Ni Marx ni Jesús (y II)

Jean François Revel en 1997. Flickr

***La Esperanza publicó la primera parte de este artículo el día 7 de septiembre de 2021. Puede leerse pulsando este enlace.***

 

Los conservadores no hacen sino imitar o transigir en diversos elementos de las agendas de sus supuestos oponentes para tratar de vencerlos en los sufragios.  Revel observa con agudeza que la rapidez con la que se produce esa imitación o transigencia entraña, en sí, una nota revolucionaria.  Luego, los conservadores no forman sólo parte de la revolución en el sentido habitualmente admitido de conservar los avances de ésta; sino que, además, con su carácter imitador y transigente, contribuyen al ágil despliegue de la misma de un modo no menos digno de agradecimiento para los izquierdistas.

Para que se dé una revolución, es clave que exista un requisito perfectamente analizado por Revel, que él denomina «traición interior»: la clase dirigente del régimen que se subvierte es la que debe plantear dudas respecto a sí misma y a dicho régimen.  Esta realidad, clarísima en la Francia revolucionaria, permite una importante consideración por lo que se refiere a la Iglesia. ¿Acaso no constituyó el siglo XX una revolución religiosa en toda regla, cuando principalísimos eclesiásticos, en torno al Concilio Vaticano II, manifestaron la necesidad de modificar la actitud del católico ante el mundo?  Ese cambio, por supuesto, se sigue advirtiendo en el pontificado actual, en línea con los anteriores.  Por tanto, se diría que tal revolución no ha finalizado sino que avanza hacia la consecución progresiva de sus objetivos.

Por otro lado, Revel matiza que hay muchas revoluciones que no triunfan, siendo pocas las que lo consiguen.  Nosotros volveríamos a retrotraernos al ejemplo de Lucifer.  Pero en este sentido, y aplicando el modelo reveliano al caso de la Iglesia, cabe preguntarse si triunfará dramáticamente en ella la revolución liberal.  Sabemos por la fe que las puertas del infierno no prevalecerán.  Sin embargo, humanamente no se atisba por el momento una corrección de la deriva revolucionaria materializada a través del espíritu Concilio Vaticano II, salvo en forma embrionaria o todavía marginal (pensamos, por ejemplo, en reacciones de defensa del depósito íntegro de la fe como la erección y expansión internacional de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X).

Adicionalmente, el escritor francés señala la importancia de la subversión moral para el triunfo de la revolución.  La primera revolución liberal se fundamentó en la crítica de la religión y en la negación de la indisolubilidad del matrimonio, convirtiendo el divorcio en la palanca ganadora.  Esto, por supuesto, también se ha utilizado recientemente en España, al poco de implantarse la Constitución liberal de 1978.

Pero, para la segunda revolución, erosionada al máximo la influencia de la Iglesia y generalizado el indiferentismo moral, es necesario conceder expresamente múltiples derechos que supongan un reconocimiento formal a la masa social de sus posibilidades de autodeterminación. Se trata del ideal kantiano hecho realidad: libertad absoluta para todo individuo siempre que ello no suponga daño a otro. De esa segunda revolución surge un homo novus, moralmente liberado, típicamente amante de la música pop y las drogas blandas y sin sentimiento alguno de patriotismo.

Resulta también premonitorio el modo en el que la segunda revolución ha de imponerse sobre la Tierra según Revel, a saber, a través de la «instauración de un gobierno mundial», tras el que quedarán suprimidos tanto los estados como las relaciones internacionales. Una de las principales iniciadoras de la segunda revolución, la cantante Joan Baez, manifestó lo siguiente en entrevista concedida a la revista de contenido licencioso Playboy: «Desprecio todas las banderas, no sólo la americana.  La bandera es el símbolo de un pedazo de territorio considerado más importante que las personas que lo habitan.  Debemos desembarazarnos del concepto mismo de nación».

Ahora bien, que nadie se engañe en ver en todo este proceso un ejercicio educado de las virtudes ilustradas: «Las transformaciones revolucionarias no pueden obtenerse por la sola vía parlamentaria, en el sentido amplio del término, por negociaciones y acuerdos entre perdedores y vencedores», sino que es precisa la violencia, ya sea esta física y/o moral.  Señalamos la sinceridad en este aspecto como otro punto más en el haber del ensayo. Por cierto, que el gobierno mundial que se pretende configurar por las buenas o por las malas incluye «la regulación de nacimientos a escala planetaria».

Además, para el triunfo de la segunda revolución es preciso que se unan distintos grupos de poder entre sí, incluyéndose explícitamente a «negros, mujeres y homosexuales» (que Revel llama también «pederastas»).  Otro elemento que se ha producido ya en nuestras sociedades, donde amigos de «Black lives matter», feministas e invertidos operando bajos las siglas «LGBT» reman en la misma dirección.

La ciencia supone a menudo un obstáculo a la revolución.  Nos referimos a las llamadas modernamente ciencias naturales. Como modos de explicación de la realidad, implican que se imponga ésta frente a los constructos ideológicos. Un ejemplo lo tenemos en las salvedades que la psiquiatría ha opuesto a los avances homosexuales, considerándolos patológicos. Revel recuerda que, ante los improperios del «Frente para la Liberación de los Pederastas durante una conferencia de la época, el psiquiatra ponente rogó “un poco de formalidad”; el representante de los activistas objetó entonces que “llevaban casi mil años reprimiéndose”, a lo que su interlocutor respondió: entonces no creo que le importe reprimirse sólo media horita más».

Eliminado el cristianismo, la necesidad religiosa del hombre se satisface con sucedáneos durante la fase revolucionaria.  Igualmente, es necesario crear un aspecto sacro de la revolución allí donde antes la Iglesia desplegaba su autoridad moral.  Para lo primero, el recurso al paganismo oriental (budismo) se alinea fácilmente con la espiritualidad superficial de la segunda revolución. Por lo que se refiere a la autoridad moral de ésta, la canonización de la ecología proporciona el grado deseado de adhesión mayoritaria y admiración que un Juan Manuel de Prada denominaría «bobalicona» o, más propiamente, «cretinizada».

Un cierto cristianismo reacciona moldeándose a la segunda revolución, como la proliferación de sectas protestantes es característica de las naciones donde antes triunfó la primera. El catolicismo progresista posterior a 1970 quiso ver al Redentor en la figura del obrero, del pobre, del negro, del oprimido, absorbiendo hacia la nueva Iglesia a un pequeño sector de la revolución, con la que en parte se simbiotiza o a la que, en realidad parasita.

Terminamos con una referencia a nuestro continente. En contra del carácter único que la Sra. Von der Leyen suele proclamar respecto de la experiencia europea contemporánea, Revel opina que Europa no es más que un continente imitador y seguidor revolucionario de los Estados Unidos, líder verdadero en ambas mutaciones. Hasta instituciones como los tribunales constitucionales están copiados del modelo de Washington.  La diversidad que ahora proclama machaconamente la Unión Europea no deja de ser impostada e impuesta oficialmente, frente a la realidad al norte del Rio Grande, donde es consustancial.

En una cosa sí resulta Europa alumna aventajada de su aliada militar y comercial. Para Revel, la primera y la segunda revolución se han producido con tal medida de suavidad en el tiempo y en las formas que hay quien niega el carácter rupturista de ambas, contentando su conciencia con las nociones de reforma, consenso, concordia, etc.  En el fondo –concluye nuestro autor– es mejor así: «Las mejores revoluciones, las únicas que son irreversibles, son las que pasan inadvertidas y que sus antiguos adversarios creen haber realizado ellos».  En esto, el ejemplo europeo puede presumir de una especial discreción y de un grado de candidez en los sectores moderados particularmente significativo.

Miguel Toledano, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo de Madrid