El combate por la Misa, Sacrificio de la Nueva Alianza

La expulsión de Agar, por Jan Mostaert, Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

***¡LA SANTA MISA! Publicamos el Sermón del Consiliario de la Comunión Tradicionalista y Capellán Real, don José Ramón García Gallardo, de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, en el Domingo IX después de Pentecostés. Se refiere a la importancia de la Santa Misa tradicional en nuestro combate. No dudamos de que nuestros lectores sacarán provecho, como lo hemos sacado los redactores.***

DOMINGO IX DESPUÉS DE PENTECOSTÉS 2021

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

Queridos amigos, la visión de nuestro Dios, el Verbo Encarnado, es profética y abarca todos los tiempos. Hoy contemplamos su mirada triste sobre Jerusalén, que alcanza e incluye también la actualidad lamentable y dolorosa que aflige el corazón de tantas almas, y que también hace llorar al propio Corazón de Dios.

La Iglesia vive en tribulación desde ya hace muchos años. Quedan lejanos aquellos tiempos en que la paz del Evangelio reinaba en la Cristiandad. La Revolución, con su dinamismo infernal, progresa y arrastra a muchos. El odio, que es el motor que la impulsa, viene desde lo más profundo del infierno. Así lo ha mostrado aquél que lucha contra Dios, y que hoy muestra con toda su crueldad y toda su ferocidad su odio a la Luz; el pecado que odia la gracia y la vida. El Enemigo odia al Redentor. No hay tres linajes, sino solamente dos. Dos linajes: el linaje de la Mujer y el linaje de la Serpiente; el Reino de Cristo y el del príncipe de este mundo, homicida desde el principio que lucha contra la Mujer, la Iglesia, la Virgen.

Hace pocos días supimos de ese documento que nos ha golpeado a todos. Como se suele decir hoy, es un texto que nos interpela. Tal como ha dicho nuestro Superior General, el padre Davide Pagliarani, nos debe llevar a la reflexión y meditación, porque no hay duda de que el ajetreo de nuestras tareas cotidianas nos conduce a la rutina y «asueta vilescunt» (la rutina envilece). Las cosas más sublimes se envilecen día tras día con esa rutina y la tibieza que nos caracteriza a los cristianos en la actualidad. Debemos reanimar en nosotros el fervor en el combate de la fe. Por la gracia de Dios, somos miembros de la Iglesia militante y espero que el día de mañana todos nosotros, nuestros amigos -y también nuestros enemigos después de su conversión-, seremos parte de la Iglesia triunfante. El combate se desarrolla durante nuestra vida en este mundo, es el combate de la fe que tiene en su núcleo central en el Santo Sacrificio del Altar, Sacrificio de la Misa.

Nuestra Misa es el corazón de la religión y de la Iglesia. De ella fluyen las gracias que reciben las almas en los demás sacramentos. Es desde esta fuente desde donde se riega este valle de espinas, desde ella desciende la fuerza vivificante del Bautismo, de la Comunión, de la Extremaunción, del Orden Sacerdotal, del Matrimonio. El Enemigo conoce la importancia de la Santa Misa, sabe cuál es su valor más que nosotros, de ahí que su odio se manifiesta aquí con toda su intensidad. Este odio de la herejía modernista que ha sido «consagrada» -entre comillas- por el concilio Vaticano II, llevaba antes de él ya décadas con sus trabajos de complot y conspiración. Por eso nuestro Patrón san Pío X ya la condenó. El modernismo es la cloaca de todos los errores y herejías que se habían manifestado en distintos periodos de la historia. Todas las herejías han encontrado su fuerza letal en ese modernismo que ha promovido una nueva liturgia, un nuevo ritual, un nuevo Padre Nuestro, un nuevo Breviario, un nuevo Credo, un nuevo Catecismo, una nueva manera de rezar el Rosario. Todo es nuevo. ¡Y todavía nos dicen que no es una nueva religión! Pero sí, es una religión nueva, es otra religión.

Debemos dar gracias al Papa Francisco porque ha sido claro y ha manifestado con claridad que la cohabitación no es posible; esto es algo que se manifiesta, por ejemplo, en la moral. Porque los cristianos debemos ver claro que una cosa es la legalidad y otra la legitimidad. La Iglesia Católica siempre ha actuado según criterios de legitimidad, mientras que el mundo actúa exclusivamente según parámetros de legalidad. Y las nuevas jerarquías han pactado con el mundo y sus poderes oscuros -aunque de día en día van cayendo las máscaras y nos van mostrando su faz verdadera- y vemos que esa legalidad que introduce el aborto no hace que sea legítimo. El divorcio es legal pero no legítimo. Igual la eutanasia, es legal pero no legítima. La misa nueva es legal pero no legítima.

Dios le explicó a Abrahán que no pueden vivir en la misma casa la esposa legítima y la concubina; y le pidió expulsar a la concubina Agar con su hijo Ismael. Debía darle el derecho a Sara. Amigos, por desgracia, hoy la expulsada no es Agar sino que es Sara. Nosotros somos hijos de la legítima, de la Esposa de Nuestro Señor Jesucristo. La legitimidad que ella recibe de la Tradición, de la Escritura y el magisterio. Esta actitud que aplicamos por analogía a la Iglesia la encontramos en el magisterio de ese documento denominado «Amoris Laetitia», en el que se permite a la concubina recibir la Comunión. ¡Es la concubina la que no tiene ningún derecho a la Comunión y la que debe dejar la casa porque lo que Dios ha unido no debe separarlo el hombre! Sí, san Pablo ha dicho que el matrimonio expresa el amor entre Cristo y la Iglesia y ese derecho a la Comunión para la concubina nos muestra el gran problema, la gran confusión que vivimos.

Hoy nos vemos obligados a vivir expulsados, como si nosotros fuéramos ismaelitas, como si fuéramos agarenos, siendo como somos hijos de María, de la Iglesia, de la legítima esposa, de Sara. Debemos amar a la Iglesia, amar la Misa y el combate de la fe. Debemos amarla como nos exhorta nuestro Superior General: «Quien no esté dispuesto a derramar su sangre por esta Misa, no es digno de celebrarla. Quien no esté dispuesto a renunciar a todo por conservarla, no es digno de asistir a ella». Nos muestra claramente la magnitud del problema ante el que todo cristiano se enfrenta hoy. Hay una expresión española que dice «cuando veas las barbas del vecino cortar, pon las tuyas a remojar». Debemos darnos cuenta de que lo que hoy aflige especialmente a los que se acogían a la Comisión Ecclesia Dei no se va a parar ahí, en ellos. Esta es una persecución mística, permitida por el mismo Dios «inimicitas ponam inter te et Mulierem» (pongo enemistad entre ti y la Mujer). Hay un odio infernal contra la Misa y si nosotros no somos capaces de medir y apreciar su importancia, el demonio sí lo sabe y la conoce muy bien. El corazón de la Iglesia. Debemos combatir como los Macabeos en el Antiguo Testamento cuando los invasores los privaron de su Templo y de sus sacrificios.

Hoy se trata del combate por el Sacrificio de la Nueva Alianza, sin el cual no hay redención. La espada que más les aflige es la propiciatoria dado que ellos dicen «que el hombre es bueno». Pero claro que es un sacrificio propiciatorio. Y no hay más que un Mediador que intercede por nosotros ante el Padre, por eso cada una de nuestras oraciones acaban «per Dominum Nostrum Iesum Christum». Es por Él por quien tenemos acceso a nuestro Creador. Es en Él, por Él y de Él que recibimos el perdón de nuestros pecados. Sin la Misa no hay perdón de los pecados. Es gracias a la Misa que presentamos a Dios el único sacrificio agradable al Padre, a quien únicamente agrada el Sacrificio de su Hijo. ¡Qué veleidad, qué sofisma, qué blasfemia pretender que aceptemos cosas que no son católicas!

Vemos que Sara y Agar son incompatibles, vemos que la envidia de Caín ante el sacrificio de Abel continúa aún. Y aunque el sacrificio de Abel era agradable a Dios, Caín lo mató… y de algún modo lo ofreció como si fuera el cordero más agradable a Dios, su hermano. Ante este odio cainita, vosotros, queridos fieles, debéis prepararos igual que Abel a -tal vez- unir vuestra sangre a la del Redentor en los altares. Esta persecución no ha finalizado porque el Diablo sigue teniendo el mismo odio; él, que es homicida desde el principio, quiere vuestra muerte.

Estas jerarquías modernistas aliadas del mundo nos preparan días de persecución, que al principio será administrativa y también mediática, mediante la difamación y la calumnia, pero tendrán al fin como único objetivo borrar de la faz de la tierra el Sacrificio perpetuo de Cristo en el Calvario celebrado en nuestros altares. Este odio es claro, se ha querido firmar la paz entre Cristo y Barrabás; pero la multitud ya ha elegido a Barrabás.

Mis queridos amigos, vosotros, como yo, estamos asustados por el odio que tienen los enemigos a la Misa, pero no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Por nuestra parte, debemos apreciar y dar a la Misa la importancia que debe tener para nosotros, porque nuestros padres y abuelos combatieron para que pudiéramos tenerla. La juventud de hoy -y también en algunas instituciones educativas- no se da cuenta de lo que se ha sufrido. La preocupación, la angustia de tantos sacerdotes que murieron de pena por no poder celebrar la Misa.

Hoy vosotros tenéis la posibilidad de asistir a esta Misa, y yo tengo la gracia de celebrarla, pero no es un derecho. Es un privilegio. La mentalidad del catálogo de derechos impregna al hombre moderno postrevolucionario cuando afirma «tengo derecho a asistir a Misa en latín». Pero realmente no tienes el derecho, sino que tienes la obligación, porque la Misa es el culto que debemos a Dios, es la expresión de la virtud de la religión, que depende de la justicia que implica darle a Dios el culto que le es debido. Y para Dios no hay otro culto agradable que el culto católico, universal en el tiempo y en el espacio. No es un derecho, sino un privilegio y una obligación. Hacer aprecio, dar importancia a este culto que por obligación debemos dar a Dios todos los domingos. El domingo es el día del Señor, el único día de la semana que no nos pertenece, con los otros días podéis hacer lo que queráis, pero el domingo no nos pertenece y estamos aquí para hacerle justicia, darle el culto que se le debe. Ya sabéis que los impuestos no se pueden pagar con moneda falsa. ¿Y nosotros pensamos pagar a Dios con una moneda falsa, como si no se enterase de nada? ¿Pensamos pagar nuestros impuestos de cristianos, el culto que debemos dar a Dios con un culto protestantizado?

Debemos dar a Dios este culto por obligación. Pero también os invito a practicarlo como devoción, pero no de forma individualista centrada en el «yo». Cuando venís a Misa los días laborables de la semana venís a uniros al Santo Sacrificio y a beneficiaros de la Misa con vistas a esa noche que vendrá en la que nos quitarán la Misa, para no llorar como mujeres lo que no supisteis defender como hombres. ¡Es una devoción tan importante!

Es el corazón de la Iglesia. Recordad lo que decía santa Teresita del Niño Jesús: «Prefiero ser el corazón de la Iglesia». Y cuando estáis en Misa por devoción, vuestro corazón se une al corazón de la Iglesia, que es tanto como decir al Corazón de Cristo y de María por el bien del Cuerpo Místico de esta Iglesia que perece en toda la faz del mundo. Asistid a la Misa, con devoción, con fe, con espíritu militante con la conciencia de saber que sois la Iglesia como lo fue aquel día María al pie de la Cruz.

Evitad todo lo que pueda profanarla. Felicito a todos los fieles que hacen todo lo posible y dan lo mejor de sí para que no sólo sea la expresión del «Unum, Verum, et Bonum» sino también del «Pulchrum», de la belleza, en el canto gregoriano, en las flores que se marchitan como expresión del sacrificio del altar. La belleza de los cirios y velas que se consumen también para la gloria de Dios. ¡Qué decir de las personas que cuidan la limpieza de los lienzos y telas de altar y del propio lugar de culto! ¡Y el respeto! Ese respeto se manifiesta especialmente cuando una mujer se pone un cilicio sobre su cabeza. ¿Qué cilicio sobre la cabeza? Sí, ese que mortifica la vanidad y que se llama velo o mantilla. Todo eso es expresión del respeto para evitar la profanación de la Misa. Ya nuestros padres nos prohibían ir a Misa con zapatillas o ropa de deporte. Hay que tener conciencia del respeto debido a la santa Misa; cultivar este respeto y esta disciplina, esta ascesis que forma parte del sacrificio.

Hay quienes vienen a Misa arrastrando los pies. Se diría que parece que son ellos las víctimas del sacrificio que va a ofrecerse a Dios. ¡Yo no soy un sacerdote de Hiutzilopochtli y no voy a inmolar a vuestros chicos según el rito azteca! No, la Santa Misa es el Sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, compartimos los nuestros y les da sentido a nuestros sacrificios.

Queridos amigos, en esta persecución agradezcamos a Francisco por aclarar la situación, porque es verdad que hay muchos que dicen «Dominus, Dominus» (¡en latín, eh!), pero su corazón está lejos de la doctrina cristiana. Desde hoy se van a ver obligados a elegir. Nosotros no hagamos «quiquiriquí» como los gallos y no vayamos a alegrarnos de que «en el mercado de la Tradición va a venir más gente a nuestra tienda». Este no es el espíritu cristiano, no es el espíritu católico. Sí, en nuestra mentalidad moderna de sociedad de consumo se consideran los bienes espirituales como si fueran objetos como un Ferrari o como un Louis Vouitton. ¡No, no están a nuestro servicio! Somos nosotros quienes debemos estar al servicio de Quien es divino, infinitamente superior a nosotros. No somos clientes consumidores, somos fieles. Este espíritu católico generoso y conquistador se manifiesta en el respeto en la asistencia a la Misa, en la profundidad para aprovechar todas las gracias.

Preparémonos para tiempos de tribulación y dificultades; no soy profeta, pero ya se ha puesto en marcha la persecución administrativa, y la persecución mediática. ¿Tendréis durante mucho tiempo la santa Misa?

Este es un combate de larga duración, por eso os ruego que recéis por los sacerdotes. Hoy nos dice la Epístola «si estáis de pie, cuidado no caigáis». No somos mejores que los otros. Estamos hechos del mismo barro y tenemos las mismas debilidades que el resto. Todos somos pecadores, así lo decimos en el Ave María: «Ruega por nosotros pecadores». No son meras palabras, es una triste realidad que debe acercarnos a la santa Misa con devoción y con espíritu de Iglesia Militante. No se sabe durante cuánto tiempo la tendremos. También podemos caer y vemos cuántos caen y se dejan llevar por doctrinas raras… ¡leen demasiado en internet! ¡Y terminan por abandonar la Misa! Una victoria más del demonio… ¿Por qué? Porque soy «yo», porque es el confort, porque es la pereza. Sed fieles a Dios y a su Corazón.

Las autoridades eclesiásticas actúan hoy como Longinos. ¡Han atravesado con una lanza el Corazón de la Iglesia! A menudo me asombro cuando medito sobre los dos últimos medios de salvación que nos dio Nuestra Señora en Fátima: el Rosario y la devoción al Corazón Inmaculado de María. Me preguntaba, ¿por qué no dice la Santa Misa? ¿Y la Misa? Pues pienso, queridos amigos, cuando vemos lo que nos espera, que quizá no nos va a quedar nada más que el Rosario. Mientras tengáis la Misa, vividla, cuando venga la noche tendréis el Rosario, pero a la espera de ese momento, por el tiempo que nos queda −el día declina, la noche llega y con ella los tiempos difíciles- ¡vivamos nuestra Misa! ¡Defendamos nuestra Misa!

La lanza de Longinos ha tocado el Corazón, el modernismo ha tocado el Corazón de la Iglesia, pero hay un Corazón en el que encontramos la Fe, la Esperanza y la Caridad de toda la Iglesia y durante toda la Historia: es el Corazón Inmaculado de Nuestra Señora. En su Corazón está la vida divina, porque Ella está llena de Dios. Acudamos a pedirle hoy estas gracias. Ella, que es el Tabernáculo de la Santísima Trinidad; Ella, que es el Altar sobre el que ha querido ofrecerse la Víctima, el Ara que ofrece a Dios el Sacrificio agradable. Los enemigos de la Misa han querido destruir ese Ara, el Altar también y han querido borrarnos y quitarnos el Corazón Inmaculado de María, el Corazón de Nuestra Señora Corredentora.

El Rosario, el Corazón de María, y mientras esperamos acontecimientos, la Misa. No la despreciéis, es un privilegio del que debemos aprovecharnos mientras la tengamos. ¿Durante cuánto tiempo? No lo sé. Pero el odio del Diablo a la Misa es infernal y parece que se manifiesta ahora con un poder que se acelera en estos momentos. Nosotros, por nuestra parte, debemos perseverar ahora más que nunca. Hay que combatir, amigos, con toda la gracia de la confirmación que nos ha hecho soldados de Nuestro Señor Jesucristo. Hay que combatir a diario. No soy yo quien os promete la victoria, porque la victoria pertenece a Dios, pero a aquel que combate con coraje y con fe, esperanza y caridad, Dios le promete la gloria, que es la victoria eterna.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.

Rvdo. Padre D. José Ramón García Gallardo, Consiliario de la Comunión Tradicionalista