Argentina, ¿Y la justicia?

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Argentina acaba de sufrir una nueva elección democrática que, como se ha difundido internacionalmente, resultó en un enorme fracaso del gobierno de Alberto Fernández y el kirchnerismo. No pretendo analizar las causas próximas. No me interesa avanzar las consecuencias inmediatas. Quiero brevemente analizar los temas de los discursos de uno y otro bando, del perdedor y del ganador.  

Argentina, como muchos otros Estados democráticos, del naciente al poniente, del aquilón al mediodía, tiene una corporación política que no se diferencia sino por cosas menores, no menudas, sino de importancia secundaria a la buena vida, pero que se han convertido en las principales. Son las económico-sociales. Porque si atendemos a los discursos morales, religiosos, educacionales o culturales, son idénticos, sin diferencia. De derecha a izquierda, todos los partidos son abortistas, defensores del «género», favorables al «putimonio», adalides de la homosexualidad, procuradores del facilismo, democráticamente correctos. Todos son «progresistas».

Argentina discute sólo temas económico-sociales. Y ahí se establecen las diferencias. Una parte de la corporación se define estatista: «más Estado». La otra parte se declama liberal: «más mercado». El estatista protege el trabajo; el liberal lo quiere menos protegido y más libre. El estatista cree en las regulaciones, las expropiaciones, la asistencia y cosas por el estilo; el liberal, en cambio, tiene fe en la liberalización, el esfuerzo personal y la propiedad privada. Para el estatista el progreso público consiste en la omnipresencia del Estado; el liberal afirma que la suma de los progresos privados produce el público.

Argentina no tiene más debate que sobre estos asuntos. No le quito relevancia. Somos un país pobre y de pobres. Algo hay que hacer en lo social y económico. Sin embargo, las propuestas ideológicas de estatistas y liberales, ya conocidas de más de ocho décadas, tienen los resultados sabidos desde entonces. La pobreza particular y social no la van a resolver con sus recetas.

Argentina debe replantearse cómo remediar su pobreza. Debería aprender una lección política clásica. Me refiero a la justicia. Esta palabra, este concepto, está ausente en el debate público. Y cuando entra, se presta a malversación. Los políticos estatistas o liberales creen que la justicia son los jueces, y entonces disputan si son suyos o de los otros, y cómo hacer para que haya más jueces propios que ajenos. No.

Argentina es pobre porque es injusta. Sin justicia no sólo no hay riqueza, tampoco hay paz. Sin «justicia conmutativa» los salarios son magros o pingües según los casos; los precios son exageradamente caros para unos y otros; los contratos locales (como los alquileres) y los internacionales (los de exportación o importación) se inflan o desinflan de acuerdo a la voluntad particular. Sin «justicia distributiva» se empobrece (los jubilados) o se enriquece (los socios de la corporación política) a discreción; se reparte lo que no se tiene y se genera inflación; se potencia la especulación financiera y se destruye la actividad productiva. Sin «justicia legal», se favorece a los propios y se desfavorece a los de enfrente; se pide a los demás lo que uno no hace ni quiere hacer; se fortalecen desigualdades arbitrarias existentes y se da nacimiento a otras.

Argentina tendría que aprender que las discusiones sociales y económicas deben tener a la justicia como norte y fin. Porque sin justicia, que es lo sucedido al menos en los últimos ochenta años, hay desempleo, inflación, pobreza, encarecimiento de la vida, impuestos exuberantes, falta de viviendas y tantos otros flagelos.

Argentina. ¿Y la justicia? No la hay, porque «la justicia no tiene partido». La justicia no es estatista ni liberal, no es kirchnerista ni macrista. No es democrática ni antidemocrática.

Juan Fernando Segovia, Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II.