La ilusión conservadora

Oponerse a la revolución es reivindicar la pregunta teológica que subyace a todo proceso político y saber que la naturaleza revolucionaria, como bien menciona Donoso Cortés, es teológica en cuanto se sostiene en un actuar luciferino. Oponerse a ella no se hace a merced de la revolución misma, sino por causas antecedentes; pues la teología política consiste en la sana obediencia a un orden jerárquico.

Obrar contrariamente sería beneficiar la institución de una nueva política, sustituta de todo interés teológico, y consistente en una vaga ilusión del destino de todo hombre, junto a la veneración de una religión civil que hace al hombre el centro de la historia y el tiempo. Si un conservador ha de conservar algo, esto será ajeno a los hijos de la revolución y conservará, en realidad, la naturaleza teológica que justifica su existencia y comunidad política. Conservar consiste, pues, en superar la revolución y regresar a la teología política. 

Persiste, no obstante, la ilusión de otro «conservadurismo», servil a la revolución, y que se opone a ella a merced de la revolución misma, y no por otra causa. Los hijos de Burke han logrado compaginar la naturaleza conservadora como resistencia servil a los cambios, no por entenderlos negativamente, sino por el mero escepticismo, ajeno a lo trascendental y que favorece el instinto simple. Este «conservadurismo» ha logrado hacer de la revolución su motivo de acción y sólo busca prolongar la nueva religión civil. Más liberalismo no se ha de pedir, pues el «conservador» concibe a la sociedad ajena a él y ciertamente accidental.

No concibe la maldad moderna, pues la ve como un suceso que se escapa de sus manos y que acepta sin premeditación. Semejante «conservador» venera los accidentes, y sus oposiciones a los cambios serán en vano, pues sus enemigos hoy serán sus aliados al día siguiente. Quien de esta forma toma partido idealiza a su sociedad de acuerdo a la modernidad, envuelta en mitos ciegos. El mayor mito, entendido únicamente en el marco de la democracia, le ha permitido perpetuar la idea vacía de la «representación», haciendo que las convicciones personales se vean reflejadas en instituciones ambiguas que claman autenticidad, pero requieren del marco liberal en el que operan para subsistir.

Por mucho que se insista en las diferencias «izquierda» y «derecha», por mucho que sus adeptos busquen sublimar cualquier ilusión utópica, a la postre estarán condenados siempre al fracaso de la realización de sus utopías, pues no pueden existir sin la modernidad, sin la democracia y la ideología, que es una concreción de la idea de la representatividad.

¡Qué desperdicio defender causas cuyos enemigos se sostienen bajo las mismas ideas que se propugnan! ¿Qué cuerdo querría conservar el orden del mundo que justifica la existencia de sus rivales? ¿Qué necio hablaría de la defensa de la tradición, mientras defiende con vehemencia las atontadas dicotomías de «derecha» e «izquierda»? ¿Qué hombre incurriría en la imprudencia de limitar la defensa del orden divino y jerárquico en semejante categoría de «derecha»? No se puede permitir que liberales se apropien indebidamente de una conservación circunstancial, ajena a todo orden superior y natural. No es sensato que la conservación se limite a la ilusión moderna.

Correligionarios: este servidor invita a la sensata denuncia y a la recuperación de una palabra que, en nombre de una conservación vacua, sólo esgrime el progreso y una ilusión ajena al bien común de los hombres. Es menester que el auténtico conservador se imponga ante usurpadores del término, y así dejar a viva voz claro que la genuina dicotomía del mundo actual no está ubicada en un anquilosado espectro de «izquierda» o «derecha». En la actualidad el verdadero acto político debe observar a la teología política fuera del paralelismo liberal, y reconocer que sólo se puede regresar a la teología política más pura o destruirla por completo a favor de la anarquía; mas nosotros, que por gracia del Espíritu Santo somos testigos de la Revelación de Nuestro Señor, sabemos que la jerarquía es irrenunciable.

Nicolás Ordóñez y Reyes, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas