José Sánchez, el «niño cristero» nace el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán, dentro del seno de una familia muy cristiana. Su padre Macario Sánchez y su piadosa madre, María del Río Arteaga supieron formar a sus hijos en la defensa de la fe, ya que tuvieron tres hijos cristeros y Dios premió su generosidad siendo uno de ellos, mártir. Joselito hizo su Primera Comunión en 1922, asistió a una escuela de su pueblo natal, después pasó a estudiar un tiempo a la cercana Guadalajara y posteriormente regresó a Sahuayo.
Al iniciarse las revueltas en casi todo el país, después del cierre de las iglesias y de la prohibición del culto público por parte del presidente Plutarco Elías Calles, dos de los hermanos de Joselito se fueron a la lucha, ingresando en las filas de los cristeros contra el Gobierno Federal. Al notar la tremenda situación en que se encontraba la Iglesia y al ver que los sacerdotes no podían celebrar la santa misa y administrar los sacramentos —sólo de manera clandestina—, tenían que huir cada día, y estar disfrazándose y cambiando constantemente de sitio, José pronunció ante sus padres estas palabras: «Yo daría cualquier cosa por Cristo».
Más tarde llega el momento de la inspiración divina y de la gran generosidad de este joven, casi niño. Es cuando pide a sus padres lleno de ardor cristiano, que lo dejen ir al combate y le permitan unirse al batallón en el que participan sus hermanos. Sus padres, en especial su madre, se lo impiden dada su temprana edad, pues sólo contaba con 15 años. Sin embargo, José no se da por vencido y sigue insistiendo hasta que un día le dice a su madre en plena confidencia: «Mamá déjeme ir, nunca ha sido más fácil y rápido ganarse el Cielo, como ahora». Su madre acepta, y poco después, sus padres le dan la bendición; y así es como Joselito junto con un amigo, Trinidad Flores, se agregan a la lucha armada en el batallón del general cristero Prudencio Mendoza Alcázar, quien al principio no quería que José ingresara. No obstante, lo acepta como abanderado de la tropa y lo pone a hacer oficios menores, como ayudar en la cocina, limpiar armas, dar de comer a los caballos, etc.
En una de las batallas, entre las poblaciones de Cotija y Jiquilpan en la que están los Cristeros haciendo guerrilla contra los soldados federales, es herido el caballo del general Mendoza, que cae al suelo y Joselito se le acerca en su caballo y le dice: «¡General, usted es más importante que yo, tome mi caballo y siga en la batalla! ¡Viva Cristo Rey!». El general se monta en el caballo y le dice: «¡Corre muchacho, corre…!» José con su rifle, se queda valerosamente resguardando al general, que retoma la lucha y así mismo a otros cristeros que estaban cerca de él; pero a Joselito se le acaba el «parque», o sea las municiones. Entonces, los federales lo toman preso junto con otro muchacho llamado Lorenzo y los llevan a una prisión en Cotija. Ahí los insultan, les dan patadas y pronuncian blasfemias. Los soldados los animan a unirse a sus fuerzas y José les dice: «Me capturaron porque se me acabaron las municiones, pero yo no me rindo».
Dentro de la celda de la prisión, José recuerda las palabras de su madre que le dijo: «Ten plena confianza en la Madre de Dios, nuestra Señora de Guadalupe» El 6 de febrero de 1928, Joselito le escribe una carta a su mamá que dice lo siguiente:
Querida madre:
Fui hecho prisionero en batalla hoy. Pienso que voy a morir pronto, pero no me importa, madre. Resígnate a la Voluntad de Dios, No te preocupes por mi muerte, pues eso me mortificaría. Diles a mis hermanos que sigan el ejemplo que su hermano más joven les deja, y hagan la voluntad de Dios. Sé valiente y mándame la bendición junto con la de mi padre.
Manda mis saludos a todos, una última vez, y finalmente recibe el corazón de tu hijo que mucho te ama y quiere verte antes de morir.
José Sánchez del Río
El 7 de febrero, el nuevo Tarcisio y Lorenzo fueron llevados de la prisión de Cotija, a la iglesia de Sahuayo, donde Joselito había sido bautizado. Cuál sería la impresión del pequeño apóstol de Cristo, pues la iglesia estaba convertida en bodega y establo. Había alimento para los caballos, provisiones para el ejército, basura de comida, botellas de cerveza vacías por el suelo. Los federales habían destruido parte de la iglesia, ya que habían utilizado la madera para hacer fogatas. Uno de los políticos importantes de Sahuayo, que coincidentemente era su padrino, Rafael Picazo fue a visitarlo y le ofreció dejarlo libre si se pasaba al bando del ejército. José contestó: «Preferiría morir, primero». «¡No me iría con los perseguidores de la Iglesia!, ¡si usted me deja ir hoy, me regreso con los cristeros! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!».
Joselito tuvo un gran celo por la casa de Dios, ya que una más de las atrocidades del bando federal fue tener gallos de pelea en el interior del templo, que andaban merodeando entre las ruinas del altar y pasaban por encima del tabernáculo. Los soldados hacían peleas de gallos, ahí dentro, sin respeto alguno. El joven cristero, decide evitar ese sacrilegio y mata a los gallos, desatando con mayor razón la ira de los militares. Después de eso, José consolaba a Lorenzo con palabras piadosas, pues ya sabían lo que les esperaba.
La orden de ejecución para Joselito fue promulgada a las seis de la tarde, la hora para el martirio sería a las ocho y media de la noche. La tía de José, Magdalena por nombre apareció treinta minutos antes de la ejecución llevándole la cena, donde traía oculto al Santísimo Sacramento, y José pudo comulgar. Finalmente, la hora llegó y los federales querían hacerlo todo sigilosamente, le cortaron a José las plantas de los pies, lo golpearon, pero el gritaba: «Viva Cristo Rey».
Más tarde, el martirio concluye, los guardias obligan a José, que camine descalzo por diez cuadras, rumbo al cementerio, él llora. Ellos blasfeman y lo instan a dejar toda su causa. Ya en el cementerio uno de los soldados le da al joven cristero un culatazo en la mandíbula y otros, con furia demoníaca le propinan piquetazos en el cuello, en el pecho y en la espalda, con sus cuchillos. Él sólo proclama el nombre del Rey de Reyes. Cuando Joselito está tirado a un lado de la tumba aún con vida y sangrante, uno de los soldados le pregunta: «¿Qué quieres que le digamos a tu padre?» Él contesta: «Que nos veremos en el Cielo» «¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!» Joselito va muriendo lentamente, un oficial molesto toma su pistola y tira detrás de su oreja. Después, la soldadesca arroja su cuerpo a la tumba abierta. Es la noche del 10 de febrero de 1928, su sacrificio ha concluido.
José Luis Sánchez del Río mártir por Cristo y por su Iglesia, qué ejemplo de valor y fe para la niñez y la juventud de nuestras patrias hispanas, ¡Joselito ruega por nosotros y por nuestros jóvenes!
Teresita del Niño Jesús Trujillo de Magaña, Círculo de Lectura «Tradición»
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