La política cultural en la dictadura franquista (y II)

"Azorín" saluda a Franco. 25 de Junio de 1952

Elías de Tejada resumió muy bien el vacío de la atmósfera cultural franquista, despreciada y dejada en manos de los «ortodoxos» liberales de siempre. Decía el ilustre legitimista extremeño (1973): «Es tanta la coincidencia en los criterios, que no me resisto a transcribir una crítica de Evola (*) a la política cultural fascista, para que los lectores españoles vean retratada la situación nuestra y puedan explicarse cómo ha sido posible que Franco haya perdido la guerra intelectual [en realidad no la perdió, pues nadie pierde una batalla que desde el principio ni siquiera ha querido emprender] a pesar de haber ganado las batallas de la guerra armada. Lo que Evola escribe del Benito Mussolini de los años treinta, vale a la letra para la España nacida –y culturalmente abortada– [después] del 18 de Julio: “Mas en el campo de la cultura, en sentido propio la ‘revolución’ fue una broma. Para poder representar a la ‘cultura fascista’, lo esencial era estar inscrito en el Partido y tributar un homenaje formal y conformista al Duce. El resto, era más o menos indiferente… En lugar de partir desde el punto cero, en vez de no respetar famas y nombres hechos, en vez de sujetar a una revisión radical todo, el fascismo tuvo la ambición del provinciano y del ‘parvenu’ de cosechar en torno a sí a los ‘exponentes de la cultura’ burguesa existente, siempre que hubieran pagado el óbolo de aquella adhesión formal e irrelevante al régimen, como he dicho. Y así se dio el espectáculo desolador de una Academia de Italia cuyos miembros, en gran parte, eran agnósticos y antifascistas en cuanto a orientación interna; esto es válido incluso para muchos hombres dignos de mérito en los institutos de cultura fascista y en la gran Prensa. Así, nada sorprende el hecho de reencontrar no pocos de estos señores que han cambiado de chaqueta en la Italia democrática y antifascista de la segunda postguerra”».

En el caso «español», la cultura franquista la manejaba esencialmente la familia falangista, teniendo como principales figuras culturales a Ortega, Unamuno y demás intelectuales liberales de la llamada Generación del 98. Contra esta situación oficial del régimen, hubo a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta una tímida reacción cultural de una rama (autodenominada Generación del 48) de la antedicha familia tecnocrática, pero valiéndose de autores del ultramontanismo catolicista, grupo o sector del derechismo revolucionario que es funcional tanto al nuevo «derecho» como a la antidinastía liberal.

Aun así, estos autores ultramontanos, que no servían para una oposición cultural genuinamente contrarrevolucionaria, ni siquiera arraigaban o llegaban a las mentes de las nuevas generaciones del franquismo, dando lugar a la objetiva desconsoladora situación descrita por José Antonio García de Cortázar –Director formal de la benemérita revista de cultura católica Verbo entre 1968 y su fallecimiento en 1988– en un escrito suyo de 1957: «A los veinte años de iniciada nuestra guerra, la hemos perdido. No es que la juventud que conozco sea comunista ni anarquista; sólo que no le interesa ni nuestra guerra ni nuestras ideas, y nosotros mismos somos unos seres anacrónicos como el megaterio o el diplodocus… Hablar de Menéndez y Pelayo es despertar carcajadas; de Balmes se dijo oficialmente aquí, en Alcoy, que era “un pobre periodista de derechas”; de Donoso, que era un charlatán. A Maurras, a Bainville, etc., ni los conocen. Todo esto es obra del régimen, que se ha hartado de ensalzar a Ortega, Unamuno, etc. Me dicen que estos pensamientos predominan en la masa universitaria». «Total, que es preciso prepararse para la que viene. No creo yo en una revolución comunista ni anarquista, pero sí en un futuro régimen escéptico, sin vitalidad, lleno de despecho y de resentimiento. Y entonces tendremos que ocupar las trincheras del cristianismo, tan desoladamente abandonadas estos años… Es necesario revolverse y volver a la batalla y estar preparado para cuando esta batalla intelectual surja. Que surgirá, porque el pensamiento intelectual de hoy nos es adverso, y el pensamiento escéptico es hoy más fuerte que el católico. Y mucho que se nos aparece ahora como católico se quitará pronto la careta, cuando las riendas del Estado se dejen un poco libres. Ahora bien: para este combate hay que ir preparado. Con el fondo de nuestro pensamiento católico tradicional […]; hay que escribir en el mismo mágico estilo que los otros, los de enfrente, los inmersos en la cultura europea actual».

Aunque no es su misión principal o esencial, los legitimistas españoles han sido los únicos que han presentado –y siguen presentando– esta batalla cultural, en aquel entonces y ahora, pues están afianzados y fundamentados sobre la única verdad jurídica y sociopolítica española, que ellos defienden.

Félix M.ª Martín Antoniano.


(*) Nota de la Redacción: No quisiéramos que el lector de este excelente artículo pudiera llevarse a engaño respecto del nombre de Julius Evola, citado oportunamente en este punto por Elías de Tejada en un juicio que transcribe nuestro colaborador. Elías de Tejada dedicó al gnóstico y satanista Evola un artículo provocador en que aparentemente elogiaba alguna de sus actitudes, sin dejar de denunciar el veneno de sus ideas. Aquí refiere un juicio acertado de Evola, ajeno a su gnosticismo, sobre la política cultural fascista.