La disyuntiva que encabeza este artículo se corresponde con el título de un ensayo que publicó en 1933 (con segunda edición al año siguiente) un médico y escritor liberal-conservador escocés, Robert McNair Wilson. Su tesis, como la propia oración coordinada da a entender, consistía en una defensa de la institución monárquica como señero baluarte eficaz en favor de los pueblos contra aquellos que –según calificación inmortalizada por Pío XI en su Encíclica Quadragesimo anno– detentan el «imperialismo internacional del dinero». El escrito atrajo pronto la atención de los neotradicionalistas positivistas de la revista Acción Española, propensos al primario o exclusivo uso de esta clase de utilitarias razones histórico-sociológicas en su impenitente patrocinio sedicentemente «monárquico» de los diversos representantes de la estirpe revolucionario-isabelina.
El tratado del autor británico apareció primero traducido en dicha revista, de forma casi continuada, en una serie de números habidos entre julio de 1934 y agosto de 1935, bajo el epígrafe «Monarquía y Plutocracia»; y posteriormente estas sucesivas entregas se recopilaron en 1937 en un volumen aparte bajo el rubro La Monarquía contra la fuerza del dinero. José Ignacio Escobar y Kirkpatrick –más conocido por el falso título aristocrático de «Marqués» de Valdeiglesias, conspicuo integrante del movimiento de Acción Española– fue el encargado de su traducción.
Dejando a un lado la finalidad específica de la obra, y con independencia de la dispar valoración que puedan merecer las distintas aserciones u opiniones vertidas a lo largo de su variado contenido, nos gustaría solamente resaltar un punto importante que se toca un poco de pasada, hacia el final, relativo a la exposición de los males económicos de los tiempos contemporáneos. Copiamos de la traducción:
«Hasta este momento, el poder de compra, como se ha visto, se ha distribuido invariablemente al pueblo en forma de salarios, jornales, dividendos y beneficios; pero la fuerza humana está siendo desplazada tan rápidamente por la fuerza de la máquina, que aun ahora –dado que las máquinas no ganan jornales– no se genera suficiente poder de compra para que pueda consumirse lo que la producción rinde. Es seguro que dentro del Sistema del Dinero se intensificará grandemente este estado de cosas. Aun en la cúspide de la prosperidad americana, existían 2.000.000 de parados en los Estados Unidos, [que habían sido echados del trabajo] porque había máquinas que podían desempeñarlo. Un cálculo reciente hace creer que, por lo menos, un cuarto de los 12.000.000 de individuos que están sin trabajo al presente en América, no podrán nunca volver a emplearse bajo el actual sistema; tal vez bajo ningún sistema concebible.
»¿Cómo, pues, en tanto que los salarios y los jornales desaparecen, ha de distribuirse el poder de compra? He aquí un nuevo campo de batalla para el dinero que resistirá hasta el límite la idea de que, a medida que el trabajo humano se hace más productivo, se necesitarán mayores cantidades de dinero para el intercambio de los productos de ese trabajo. La pregunta “¿Ha de darse dinero a los hombres a cambio de nada?”, está destinada a ser hecha por quienes tienen y han tenido siempre por oficio el dar un dinero, creado por ellos de la nada, a cambio de las mayores cantidades posibles de mercancías y servicios.
»No es la intención del autor entrar en la cuestión de la distribución del poder de compra en [un] mundo en que el poder de producción se está aumentando casi de hora en hora. (Remitimos al lector a los luminosos trabajos del Mayor Douglas). Pero podrá hacerse notar que en el divino sistema de Dios no se consideraba un mal el procurar mayores posibilidades de descanso y recreo. Depende esto de cuál creamos que es el objeto de la vida del hombre. Si este objeto es el trabajo, según el dinero entiende el mundo, cualquier invento, incluyendo la azada, es un mal, por cuanto reduce la cantidad de trabajo. Si, por el contrario, el objeto es el servir y gozar de Dios, no hay en ello mal alguno» (Acción Española, nº 78, agosto 1935, pp. 354-355; el subrayado es suyo).
Como vemos, McNair Wilson no quiso abordar o ampliar esta importante cuestión de la Economía contemporánea, limitándose a remitir al lector a los estudios de Clifford Hugh Douglas. No obstante, la importancia capital de este asunto no pasó substancialmente desapercibida para su traductor Valdeiglesias en el preámbulo que insertó en la edición de 1937. Según relata él mismo en su postrero libro Así empezó… Memorias de la guerra civil española 1936-39: «En el prólogo que escribí comencé por destacar el espectáculo de la miseria en medio de la abundancia que constituía una de las características de nuestro tiempo. No ocurría ya ahora, como otras veces, que no alcanzara el pan arrancado a duras penas de la madre tierra para la alimentación de todos sus hijos, sino que, sobrando toda clase de bienes apetecibles, producidos sólo para ser consumidos, había que destruirlos antes que dárselos a la masa de harapientos, ansiosos de ellos pero carentes de dinero para adquirirlos por haber sido despedidos de sus empleos, precisamente porque los empresarios carecían de dinero para pagarles al no haber podido vender sus productos» (ed. G. del Toro, 21975, p. 182).
Para entender mejor «este gigantesco contrasentido», como así lo calificaba acertadamente Escobar, no vendrá mal reproducir el expresivo ejemplo gráfico que traía a la palestra, en un artículo de marzo de 1955, el gran escritor rioplatense Leonardo Castellani, como descripción paradigmática de los habituales efectos desastrosos que periódicamente origina el Capitalismo contemporáneo (ya sea clásico o tecnocrático-socialdemócrata). Decía así el Sacerdote jesuita:
«Ese fenómeno monstruoso de la “destrucción” en que desembocó la economía manchesteriana y que sólo él basta para condenarla y mostrar que en su raíz se encueva un error, se vuelve lógico en esta visual. Es conocido que en la “crisis” de 1933 se destruyeron en el mundo unos 900.000 vagones de trigo, 150.000 de arroz, 550.000 corderos en la Argentina… –¡para levantar los precios!– 6.000.000 de cerdos en los EE.UU., y 600.000 vacas y 20 millones de toneladas de carne en conserva; y en Holanda, 200.000 vacas lecheras; en Cuba 13 millones de toneladas de azúcar y otros tantos millones de sacos de café en el Brasil; y mares de leche en Chicago, algodón en Canadá, frutas en el Delta y en California, pescado en Finlandia y Alaska y… vino en San Juan. Todavía la gente no ha olvidado aquel espectáculo del vino corriendo por el barro de las alcantarillas, y la policía impidiendo a la gente recogerlo en tachos. Se acuerdan los sanjuaninos de eso más que del Terremoto [de 15 de enero de 1944].
»¿Qué había pasado? La gente no tenía plata para comprar en venta remuneradora; los productores deberían pues vender sin remúnero o con pérdida, lo cual no es posible, es dañino e incluso se puede decir “inmoral”; por tanto, había que disminuir el producto (volcar vino y talar viñas) para que en virtud de la famosa «ley de oferta y demanda» el vino se ponga caro y remunerador. ¡Pero mucho menos si se encarece tendrá la gente plata para comprarlo! Que tomen vino los ricos solamente. Conforme: pero les prevengo que con ese sistema pronto se acabarán los ricos y las riquezas. Los “economistas” liberales de los diarios probaban matemáticamente que regalar a los pobres esos productos que se mandaban al demonio produciría perturbaciones fatales en el “libre juego de la lucha económica”. Los escribas alquilados para defender la causa del librecambio y libre concurrencia probaban (?) que había que talar viñas y mandar a la fundición los telares de las fábricas argentinas… no viñas francesas ni telares ingleses. Eso no. Uno de ellos demostró que el famoso “mito de Caná”, según el cual Cristo convirtió en vino unas tres bordelesas de agua, de suyo representaba una infracción a las leyes de la economía, maniobra de dumping de muy mala índole; y que de haber sucedido realmente, habría desequilibrado la economía palestinense en tal forma, que podía llevar a su autor a la justicia, e incluso a la muerte de cruz» («Venta remuneradora y precio social», en Pluma en ristre, ed. Libros Libres, 2010, pp. 64-65; los subrayados son suyos).
Félix M.ª Martín Antoniano
Deje el primer comentario