni que sirvieran para eso las vacunas!) sólo reducen los síntomas en caso de contagiarse; en fin, en los prospectos informativos se advierte claramente que podrían no producir efecto alguno. Vamos que –y no me llamen alarmista, que es así- «estar vacunado» no es (necesariamente) sinónimo de «ser inmune» al coronavirus. Es estrictamente sinónimo de «ser un ciudadano responsable». Un sintagma repulsivo, a mi modesto entender, pero allá cada cual. 

No seré yo quien les diga qué hacer o qué no hacer. Pero tengan en cuenta que para el Gobierno, lo de la inmunidad de grupo (o de rebaño, o de piara…) es menos una cuestión de salud que de poder presentarle los deberes bien hechos a la Reina de la Hadas que vive en Berlín. 

Y, sobre todo, querido lector, lea detenidamente las instrucciones; y si ve que la tarta lleva cucarachita ¡no le pida una segunda opinión al Hada Madrina!

G. García Vao